Un 23 de julio de 2003 nos dejó Fernando García Tola, uno de esos singulares tipos que en ocasiones se le cuelan al colectivo imaginario por una de las descuidadas rendijas de lo inusitado emplazadas en los márgenes de la entronizada planicie mediática. Otrora, allá en los ochenta, hallaban más cabida especímenes del percal del interfecto aquí remembrado, dado que la cosa la estaban intentando refundar algunos allende lo estatuido.
Tola tenía un aire así como perennemente resacoso; de una lúcida resaca parecían emerger sus mediáticos parlamentos ahumados, esto es, cubiertos habitualmente con el tul de una alcaloide bruma. De un recio cansancio era su estar en plató. De una suavidad macho era el modo en que administraba sus variopintas disquisiciones.
Entre sus más llamativos hallazgos cabe referir la puesta al frente de la sección de crítica cinematográfica del célebre actor Pirri (conocido por sus frecuentes incursiones en los entonces exitosos filmes de cine quinqui), quien acercó al común lo que la cartelera anunciaba semanalmente por aquel entonces.
Umbral, que escribió de todo dios, también escribió en varias ocasiones de Tola (no podía obviar a un vallisoletano desembarcado en la Corte el en cierta manera también vallisoletano por algunos flancos), y leyendo precisamente una columna umbraliana del año ochenta y cuatro en la revista “Tiempo”, quedé rendido ante los incisivos y certeros apuntes umbralíes acerca de la insigne figura de aquel extravagante personaje habitante circunstancial de televisivos platós que fue Fernando García Tola. Umbral señalaba: “Tola es un intelectual ácrata de la televisión que se inventa lo que quiere y lo deja cuando le da la gana. Yo no sé si Tola choca o no con los organismos burocráticos de TVE, pero me parecería natural que chocase, ya que su inventiva libre, insolente e irónica nada tiene que ver con el burocratismo periodístico de Íñigo, por ejemplo”.
Condensa a la perfección Umbral el talante libertino del comunicador, perteneciente a esa especie (a la que también pertenece Pedro Ruiz, verbigracia) de creadores de espacios televisivos de autor. Ahora se estila el modelo “teleñeco”. Umbral expresaba con acierto simpar en qué consistía la amplia creatividad de Tola: “nos ofrece una sobreinformación inventada, una prolongación imaginativa que resulta, al fin, más real que la realidad. La verdad de Tola es la mentira y su mentira es la sinceridad de lo que, si no está pasando ya, debiera pasar en seguida”.
Umbral caló a la perfección el temperamento libertario (en el sentido más creativo) del presentador y lo glosó con tropológica perspicacia marca de la casa: “Es un anarquista dentro de un sistema. Hay que suponer que el sistema acabará devorándole. Como hay que suponer que Tola, Jonás de la ballena televisiva, acabará expulsándose a sí mismo al exterior, para hacer otro programa” (“Tiempo”, 4-6-1984, p. 135).
Umbral y Tola fueron dos ácratas que, con la insolencia, la provocación, el talento y el genio por bandera aportaron (desde los medios) a la pálida cotidianidad incuantificables dosis de edificante maestría, la cual se echa de menos grandemente en estos tiempos de pánfilo integrismo oportunista y espurio. Hoy proliferan los “comentatodo” que cotizan como autónomos a la Seguridad Social pero ninguno lo hace como intelectual independiente al cultural acervo popular diario. Hoy García Tola se hallaría en los márgenes, cual el antes mencionado Pedro Ruiz.
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