Es la frase que está en boga hoy día. La escuchamos por doquier. Todo el mundo hace aspavientos y manifiesta su desagrado por estos calores, estas calores que nos agobian. Serpentea como una culebrilla la idea de que esto es inusitado, que antes no pasaba, que, por culpa del cambio climático, estamos padeciendo un tiempo de sofocante calor que antes no se conocía. Los registros de temperaturas son relativamente recientes, por ello no podemos conocer el tiempo que hizo en épocas pasados. De ahí que siempre haya alarmistas, yo entiendo que son faltos de memoria o de conocimientos, que ante una ola de calor o de frío exhiben el espantajo del cambio climático y, que, poco más o menos, estamos ante el fin del mundo, porque estas temperaturas antes no se daban. En mis investigaciones especializadas en el Siglo XVI, principalmente en Córdoba, cuento con un instrumento valiosísimo que me proporciona el quehacer diario de ésta. En ellas encuentro desde el precio del pan, las tejas, las velas de sebo, el jabón, la pescada o el salario (nunca se dice limosna) que se había de dar los pobres. En una palabra, en ellas se plasman todos los asuntos que coadyuvan al buen gobierno de la ciudad, hasta anotaciones meteorológicas. Sí, sí, aunque nos parezca extraño, indicaciones sobre el tiempo que hace en un determinado mes. Los Regidores municipales, Caballeros Veinticuatro, en Córdoba, tenían, por mandato real, la obligación de reunirse los lunes, miércoles y viernes de cada semana para tratar de los asuntos concernientes al buen gobierno de la ciudad, pues bien, el lunes 7 de julio de 1533, sin consultarlo a sus Majestades, cosa que hacían para el asunto más nimio, deciden suprimir la reunión de los miércoles a causa de los muchos calores que hacen. Ítem más, cuando era pequeño, mi madre, al volver del mercado de abastos de hacer la compra, nos decía: “Hoy han dicho en la Plaza que va a haber dos horas de asfixia, así que de tres a cinco no pisáis la calle”. En Córdoba llamábamos “hora de asfixia” a aquella en la que el calor es sofocante y salir a la calle era como exponerse a la boca de un horno abierta Entonces llevábamos una sola hora de adelanto con el reloj solar. Otro asunto es el que los agoreros echan la culpa de las mutaciones de tiempo, frio o calor, al cambio climático. Desde el punto de vista de mis conocimientos geográficos, no me encuentro en condiciones para negarlo ni afirmarlo. Lo que sí mantengo es que este globo en el que vivimos tiene, según los cálculos efectuados por científicos muy sesudos 4.543 millones de años (desconozco cómo han llegado a tal precisión, pero démosla por buena). ¿Cuántos cambios climáticos se habrán producido desde entontes? Cito uno que todos conocemos: las glaciaciones. Ha habido cinco grandes de ellas. ¿Sucedieron de la noche a la mañana? ¿De pronto el hielo se extendió, de imprevisto, desde el Ártico casi hasta los Pirineos? ¡Ni mucho menos!, llevó años contados por millares como mínimo. ¿Acaso el inmenso bosque que hoy ocupa el desierto del Sahara se transformó en 24 horas? Porque hace más calor o más frío ¿se está cambiando el clima de la Tierra? Me extendería mucho si lo explicara por los ciclos y en las manchas solares, de los que apenas se habla. Voy a recordar la llamada “Pequeña edad de Hielo” que se inició a principios del siglo XIV y sus últimos coletazos llegaron hasta mediado el siglo XIX, con el consiguiente cambio de clima en Europa. ¿Desapareció la Humanidad? Podemos dar constancia de que no.
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