Comienza su editorial el Seňor Iturmendi, presidente de la Federación de Caza de Castilla y León, siendo sincero, porque pidiendo perdón por el título, “Tenemos derecho a cazar,¡cojones!”, aňade que ese acto de contrición no es muy veraz. Ya lo sabíamos aunque no lo aclarase, sabíamos que lo que este hombre dice aquí se corresponde exactamente con lo que piensa y que es la vocalización de su posición moral ante esta cuestión.
E inicia una descripción de la caza, "su descripción", la de un cazador. ¿Cómo describe un homófobo su postura o los que se oponen al debate de la memoria histórica su negativa? Al igual que este hombre justificando y pintándolo de bonito y necesario, aunque ese maquillaje mediático sirva de nula contención para las hemorragias de sus víctimas.
Lo llama deporte. Según el COI éste ha de practicarse dentro del espíritu olímpico que exige comprensión mutua, solidaridad y espíritu de amistad y de juego limpio. Que alguien me explique dónde está la solidaridad con el sufrimiento de los que caen abatidos por la caza, dónde el juego limpio si uno de ellos no ha pedido participar y en cambio le aguarda agazapada una muerte que ni sospecha. Explica que es una actividad lúdica. Lúdico significa relativo al juego, ¿un juego en el que uno muere?, ¿por qué no también lúdico circular con el coche a 150 km/h por las calles de una ciudad?, hay algunos a los que eso les parece divertido, para ellos es una conducta lúdica, sin duda.
Después explica que la caza es una de las actividades más regladas que existen. Bueno, requisitos físicos y psicológicos sí que hay para obtener y mantener licencia de armas, pero supongo que los cazadores que cada dos por tres matan a un seňor confundiéndolo con un conejo, o los que estando en tratamiento psiquiátrico asesinan a su mujer y se suicidan (o no) después, como el último en Sanlúcar, fueron a su reconocimiento en un momento en el que el médico había salido al baňo y les atendió el de la limpieza, que sabe mejor que nadie dónde están los certificados y el sello del colegiado. ¿De qué sirve exigir sobre el papel unas aptitudes cuando la realidad demuestra una y otra vez que algunos de los que portan armas con licencia disparan antes de asegurarse o las mantienen en vigor al mismo tiempo que están bajo tratamiento médico por algún desorden mental?
Luego explica que ellos son los que contribuyen a que nuestras carreteras no estén llenas de charcos de sangre con cuerpos de animales atropellados. Gracias, buen hombre, por trasladar hemorragias y cadáveres monte adentro, todo un detalle. Y esos que cruzan carreteras escapando de sus tiros son un fleco en su encomiable acción, menos mal que lo están solventando gracias a reclamar que se pueda cazar también al borde de viales.
Y con un "cojones", que de eso se trata sobre todo, presume de la cantidad de jabalíes que han matado, más de dos millones, aclara. Los censos de este hombre son como los que sirven para autorizar los campeonatos de caza de zorros en Galicia encargados por A Xunta, que de paso se encarga de subvencionar a la Federación Galega de Caza a través de la Consellería de Medio Rural. Censos parchís: pillo uno y cuento 20. Se reúnen cientos de escopeteros y consiguen abatir un puñado de raposos que luego tiran a la basura, tocan a 0,10 zorro por cabeza pero eso sí, allí había un porrón de ellos por metro cuadrado. Una matanza altruista, sin duda, como cuando con la connivencia de ayuntamientos se lanzan a la caza de perros y gatos porque "hay muchos" y alguien, sin nada de ganas, con profunda tristeza y por generosidad, claro, tendrá que hacer el trabajo sucio.
Dice que su actividad contribuye de forma esencial al equilibrio de los ecosistemas. Por supuesto, ¿qué no hay suficiente contaminación por plomo?, pues aportamos un poco más. ¿Qué hay dos corzos vivos paseando juntos?, nada, matamos a uno. ¿Qué mi compañero de lances lleva este mes más unidades de cadáver que yo?, pues salgo más días a matar y me igualo. ¿Qué este año el porcentaje de accidentes de caza es un 10% menor que el pasado?, pues como aquel matorral se agita alguno apretará el gatillo... En fin, lo que se llama equilibrar.
Dice que se niega a pedir perdón por ser cazador, que está orgulloso de serlo, y repite el cojones. Ya lo sabemos, hombre, se te nota, no puedes disimular que te gusta a veces pensar con ellos, sentir con lo que tienen justo detrás y que al igual que otros como tú pedir perdón por matar a inocentes no entra en vuestros proyectos, como tampoco lo hace la ética en vuestra conciencia ni la compasión en vuestro corazón.
Tarda unos cuantos párrafos pero al final ocurre, cómo no: habla de las guerras y de que a los animalistas les importan los animales pero no los humanos. Buscando en su hemeroteca y perfiles no he encontrado una sola frase de su inquietud por esas tragedias humanas, defendiendo la caza todas. No sé si las habrá escrito pero donde hay muchos cojones para justificar la muerte de animales yo sólo hallo silencio para referirse a la de los de nuestra especie como no sea para atacar a los animalistas. Nada raro en este colectivo que, como el de los toreros, utiliza a menudo los dramas humanos como arma, inútil por cierto, contra quienes amplían el sufrimiento a todas las criaturas, también aquellas cuya vida se lleva por delante la afición de este señor.
