En estas semanas alejadas de la escritura de reseñas, he estado leyendo mucho. Como se sabrá soy un escritor que escribe de libros que le gustan, y por esas cosas cuestionables de la vida, me estaba topando con libros que bien merecían ser escanciados con gasolina para prenderles fuego con la sobra menguante de un cigarro Marlboro. Obvio que no llegué a esos extremos, quemar un libro es como quemar a un ser humano, así este encarne todas las ignominias juntas. Y en lugar de gastar mi tiempo escribiendo sobre los defectos de un libro X, así su autor sea un reputado escritor, me mantenía a la expectativa de la llegada a mis manos de un título que me llevara a lo que siempre me ha interesado, en especial cuando de reseñas se trata: proyectar mi entusiasmo, porque el verdadero compromiso que debemos tener con los libros es precisamente con aquellos que nos gustan, que nos cuestionan y que nos llevan a repasar la tradición en la que este se inscribe, ya que, y lo vuelvo a repetir, los libros no nacen de la nada.
Hace varias semanas, cayó en mis manos una novela de un escritor uruguayo del que poco o nada se sabe. Hurgando en su biografía, llego a la conclusión de que este podría ser catalogado con un “rara avis”, todos dicen que es un buen escritor, pero a la vez esos “todos” jamás lo han leído, solamente se dedican a repetir mismo loros y papagayos lo que muy pocos han dicho con conocimiento de causa.
Mario Levrero (Jorge Varlotta) nació en Montevideo en 1940 y falleció en agosto del 2004. Es autor de las novelas PARÍS, EL DISCURSO VACÍO, LA CIUDAD, entre otras. La que nos compete ahora, DEJEN TODO EN MIS MANOS, fue publicada en 1996 y gracias al buen ojo de una editorial española es que tenemos esta edición del año pasado. Todo un acierto de la casa editora porque si no fuera por su apuesta por rescatar a un autor al que no se le conocía, ni en pelea de perros, estaríamos privados de disfrutarlo, ya que por esas cosas que solo pueden darse en la literatura: Levrero estaba condenado a ser leído en círculos egoístas de letraheridos que poco o nada hacen por la difusión de su extraordinaria literatura.
Desde la contratapa se sugiere que esta no es la mejor novela de Levrero. Mi recomendación es que no hagan caso (en general para todo tipo de contratapas). Es cierto que DEJEN TODO EN MIS MANOS no es una gran novela, pero me imagino que no pocos escritores ya quisieran tener en su trayectoria una joyita como esta, porque si tuviera que dejar por sentado un concepto de esta novela es precisamente eso: que es una joyita, un canto a la más pura levedad en cuanto novela corta se refiere, siempre y cuando haya muchísimo talento y una patente intención de transgresión.
Un innominado escritor, que para variar tiene varios libros publicados y que sigue en las mismas, se encuentra atravesando una fuerte crisis económica, ante esto recibe una oferta por parte de un editor: encontrar al autor de un manuscrito de novela. En un principio, la propuesta le suena ridícula, pero cambia de opinión cuando se le dice que no solo se le va a pagar, sino que también se le publicará la novela que le acaban de rechazar.
Es así que se lanza tras la búsqueda de Juan Pérez, el supuesto autor, y se dirige al pueblo de Penurias, ubicado a varias horas de Montevideo, la capital de Uruguay. Sobre el manuscrito de novela no se dice mucho, solo que se trata de una obra que va a cambiar el devenir de la novela contemporánea, y si se ubica al autor la editorial podrá acceder a una subvención importante por parte de una entidad sueca.
A simple vista, la trama puede parecer de lo más absurda, pero si esta no tuviera dicha característica, no se podría apreciar la soltura y vicisitudes que rodean al innominado escritor metido a detective. Los personajes se cruzan con él en sus indagaciones, cada uno funge como una suerte de asociación simbólica ligada a la tradición de los viajes, y en cada encuentro prevalece la ironía, el humor y el desconcierto, canales estos que proyectan un feroz espíritu crítico a los vacíos del mundo contemporáneo.
La novela se nutre de la tradición del policial, pero carece a la vez, así suene a contradicción, de los componentes para considerarla como tal: los personajes, peculiares sin lugar a dudas y claves para todo policial, se limitan a cumplir una función decorativa, el escritor-detective no llega a interactuar del todo con ellos, solo se reduce a preguntar por Juan Pérez y a acostarse con Juana Pérez, la prostituta oficial de Penurias.
Por otro lado, el estilo de Levrero hace gala de un hechizo descomunal, llegas a creerte lo que te relata, te dices en más de una ocasión que “esto no puede suceder”, pero continúas, llegas a comprometerte del todo con la búsqueda sin lógica del escritor-detective, haces tuyas sus frustraciones, goces, inquietudes y esperanzas, y la perplejidad se apodera de ti porque crees desde sus primeras páginas que estás leyendo un intento de novela policial con devaneos metaliterarios, pero al terminar y conocer el “curioso” desenlace, tienes la certeza de que los mejores homenajes que se le pueden hacer al “género negro”, no son a través de la asimilación, sino picando piedra en las canteras de la parodia, objetivo que solo lo pueden llevar a buen puerto escritores dotados y que merecen ser leídos, como Mario Levrero.
Editorial: Caballo de Troya.
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