Uno de los problemas que surgen cuando pasan los años por nuestra vida inexorablemente y no sabemos aceptar el paso a una situación secundaria. Casi de stand by.
A lo largo de mi existencia he tenido la oportunidad de enfrentarme a situaciones delicadas en las que tenía que optar por agarrarme al cargo o carguillo, al puesto o al puestecillo, o bien, dimitir cinco minutos antes de que me echaran o me obligaran a ello. Entonces, sin pensarlo, yo dimitía. Esta circunstancia trajo consigo el que algunos allegados me llamaran jocosamente “Dimitri”.
Esta reflexión ha llegado a mi mente con motivo de las declaraciones del Papa Francisco en las que insinúa que no dudará en dimitir si se siente incapacitado para detentar el papado con dignidad y eficacia. No es el primero, el Papa Benedicto tomó la misma decisión pese a que algunos integristas dicen defendiendo la idea de que fue prácticamente “confinado”.
Tengo un amigo Obispo que tomó esa determinación hace años y sigue prestando sus servicios desde la segunda o tercera fila sin que se le hallan caído los anillos ni deteriorada su dignidad. Pienso que los mayores debemos seguir este ejemplo. Acostumbrarnos a ser segundones o tercerones en nuestras actividades, a ser hijos de D. Fulano en vez de padres de Fulanito. A dejar de ser patriarcas y aceptar que somos “los mayores” de la comunidad.
Ciertamente nuestro ego se rebela y, a veces, nos sentimos menospreciados o capitidisminuidos. El tratamiento es el mismo: agua y ajo. Huir de los cinturones de seguridad que nos atan a la poltrona y buscar un sitio digno y escondido allá donde te encuentres.
Si el Papa Francisco se ve incapacitado para prestar su servicio eficazmente, que dimita. Le seguiremos queriendo lo mismo y agradeciendo ese aire fresco que ha traído a la Iglesia durante su pontificado.
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