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Las verdades de la verdad

Y es que en este mundo traidor, no hay verdad ni mentira: todo es según el cristal con que se mira”. Ramón de Campoamor. Poeta español
César Valdeolmillos
martes, 3 de noviembre de 2015, 06:08 h (CET)
Recuerdo una historia en la que Dios y el diablo van caminando y ven un objeto brillante en el suelo. Dios lo coge y dice: "Oh, es la verdad". Y el diablo le dice: "Oh, sí. Dámela y la organizaré".

Me trajo a la memoria este cuentecillo el entramado de versiones encontradas que he escuchado acerca de una supuesta patada que el motorista Valentino Rossi, le propinó en Malasia al español Marc Márquez, en plena competición.

De un lado, los medios españoles reaccionaron con notoria indignación, como era de esperar, ante un hecho tan antideportivo. Por otra parte, los italianos se manifiestan en sentido contrario, atacando al español.

Sin tener en cuenta una intencionalidad previa, ni posibles intereses, es una realidad constatada que existen tantas verdades como testigos haya de un mismo hecho. Hubo un momento en que se pensó que las dudas que pudieran surgir ante los distintos criterios de los testigos de un mismo suceso, se podrían solventar con el visionado de la grabación realizada del acontecimiento. Pues en ocasiones, tampoco este sistema arroja luz definitiva sobre la cuestión, porque se ha comprobado que según desde el ángulo en que se haya realizado la toma de las imágenes, el resultado puede ser absolutamente diferente.

A pesar de la pluralidad de criterios que puede producir cada una de las acciones de los seres humanos, no tengo duda que para cada acontecimiento de nuestra existencia existe una verdad absoluta e incontrovertible. Lo difícil es saber cuál es, dónde se encuentra esa verdad. Quizá por ello, los jueces, sabedores de la dificultad de encontrar la verdad, sostienen que ellos aplican la Ley y ello, en función de las pruebas de que disponen. Pero eso no es impartir justicia obviamente. Lo de la Justicia… lo de la Justicia es harina de otro costal.

A diario, el diablo del cuentecillo se encarga de organizar la verdad, disfrazándola, ocultándola, manipulándola y desfigurándola; en suma: amordazándola.

Cuando con nuestras acciones sofocamos el limpio grito de la libertad, estamos convirtiendo el día en noche, y en fango, el agua pura y cristalina que nace del manantial.

Quizá, la mayor traición que podemos cometer hacia nosotros mismos, es ocultar la verdad, tras la fingida apariencia de una falsa verdad.

Pero… ¿Qué verdad es la que estamos enmascarando?

Dudo que haya alguien que haya conocido o conozca nunca la verdad; pues, aun cuando por casualidad resulte que haya podido conocerla, sin embargo, no lo sabe. Nunca lo sabrá. Por lo tanto, mientras no seamos capaces de alcanzar la que podríamos llamar “verdad histórica”, sobre todo aquello que suceda en nuestro entorno, no tendremos otra cosa más que una mera opinión.

Nadie nace con la verdad absoluta bajo el brazo, pero ante la necesidad que de la misma tenemos, lo correcto es encaminarnos hacia ella en vez de forjarnos nuestras verdades personales, como tan a menudo solemos hacer. Generalmente consideramos que la verdad, es la nuestra y no la de otros. Pero resultará siempre un intento inútil el tratar de convertir nuestra verdad privada en una verdad universal.

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