Llama a los animalistas delincuentes y perroflautas. Espero que entonces no se ofenda si yo calificó a un cazador de criminal. El los acusa de lo que no hacen, cometer delitos por el hecho de luchar por los derechos de los animales, en su caso matarlos no es una infracción, excepto los continuos casos de furtivismo, pero sí es un acto criminal en cuanto que crimen también significa la acción voluntaria de matar a alguien. Un crimen pues, legal.
Perroflautas. Voy a citar algunos nombres: Dalai Lama, Phillip Wollen, Rosa Montero, Jorge Riechmann, Eduardo Galeano, John M. Coetzee… Perroflautas, ¿no, seňor Iturmendi? “Dícese de desaseados, con aspecto descuidado, amigos de las litronas y de ciertas drogas, pertenecientes a tribus urbanas”. Justo la definición en la que encajan los nombres que he citado. Mire usted, eso de intentar identificar a los integrantes de cualquier movimiento social por la igualdad, la justicia o contra la violencia con inadaptados, antisistema y a menudo filoterroristas (cuando no directamente terroristas), es una táctica vieja y cada vez menos efectiva. Por otra parte no hace falta ser alguien con renombre para servir como referente ético en determinada conducta. Yo conozco a muchísimos animalistas, anónimos la mayoría, con infinidad de profesiones, hasta en el paro, con roperos variopintos, jóvenes, viejos, creyentes o no, y ni son perros en el sentido despectivo que usted utiliza el término ni tocan la flauta. Del mismo modo que no hace falta ser famoso para tener la razón o credibilidad ni serlo lo garantiza, ser conocidillo no le autoriza a menospreciar a nadie por su condición social, su vestimenta o lo que bebe, pero sobre todo no le exime de la responsabilidad moral por echar mano de forma consciente del embuste y por pertenecer a un colectivo que ha hecho de la muerte ajena su mayor entretenimiento.
—¡Mierda para ellos! – dice Don Santiago, pero tal vez lo que le suelte el vientre es una certeza que él mismo expresó en una entrevista que le realizaron en 2014, cuando al preguntarte que hacia dónde camina la caza respondió: “la caza salvaje por desgracia creo que lo tiene crudo. En cincuenta años cazar algún animal salvaje igual es una quimera, pero ojalá me equivoque”. El recurso del pataleo es lícito, y si el de este hombre es lanzar excrementos por su boca está en su derecho, ni siquiera ensucian, los cartuchos matan.
Va terminando su texto pidiendo, sí, ¡cojones!, a los políticos para enfrentarse a los radicales (nosotros), pero al tiempo no demanda debate ni votaciones. Mientras exige que nada en su gremio se toque piensen lo que piensen el resto de ciudadanos o avance lo que avance la ética y que esta protección se lleve a cabo por cascarones, asegura que ellos, los cazadores, no son los violentos ni los intolerantes. Resulta curioso escuchar a quien reclama el derecho a matar animales por placer, y lo hace, proclamarse adalid de la no violencia, y acusar de ser violentos a quienes trabajamos por impedir que nuestros montes sean un sangriento pim pam pum de feria donde cada año mueren unos treinta millones de animales a manos de los cazadores y también un par de docenas de humanos por "accidente”. Lo de la intolerancia es como lo del “qué malo es prohibir” de los taurinos. Tal vez a estos señores les parezca fatal que se legisle prohibiendo cuando el acto vetado evita un daño a terceros, quizás ellos prefieren que se pueda seguir conduciendo con cinco cubatas en el cuerpo o hacer fuego en medio de un pinar, pero otros nos alegramos y mucho de ciertas restricciones legales.
¿Y saben cuál es la última palabra de su artículo? Esa misma que les viene a la cabeza. Dice que se los estamos tocando. Señor Santiago Iturmendi Maguregui, Presidente de la Federación de Caza de Castilla y León, nada menos apetecible para mí, se lo aseguro, que sobarle a usted. Yo lamento que se tome como algo personal, como una afrenta - lo lamento pero lo comprendo porque es parte interesada-, el que una sociedad evolucione y dentro de esa transformación se vaya poniendo veto a ciertas actividades que van dejando de tener cabida en ella por lesivas. Por tocárselos veo que hasta se los tocó WWF Adena cuando retiró la presidencia de honor al entonces rey Juan Carlos I por sus correrías cinegéticas y usted, inmediatamente, presentó su baja como socio en solidaridad con él al tiempo que defendía públicamente “la caza ordenada” de elefantes en África. Cuando se mata de forma estructurada a la víctima, ¿le duele menos? Antes de su rabieta otros sintieron y proclamaron que también se los estaban manoseando por acabar por ejemplo con las peleas de perros o con las corridas de toros en Catalunya.
Las palabras y sobre todo la recurrencia cojoneril del señor Iturmendi sin duda serán del agrado de Carlos Delgado, aquel Conseller de Turismo de Baleares que se fotografió muy sonriente con los testiculos del ciervo que había matado sobre su cabeza.
|