Según los datos del Instituto Nacional de Estadísticas los españoles cada vez nos reproducimos menos y a una edad más tardía. Se han perdido aquellas familias jóvenes que se ponían a la tarea de incrementarse apenas los varones volvían de la mili, encontraban un trabajo y gozaban de un trabajito adecuado.
Los jóvenes del siglo XXI se preocupan mucho más del botellón, del “tinder” y del “aquí te cojo, aquí te mato”. Sin ningún tipo de cortapisas y con los nuevos tipos de relación: pareja abierta, poliamorosos, “f…amigos”, swingers, flexisexuales y distintas “palabrotas” que hablan mucho de sexo y poco de perpetuar la especie.
Hay más anuncios de preservativos que de leches maternales y juguetes para los bebés. Se habla más del cambio de pareja que de la formalización de la misma. Así que nos vemos abocados a la extinción de la especie. Eso sí. Hartos de copular y escasos de amar.
Todavía quedamos unos pocos de ilusos que creemos en la pareja estable, la familia tradicional y la relación entre padres, hijos, hermanos, abuelos, nietos, etc. Aquellos que creemos en los amores para siempre y el sentido de la convivencia familiar.
Mi buena noticia de hoy me la transmite un acto al que pude asistir ayer. Una reunión familiar para comunicar la próxima llegada de otro miembro a una familia de por sí ya muy extensa. La que hace el número veinte de una generación de nietos. Lo curioso es que se recibió con la misma algarabía que si fuera el primero. No es uno más. Es otro ser único e irrepetible que puede ser una persona importante en la próxima generación.
Alguno se dirá. –“Otra batallita del carroza de Manolo”- Pues sí. Que quieren que les diga. De lo que abunda en tu corazón… habla la boca.
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