El escritor francés André Maurois advirtió alguna vez que para la diplomacia una cuestión aplazada ya está resuelta. Es lo que sucede con el problema del Sáhara Occidental, donde todos los involucrados parecen estar conformes con el status quo.
Según la diplomacia del reino de Marruecos, el problema del Sahara Occidental es un litigio que se resolverá simplemente el día que Argelia lo desee. Argelia, por su parte, lo único que hace todo el tiempo es confirmar la versión marroquí de que sus generales son los verdaderos amos del Polisario.
Argelia tiene mucho que ver con la prolongación del conflicto, pues aunque inspira, sufraga, financia y hospeda a los “saharauis”, pretende fingir que no puede negociar en nombre de ellos. Según filtraciones de Wikileaks, cuando España propuso a Argelia negociar con Francia y Marruecos para resolver el conflicto del Sáhara, los argelinos señalaron que “no negociarían en nombre de los saharauis".
Pecando de sensato, el entonces canciller Miguel Angel Moratinos elaboró un borrador que entregó a los cinco miembros permanentes del Consejo de Seguridad. Sin hacer juicios de valor, Moratinos reconocía la inviabilidad del reclamo “saharaui”, otro descubrimiento que debe ser muy deprimente para los partidarios de la “causa” del Sahara Occidental.
Leyendo los cables filtrados por Wikileaks se descubre también que en el fondo, todos los diplomáticos españoles incluidos los de izquierda, consideran a la idea de independizar el Sahara Occidental como poco realista.
Todavía más desalentador debe ser enterarse que Jacques Chirac, presidente de Francia, era considerado por la diplomacia española "más promarroquí que el rey de Marruecos”. Se deduce de las filtraciones que Chirac y Nicolas Sarkozy fueron aliados incondicionales de Marruecos, al punto que los mismos marroquíes se avergonzaban de ellos.
Hasta Yassin Mansouri, jefe entonces del servicio secreto marroquí (DGED), reconoció ante Christopher Ross, enviado personal de Ban Ki-moon para el Sáhara, que Rabat había indicado a Sarkozy que "sería preferible para Francia no ser percibida como tan pro marroquí con relación al Sáhara Occidental".
Un descubrimiento más, que quien escribe esto presentía leyendo las filtraciones de Wikileaks, es que en realidad la derecha fascistoide española es más partidaria del Polisario que la izquierda. Como botón de muestra, basta citar que el líder español que más respaldó los exabruptos de George W. Bush fue el que más criticó un posible apoyo estadounidense a los planes marroquíes. A principios de 2007, cuando Rabat empezaba a presentar al mundo su plan de autonomía, José María Aznar declaró "rotundamente" al embajador estadounidense en Madrid que la política de EE UU de acercarse a Marruecos "era una mala idea". Si Washington hacía concesiones a Rabat y le proporciona asistencia, Marruecos "abusará de estas cosas", le advirtió.
La hipocresía de la diplomacia de las antiguas potencias colonialistas solo se compara con el doble discurso de los países que en Latinoamérica dicen apoyar al Polisario. Basta saber que con su apoyo al separatismo saharaui, Cuba defiende la misma causa que Frank Ruddy, quien fuera alto funcionario de USAID –a la que los cubanos siempre acusan de injerencia- y embajador nada menos que de Ronald Reagan, así como preclaro referente de la ultraderecha del partido republicano de EEUU.
En la Venezuela bolivariana, a la que el Polisario gusta presentar en los papeles como aliada suya, la empresa Tripoliven procesa alrededor de 100.000 toneladas de roca fosfática al año, en su mayoría comprada a Marruecos –incluyendo la de procedencia saharaui- para suministrarla a la industria de detergentes del país. Para mayor humillación del Polisario, el fosfato del Sáhara Occidental también llega a Sudamérica a nombre de una empresa de capital estatal venezolano. Ninguno de los tres países sudamericanos más importantes para el comercio mundial: Ni Argentina, ni Brasil ni Chile, se han pronunciado a favor de la causa que defiende el Polisario. Y no resulta sorprendente, por lo tanto, que sea justamente en Argentina y Brasil, donde la empresa nacional de fosfato de Marruecos (OCP), mantenga sus principales oficinas en la región.
Dice un proverbio que con una mentira suele irse muy lejos, pero sin esperanzas de volver. Tal vez sea la explicación de porqué el enredo diplomático del Sáhara Occidental ha logrado prolongarse por tanto tiempo.
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