“Bienaventurados vosotros cuando os insulten y os persigan y os calumnien de cualquier modo por mi causa. Alegraos y regocijaos, porque vuestra recompensa será grande en el cielo” (Mt 5,11-12).
No son palabras mías, sino de la Persona más Excelsa Sublime e Inimitable que ha convivido con los humanos, como resumen del mandamiento, casi incumplible que son las Bienaventuranzas. Si no fuera cristiano católico, que lo soy, reconocería que éstas son muy duras y difíciles de llevar a cabo, pero que son el “camino estrecho, difícil y lleno de pedregales”, que nos conduce a una concordia, paz, armonía y serenidad con el resto de nuestros hermanos los demás humanos, que otros “credos” o doctrinaspolíticas, como por ejemplo el comunismo, más partidario del “ojo por ojo y diente por diente, no admiten. Realmente es exacerbada la saña y sevicia con la que somos perseguidos los católicos. Fueron los masones quienes allá por el año 1723 en el que se establecieron las Constituciones de Anderson quienes se fijaron, además de otras muchas cosas, perseguir al Cristianismo, hasta, si ser pudiere, hacerlo desaparecer de la Civilización occidental. Desde entonces sus fieles seguidores, entre ellos especialmente los marxistas, para cuyo adalid, Carlos Marx, la religión era“el opio del pueblo”, han continuado su obra destructiva para hacer desaparecer a los cristianos, pero el marxismo, comunismo y todas las doctrinas adláteres no tienen en cuenta que Jesús la dijo a Pedro que era la roca firme sobre la que edificaría su Iglesia y que Él estaría con ella hasta el final de los tiempos, además de que las puertas del Infierno no prevalecerían sobre ella. Estas puertas del Infierno son hoy día la carencia de los valores en los que se ha asentado como en firmes pilares nuestra civilización occidental. Se ha perdido el respeto a los mayores. La autoridad de los padres, de los maestros, de las Fuerzas del Orden público ha perdido toda su vigencia. Hoy cualquier mequetrefe denuncia a sus padres o profesores porque le exigen que estudie y deje el móvil, la tablet, el ordenador, u otro artilugio con el que está encaprichado, y, en el colmo de la incongruencia, lo realmente pernicioso, es que un juez saturado de “buenismo” y, en algunos casos, también de discernimiento entre lo que está bien y lo contrario, castiga a los padres, a los profesores o descoloca a la Autoridad, en lugar de enviar al díscolo a un centro de rehabilitación de conducta. También son entradas el Averno los dos peores y execrables crímenes que la Humanidad puede cometer: El aborto y la eutanasia. Ambos se llevan cabo contra los seres más indefensos de la especie humana: el no nato, que carece de posibilidad para salvaguardarse, y cuya eliminación aporta incontables beneficios dinerarios y de otro tipo a las clínicas abortistas, y el anciano que, en muchos casos carece de capacidad para defenderse, y detrás de cuya desaparición hay, en muchos casos, intereses inconfesables, como el reparto de una herencia. Entonces ¿está perdida la Humanidad? No, ni mucho menos. Una de las leyes que los historiadores tienen en cuenta en el devenir histórico es la conocida como la “Ley del Péndulo, por ella explicanque, al igual que este artilugio, oscilamos de un extremo a otro; y de una época de máxima rigidez, como pudo ser la Victoriana en la que una fuerte represión sexual, baja tolerancia ante el delito y un estricto código de conducta social, imperaba por doquier, hemos pasado a una laxitud de costumbres y una relajación en el comportamiento de los seres humanos que, transcurrido el tiempo pendular que sea preciso, volverá la Humanidad al extremo opuesto, aunque preferiblemente sea mejor el intermedio, en el que se restablezcan los valores que ahora vemos que están desapareciendo.
Por ello estamos, en estos momentos, perplejos, pero no doblegados, ante una situación de odio, rencor y aversión a todo lo que constituyen los valores y sustento de nuestra civilización, especialmente a los ataques contra el Cristianismo, pero nuestra fuerza está cimentada en la roca de Pedro y en las palabras de Jesús: “Estaré con vosotros hasta el final de los tiempos”.
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