Ramón conocía de la muerte. La malicia invadió su mente. Esa noche la luna iluminó y rememorando, a su hermano menor Erick, cuando lo agarraron a patadas y trompadas lo subieron a un vehículo automotor, nunca le volvió a ver. Eso le amargaba su mente. Un día del tiempo.
-Con mucho cuidado-dijo su esposa-. -Lo sé, estamos en Golpe de Estado-respondió Ramón. Le dio un beso a su esposa, se abrazaron. Ella lo acarició afablemente. -Ve, vas a llegar tarde al trabajo-expresó su esposa-. Mientras tanto él muy suavemente, fue a los aposentos a despedirse de sus hijas. Porque nunca más volvería a verlas ni a su esposa, claro él no lo sabía. -Adiós que te vaya bien y cuídate mucho-le dijo la esposa-.
Ramón, hizo parada al autobús-urbano-, a su lado, iba una joven de ojos café claro, de inmenso cabello color negro, muy linda. Antes de llegar a su destino, al vehículo le hizo parada un retén de hombres camuflados señalando a ella. La esposaron en sus manos, llevándosela detenida.
-Y a éste -aseveró el encapuchado señalando a Ramón-.
Los llevaron al cuartel de la guardia y una veintena de guardias desnudaron a la jovencita con ferocidad. Ramón, se rehusaba a mirar, pero unos guardias lo agarraron por el pelo para que observara la orgía bestial. Un guardia y otro…, se metía en medio de las piernas de la joven, ella gritaba. Los soldados fueron turnándose uno por uno. Ramón. Desde su mente rogaba a Dios que concluyera ese suplicio de la cautiva.
-La cagamos, está muerta! ¿Y ahora? -gritó uno de los violadores-. -Pues no sé -expresó uno de ellos-. -De todos modos, la orden era eliminarla -expuso el guardia gordo chintano-.
Los días continuaron su curso. Ramón en la celda en la pared marcaba rayas, a veces escuchaba a la medianoche a otros (as) nunca vio, pero supo de ellos al oír los gritos, gemidos y llantos. Y nunca volvió a saber de ellos.
Ramón bajo el zumbido de una inmensa lluvia se despertó, y de un ejército de mosquitos. Discurrió estoy bromeando , pero eso no es parte de mis habilidades. El bombillo mortecino en ese momento continuaba encendido, miró los paredes derruidas de su celda. Ello era irrelevante para él. Había perdido la nación del tiempo debido al encierro. Esa noche de mucha lluvia tosió, escupió sangre. Estaba pestilente y renqueando, se aproximó a la pared. La puerta de metal hizo un ruidaje estruendoso, era que, el encargado de las llaves, le llevaba café y frijoles.
-Ahí tienes su comida, al rato regresamos, revoltoso hijo de puta-le dijo airadamente el guardia nefasto-.
En uno de esos días de calvario de celda Ramón escuchó: Hoy vamos a capturar más rebeldes. Era que, ese día le tocaba a su familia y en efecto los guardias acudieron a su casa y mataron a su esposa e hijas. El no se enteró. Siempre le decía a su mente: “Dios mío llévame contigo”. En ese momento. El aire se escapaba. El silencio era triturado por el zumbido de los mosquitos. Mientras tanto, a la jefatura de la comandancia llegó el guardia gordo.
-A la orden de mi comandante, sus órdenes fueron cumplidas al pie de la letra. Aquí tiene la lista de los muertos, y esta otra de los que hoy vamos a ejecutar. Entre los futuros a la muerte estaba Ramón. -Están en la mazmorra. Se los traigo comandante. Me lleva con vos, Las instrucciones fueron muy claras. Tengo meses de pedir el listado de los presos. -Quítate de mí mi vista o te meta un tiro. Te advierto, si algo le pasa a ese hombre date por muerto, imbécil -indicó el comandante-. Acto seguido salió corriendo el comandante, y decía paren esa ejecución desplazándose a los calabozos.
En ese interín, el comandante logró observar en la pared unas pequeñas rayitas. Un tremendo alarido se le salió el comanche y dijo mi hermano.
-Detengan esa puta ejecución, gritaba el comandante Ramiro-, agitado, corriendo desesperado. Detente, detente... Sonaron disparos unísonos. Era que su hermano Ramón había sido ejecutado por error de sus súbditos.
|