Era un 10 de junio de hace muchos años; mi padre se fue en silencio, en casa, sin llamar la atención. Como mi padre, muchos otros padres, se fueron, unos sin miedo, otros, apretando los puños. Respetando las diferencias, todos eran “padres” y todos quisieron esculpir a sus hijos con manos llenas de fortaleza e ilusión.
Muchos, en su atardecer “lloraron” en su silencio, ya sin futuro, por su obra mal terminada o por la lejanía de sentimientos debidos… “lloraron”, pero, a pesar de todo, “cansados”, “iluminaron, sonrientes” su agonía.
Me tomó la mano y en su angustiosa marcha gemía, “Señor, ¿qué he hecho para sufrir tanto?” y apretando más fuerte mi mano, poco a poco, como en un plácido sueño, me regaló el adiós más valioso que yo pudiera desear.
Era un 10 de junio. Recuerdo que mi padre tenía una obsesión, mi madre, su esposa: “¡María!, gracias por lo mucho que me diste; porque todo fue entrega, renuncia, sacrificio y alegría … SOLO LA NOCHE VEÍA TUS LÁGRIMAS”. ¡NO QUISIERA MORIR PARA PODER SEGUIR SOÑANDO CONTIGO!
Amanecía aquel 10 de junio… YO RECOGÍ SU HERENCIA… “Hijo, soy pobre… sólo tengo cariño” Hoy, 2022, aquel cariño se ha convertido en fuerza, ilusión y agradecimiento.
|