Nadie escapa al delirio educativo, ni tan siquiera la administración, la normativa, la inspección, los equipos directivos y otros elementos del mundo de la enseñanza. Y podemos comprobarlo haciendo balance haciendo un balance de las publicadas en los últimos cincuenta años, más o menos: 1970: Ley General de Educación y Financiación de la Reforma Educativa. Estableció la enseñanza obligatoria hasta los catorce años e introdujo la famosa EGB (Educación General Básica), que a algunos nos alcanzó nada más implantarse. Tras esta primera etapa de ocho cursos se accedía al BUP (Bachillerato Unificado Polivalente), de tres años de duración, o a la FP (Formación Profesional), para culminar los estudios no universitarios con el COU (Curso de Orientación Universitaria) cuya duración era de un curso. 1990: Ley Orgánica General del Sistema Educativo (LOGSE). Esta nueva norma modificó notablemente la estructura educativa establecida por la anterior. Amplió la edad escolar obligatoria hasta los dieciséis años. La Educación Primaria se redujo a seis cursos, con lo que los maestros de los cursos superiores de la EGB antigua pasaron a los institutos; se creó la ESO (Educación Secundaria Obligatoria), de cuatro años, el bachillerato pasó a ser de dos cursos y el COU desapareció. Las siguientes leyes no han cambiado la estructura de cursos establecida por la LOGSE, pero han servido para seguir echando más leña al fuego de la educación: 2002: Ley Orgánica de Calidad de la Educación (LOCE). Esta ley no llegó aplicarse, pues fue interrumpida en 2004 tras el regreso del PSOE al Gobierno.
2006: Ley Orgánica de Educación (LOE). Supone otra vuelta de tuerca a la locura educativa de los últimos tiempos y que se va sucediendo gobierno tras gobierno y que introduce los presupuestos y la visión que del tema hace gala el partido en el poder.
2013: Ley Orgánica para la Mejora de la Calidad Educativa (LOMCE), que sirve al partido contrario, en este caso al PP, para hacer los retoques que él considera acordes con su forma de enfocar el tema educativo e incluye algún aspecto como, por ejemplo y sin querer ahora entrar en más detalles, lo que tiene que ver con los derechos de la infancia o la desaparición de los ciclos en la Educación Primaria que se retomarán en la siguiente ley.
2020: Ley Orgánica por la que se modifica la Ley Orgánica de Educación de 2006 (LOMLOE). Es decir, que volvemos de nuevo a la LOE, actualizando, modificando y complementando esta última.
Como vemos, una marabunta de leyes con sus respectivas siglas que nunca acaban, estructuras, concepciones y términos educativos que solo enredan y nada aclaran. A lo largo de estos años hemos conocido, sin saber a veces desentrañarlos, multitud de conceptos, a saber algunos de ellos: contenidos conceptuales, procedimentales y actitudinales, criterios de evaluación, procedimientos e instrumentos de evaluación, temas transversales, educación en valores, competencias básicas, competencias clave, competencias específicas, estándares de aprendizaje evaluables, currículo competencial, situaciones de aprendizaje, saberes básicos, perfil de salida, descriptores operativos, competencia plurilingüe…
También se habla de distintas metodologías, a veces poco eficaces o difíciles de aplicar según los cursos: Aprendizaje basado en proyectos (ABP), que supone una concepción nueva del papel del profesor en el aula, como gestor del aula y no tanto como transmisor de contenidos; el aula invertida o flipped classroom que, como su nombre indica, consiste en darle la vuelta a la forma de aprender, en la cual el alumno ha de llevar la iniciativa; la gamificación, que consiste en introducir el juego en las aulas, como elemento motivador. Puestos a ahondar más en el tema metodológico, se distingue entre tareas, ejercicios y actividades. Y no olvidemos, por último, el empeño y también necesidad, dados los tiempos que corren, de alcanzar niveles aceptables de la competencia digital, en la que estamos metidos ahora por los designios marcados por la Unión Europea.
Todo esto parece muy bonito y muy técnico, pero lo fundamental no cambia. Salvo honrosas excepciones, que hay que poner en valor y que esperemos que vayan a más, el profesorado sigue impartiendo sus clases como siempre. Esta afirmación queda comprobada en persona a través de multitud de ocasiones en que se visita un aula, se revisan programaciones didácticas o se supervisa un proceso de evaluación, con motivo de las reclamaciones a las calificaciones presentadas por los alumnos, de todo lo cual vamos ofreciendo ejemplos con algunas de las anécdotas descritas en artículos anteriores.
Tantos cambios que, en muchos casos no hacen cambiar nada, sirven para que los diferentes jefecillos de turno de las distintas unidades de las administraciones educativas –ya sean estatales o autonómicas– vayan evangelizando y pregonando los nuevos cambios, según su conveniencia, en distintos foros que toman el nombre de jornadas, cursos o demás procedimientos de agrupamiento de docentes y personas relacionadas con el tema, que engloban bajo el marbete de “formación”, objetivo este que pocas veces se llega a alcanzar, a la vista de los resultados obtenidos, pero que bien sirven para reencontrarse con amigos y disfrutar del descanso del desayuno, a mitad de la mañana, y de una comida, al mediodía.
Tal desbarajuste educativo puede deberse al funcionamiento a veces errático del organismo del que depende tan importante materia para la sociedad. En mis años de tránsito por las dependencias y pasillos ministeriales saqué mis propias conclusiones, acertadas o no, ante la inacción e inmovilismo de las que, a veces, era testigo. En primer lugar, pude observar que era difícil que cualquier nueva iniciativa viera la luz al ver el trasiego de personas en los cargos, a resultas de las diversas contingencias políticas del país, ya fuera en términos estatales o autonómicos.
Así, si la facción dominante del partido político en el gobierno era una en concreto la cúpula ministerial pasaba de mano en mano, de acuerdo con esa presencia preeminente. Otras veces, cuando las elecciones autonómicas determinaban la caía del gobierno existente en ese momento, sus derrotados miembros buscaban puestos en otros terrenos y ámbitos de la política, entre ellos el estatal y el educativo y recalaban así en los huecos de responsabilidad creados para ellos. Y con ellos la gente de su entorno, aunque poco supiera del sector, por el simple mérito de pertenecer al grupo de amistades del agraciado político. He oído decir por algunos de mis superiores que a la hora de nombrar a sus colaborares se movía por afectos, con lo que de técnico y eficiente puede tener tal criterio.
Además de las decisiones más importantes sobre temas educativos, el anquilosamiento del funcionamiento diario se debe, en muchos casos, a que el responsable de turno de una determinada unidad en ese momento, en lugar de avanzar en el desarrollo de la labor encomendada, está más pendiente de su promoción personal. Esta idea me recuerda un pasaje de La Celestina, obra maestra de nuestra literatura, en la que la protagonista argumentaba lo siguiente al hablar con Melibea: “Así que el niño desea ser mozo, y el mozo viejo, y el viejo más”. En el caso que nos ocupa diríamos que el jefe de servicio quiere ser subdirector general y el subdirector general, director general, y el director general, más.
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