Con la edad te vas encontrando con situaciones que te hacen recapacitar sobre la escasa valoración que le damos a la posibilidad de disfrutar de todos los sentidos. Debido a una pequeña intervención oftalmológica que he sufrido en estos días, durante unas cuantas jornadas he permanecido con dificultades en la visión. Como todo lo que se aprende de mayor, el moverse con escasa visibilidad es un ejercicio difícil. Se encuentra uno con una sensación de inutilidad y de dependencia de los demás. Gracias a Dios, el momento de impotencia ha pasado pronto. En un par de días he recuperado la visión total y solo me queda un morado que me hace parecer a un boxeador después de perder un combate. Los problemas surgidos en uno de los sentidos, te hacen activar muchos más el resto de los mismos. El poder ver muy poco hacia fuera, te hace mirar con más atención hacia adentro. Consecuencia: creo que nos debemos preocupar no solo de mirar; tenemos que acostumbrarnos a ver. A los demás y a ti mismo. El volver a ver trae consigo el prestar más atención a lo que te rodea. Valorar la belleza del universo. La hermosura de un atardecer en la playa o la mirada inocente de un niño. La diferencia entre mirar y ver es semejante a pasar por la vida o vivir la vida. Pasar el rato o descubrir la maravillosa sensación de disfrutar de cada momento. Esta experiencia me ha permitido valorar mucho más lo que tengo, que añorar cuanto vas dejando atrás. Los moratones y las ojeras pasan. Detrás de las gafas oscuras vuelven tus maltrechos ojos a ser espectadores privilegiados de la vida. La oscuridad se tiene en la mente. Pero, contra, ¡cuanto se agradece volver a ver con nitidez!
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