No soy feminista ni partidario del masculinísimo, simplemente soy una persona que deseosa de que, como dicen los juristas, se aplique la justicia distributiva, o sea, que a cada cual se le entregue lo que le corresponde, yo añado, según sus cualidades y valía. El hombre, por serlo, no tiene más derechos que la mujer porque no es varón. No es admisible que haya hombres sin valía alguna que ocupen cargos importantes en empresas o cualquier otro organismo, exclusivamente en razón de su sexo, por cierto, permítaseme esta digresión. Hoy se confunde género con sexo. El género, aparte de ser un accidente gramatical, puede ser una acumulación de productos, como por ejemplo: esa tienda vende géneros muy finos, el pescadero: hoy tengo mucho género que vender y lo voy a dar barato, o el frutero: me ha entrado mucho genero de fruta y tengo que liquidarlo. El sexo es lo que diferencia al macho de la hembra: un carnero de una oveja, un toro de una vaca o un león de una leona, o finalmente un hombre de una mujer, así que no confundamos género con sexo. Hoy, día 8 de marzo, se celebra el día de la mujer, desde las primeras claras del día he estado oyendo y viendo por todos los medios de comunicación entrevistas a mujeres triunfadoras, deportistas, modelos, grandes directoras de empresa, en fin féminas con un palmarés insuperable y con méritos difíciles de igualar que han alcanzado puestos que hombres no han conseguido. He sentido tristeza y pena, porque parece que sólo las mujeres que triunfan son dignas de encomio y admiración. Apenado, sí, entristecido también porque nadie de la prensa escrita o hablada se ha molestado en dirigirse a esa mujer humilde, callada, abnegada y sacrificada que se levanta al tiempo que el sol para prepararle la comida a su marido, ponerla en una fiambrera con todo cariño, porque se tiene que ir el trabajo, y ella con todo amor quiere que coma bien. A continuación se ha dedicado a despertar a los hijos, lavarlos, asearlos, darles el desayuno y ponerlos decentes para que vayan bien puestos al colegio. Nadie se ha acordado de ellas y son las que sostienen la primera célula de la sociedad que es la familia, pues, una vez idos sus hijos al colegio, se ha entregado con todo entusiasmo, aunque a veces, sin muchas ganas, a arreglar y adecentar la casa, espercojarla, como decimos en Andalucía y que traducido al lenguaje corriente es dejarla limpia como los chorros del oro. A continuación, ya se ha echado encima la hora, tendrá que ir a la escuela a recoger al más pequeñín porque no quiere que vuelva solo a casa, por los peligros que siempre pueden existir. Acto seguido se ha de dedicar a preparar la comida, pues, aunque el marido coma en el tajo, tiene tres o cuatro bocas pendientes de lo que les ponga de comer. Ha de repasar la ropa y vigilar que los niños hagan las tareas que les han puesto en el colegio, si, al final, sólo al final, antes de aviar la cena, le queda un ratito para ella, podrá ver algún programa de televisión que la entretenga. Después ¡Niños a cenar! ¡Limpiaos los dientes y a la cama! Así día tras día, sin descanso ni reposo. Esa es la vida de muchas de las mujeres de las que nadie se acuerda, que no las entrevistan, que no salen en los medios de comunicación, pero que sin ellas esta máquina que es la vida no funcionaría adecuadamente. Cuando enviudan que es la mayoría de los casos, pues su fortaleza las hace casi imbatibles, se quedan con una mínima pensión de la que cobraba su marido, teniendo que soportar los mismos gastos de mantenimiento de la vivienda que cuando el sueldo era íntegro. Nadie se preocupa de ellas. Estas feministas de chispazo efímero, no las nombran, no las llaman a sus reuniones. No existen para ellas. Ese trabajo tenaz, continuo y esforzado merece un reconocimiento y habría que pagarle un sueldo y darlas de alta en la S.S. para que, en su vejez no se viesen reducidas casi a la miseria. ¡Basta ya de feministas que jamás han dado un palo al agua y sólo sirven para llevar una pancarta con reivindicaciones solamente para ellas!
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