Acabo de oír, de boca del presidente del Gobierno, la misma cantinela que vengo oyendo siempre: “Aunque a algunos no les guste, nadie cuestiona mi liderazgo”, o bien sale con aquello de la mala herencia recibida de Zapatero, etcétera. Pero lo cierto es que casi todo lo que dice es el resultado de un cúmulo de medias verdades, o acaso ni tan siquiera eso, sinceramente me exaspero e irrito, porque me duelen esas expresiones con visos de ser mentiras; y a mí, estos exabruptos lanzados gratuitamente no me gustan en absoluto: los diga quien los diga y vaya adonde vaya. Porque a la postre resulta que, a fuerza de repetir una verdad, la mentira se convierte en cierta. Y además, era mal momento porque yo iba conduciendo; por lo que, algo furioso, me lanzo rápidamente y desconecto la radio. Al final, la mentira tiene siempre un coste. Y el coste es el cabreo, o el dolor de cabeza, o acaso algo peor.
Hechas estas salvedades, no dudo que el valor de la mentira siempre se paga con el precio de la verdad; aunque por otros casos iría directamente a la cárcel. Por supuesto que todo gobierno debe cuidar lo que dice tanto como lo que hace. El político ha de ser una máquina casi perfecta de decir verdades. Solo que como antes hemos visto y sin duda seguiremos viendo, a lo largo de este artículo se observarán casos en que lo que se dice no se corresponde con la verdad. Así, la corrupción, por ejemplo, desacredita altamente al corrupto, por reconocido político que sea. Y aseguro que nunca llegará más allá de sus escasos pasos. Él solo parará el carro de las imprudencias.
Y aunque sea poco creíble, aún iba en el coche cuando me vino a la memoria aquella famosa frase de Napoleón Bonaparte: “Nada va bien en un sistema político en el que las palabras contradicen a los hechos”. Esto es así de claro porque también los hechos, al final, cristalizan en palabras, y la claridad llega al ciudadano en forma de rotunda verdad. Claro que a un pueblo analfabeto y hambriento (aunque ese no sea nuestro caso), tiene una sola necesidad primaria: llevarse un trozo de pan a la boca. En tanto que para los analfabetos, la política y los políticos siempre será algo demasiado oscuro, ya que no creo tangan muy claro de cómo van las cosas. Ni parece que las necesiten. Aunque no olvidemos que los españoles somos el furgón de cola de la Unión Europea. Y solo por eso ya se nos debería caer la cara de vergüenza.
Por supuesto que no todo es malo; pero la maldad anida en el hombre. Por lo tanto, nunca debemos dejarnos engañar por determinados políticos; políticos que si de verdad pretenden hacer un mundo más habitable, jamás deben ocultar la verdad a sus ciudadanos. Mucho menos, si ese político es un corrupto, un ladrón de guante blanco o, simplemente, un vulgar mentiroso. La mentira es un virus. Y el político corrupto está a años luz de la ética. Y es curioso: la estética de la ciudadanía es una consecuencia de la ética del político. De lo que lógicamente se desprende que de sin ética no hay políticos, nunca tendremos una política decente.
Y ahora, dejando a un lado al Gobierno de España, aunque sin salirnos de él, uno se pregunta: ¿qué piensan en la comunidad autónoma de Cataluña? Porque resulta que su presidente, presuntamente corrupto, se halla enfangado hasta el cuello, por más que lo niegue por activa y pasiva. Achaca el presidente Mas que tanto a su persona como a su partido se les está acosando por parte de jueces y fiscales del Estado español. Lo mismo dice el fundador de Convergencia, ahora que se están destapando casos y casos de una corrupción abrumadoramente indecente. El dinero salía de España, y el dinero se blanqueaba y volvía de nuevo a España, sin problemas ya para invertirlo en los negocios más rentables. Un verdadero escándalo.
Qué España roba a Cataluña, dicen algunos? ¿No será al contrario? Unos por esto, y otros por motivos puramente legales, entre muchos corruptos flaquea la ética de la razón. No les quepa la menor duda.
|