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Ironías decisorias

Una verdadera degeneración para una convivencia social
Rafael Pérez Ortolá
viernes, 5 de agosto de 2022, 11:29 h (CET)

Cómo denominar si no a ese funambulismo arriesgado de plantear las cosas a base de equívocos, ni los más efusivos aplausos son indicativos de las mejores celebraciones. Sobrepasamos aquello de los errores semánticos por desconocimiento de las palabras y sus significados; en cambio, las utilizamos de manera tendenciosa para acentuar las maniobras distorsionantes. 


Funcionando a través de diálogos incordiantes modelados por maquinaciones aviesas, se avizoran peligrosas complicaciones. Se resienten las conclusiones proclamadas, con el lógico enturbiamiento de las decisiones posteriores. En los ámbitos actuales destaca el alarde de suplantar la franqueza con actitudes manipuladoras y el desasosiego resultante.


Las maravillas del arte son enriquecedoras desde sus variadas facetas y uno de los potentes latidos de la Humanidad. Por fortuna, ni somos capaces de definir el arte ni de controlarlo, nos sobrepasa, nos hace conformarnos con aproximaciones, fuera de las conclusiones que suelen ser tendenciosas. En el acercamiento a la realidad artística brotan ironías de lo más expresivas. La pretensión de valorar el arte según las reglas económicas desarrolla sus planes comerciales a través de un deslizamiento por el tobogán de la desorientación. Hay pequeñeces de auténtica grandeza artística y fastuosidades verdaderamente chabacanas. Quién se aferra a proclamaciones rotundas, expone su perfil alejado de las cualidades primordiales.


Si fuéramos sinceros, el asunto no pasaría de fuertes convicciones comunicadas con el correspondiente entusiasmo; sin embargo, en cuanto no compartimos el significado de dichas expresiones, estas se van desplazando al tono jocoso y a través del engaño ocultan bucles burlescos cargados de menosprecio. Uno de los sectores afectados en estos deslices gira en torno al ejercicio de la libertad. Se aprecia bien la distancia efectiva desde el decir al hacer, siendo muy elocuentes los comportamientos. La fibra irónica va muy ligada a la palabra libertad, la reiteración engrandece sus dimensiones, allí ya no caben las limitaciones, transformándose desde ese momento en un concepto esclavizante, por la insatisfacción y su carácter irreal.


Hay muchas maneras de razonar, pero a diario notamos el golpeteo de esa cantilena de presentarnos los datos objetivos como incontestables. Y es mucho decir, excesiva esa afirmación; por la elaboración humana de esos datos y sus limitaciones. Esa visión objetivista es toda una formulación de significados. En la medida de su intensificación se desvincula de las diferentes percepciones humanas. Los planteamientos meramente objetivistas se extralimitan, se convierten con facilidad en razones instrumentales. Provocan un notable desequilibrio en las múltiples relaciones antropológicas. Las personas acaban dominadas por unos pretendidos entes absolutos pergeñados por simples humanos.


Los contrastes nos acechan por las mil circunstancias de la vida; unas veces nos provocan  sensaciones estimulantes, pero con frecuencia demuestran comportamientos inconvenientes e incluso degradantes. Las enormes posibilidades a la hora de comunicarnos no las aprovechamos con inteligencia. La irónica proclamación de la libertad expresiva según el pensamiento libre de cada cual se ha convertido en la práctica TOTALITARIA de esa agrupación de numerosos anónimos que pretenden decirnos aquello que se debe pensar en cualquier momento. Pueden nacer de presiones controladoras a nivel político, pero no escasean los grupúsculos engreídos adheridos a cualquier simpleza intolerante.


La degradación de las palabras nos encamina sin remisión a una nueva Babel de consecuencias imprevisibles; asumimos esa situación de manera irracional porque renunciamos a cualquier acuerdo de entendimiento mutuo. Por el contrario, nos empeñamos en la terquedad de mantener posturas meramente particulares; esas verdades insustanciales de poco relieve. No queremos entrar en razón. De esa manera, insistimos en esas verdades pequeñitas algo o mucho engreídos. Lanzados de lleno en dichas pretensiones desdeñamos aquellas nociones de vonBalthasar sobre la esencia de la verdad como entidad sinfónica, son muchos los participantes y ninguno puede considerarse su dueño.


A poco que abran las páginas informativas habituales las actitudes irónicas brotan en torno a los asuntos más diversos. Destaca la de proclamarse interpretes de una SUPREMACÍA moral, sobre todo de izquierdas, mientras sus declaraciones y comportamientos son de lo más deleznables. Acaparando dinero como el mayor recaudador, despotricando contra todos los poseedores de criterios diferentes, eliminando el diálogo constructivo de sus quehaceres, sin aportar ideas reflexivas y tratando de dictar sus normas al resto. No importa su rango social, artistas, gestores o políticos; la pretendida superioridad refleja al máximo sus carencias en el campo de sus pretensiones.


Anta la serie de penalidades sufridas por muchas personas, destacan las respuestas inapropiadas por parte del entramado social; eso sí, disfrazadas con  frecuencia de todo tipo de subterfugios. Ocupaciones ilegales, malos tratos, agresiones o comportamientos corruptos, son atribuidos irónicamente a la permisividad de jueces o fuerzas del orden, mientras se disuelve el papel responsable de los legisladores que promovemos en sus puestos. Los máximos autores de las normas en ejercicio suelen dedicarse a sus labores partidistas. Es notorio el poco empeño puesto en la adaptación de las normas a la defensa de los ciudadanos, favoreciendo de esa manera los comportamientos escandalosos de verdaderos delincuentes.


En otro desliz producido en los entresijos de las labores judiciales y su relación con los poderes públicos, la desfachatez suele poner de relieve no sólo la cara dura, sino la malversación de las ideas por la gente pretendidamente responsable. Después del mayor caso de corrupción en Andalucía, en las altas esferas se considera a los condenados como justos, pagando por lo hechos de otras personas. Nos intentan inculcar la idea de unas personas justas, cuando fueron la máxima autoridad bajo cuyo mandato se produjeron los desvíos dinerarios desde los puestos de gestión. La desvirtuación de los conceptos parece manifiesta si predomina la incapacidad y la tolerancia con las manipulaciones.


La cuestión del camuflaje a la hora de comunicarnos no parece una buena orientación para entendernos; llegando a ser una verdadera degeneración para una convivencia social que se precie. El despropósito se acentúa cuando los mensajes deformantes provienen de los cargos públicos. De seguir así acabamos en una desconfianza permanente, con la consiguiente paralización de las labores de colaboración. Imponernos a los demás a base de falsificaciones y proclamaciones equívocas, viene a demostrar la calaña de quienes emiten esos mensajes; también la pasividad comodona y estúpida de los receptores de los mismos. Un círculo vicioso de la degradación social.

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