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El debate

Más parecía un reality show que un debate electoral
Jorge Hernández Mollar
jueves, 10 de diciembre de 2015, 23:00 h (CET)
Mas parecía un reality show que un debate electoral: deslumbrante aparato publicitario de Atresmedia, el cinturón de Errejón, el carmesí de Soraya, la corbata roja de Sanchez o el mini volumen del “aspirante” Rivera.

Todo ello adobado con una sala repleta de cuatro grupos juveniles, convenientemente abanderados, que naturalmente lo que menos les motivaba era el debate. Cada uno tenía claro quién era el ganador desde el principio de los tiempos y así lo proclamaban fervientemente siguiendo las pautas previstas del realizador.

El escenario, muy adecuado para el show que con pertinaz insistencia se venía anunciando desde una semana antes, presentaba novedades inéditas para los candidatos. Figuración hierática durante dos horas, dos moderadores/entrevistadores y un atril marginal para alejarse lo más posible de la “vieja política”.

Una sola mujer y tres hombres, curiosamente la del partido que no era partidario de la cremallera, el partido popular, se enzarzaron en una lucha titánica para tratar de mensajear palabras o frases que fueran convenientemente reproducidas en las redes sociales. Redes, que según algunos comentaristas, conmocionaron al mundo: trending topic mundial, casi nada.

Las pensiones, el paro, la educación, la corrupción, la reforma institucional, la cuestión catalana y poco más fueron los temas que, de puntillas, iban saltando de uno a otro desde la pose, la candidez y el avatarismo de los aspirantes hasta el rigor y la asombrada mirada de la candidata popular, que, por cierto, era la única conocedora de la España real.

El aspirante Sánchez con una sonrisa forzada y plantado como un jugador de baloncesto, tiraba al aro una y otra vez fallando los encestes, porque no sabía ni en que tablero jugar ni donde estaba su adversario. Representaba claramente a un partido socialista desangrado a su izquierda y por el centro. Aspirante obsesionado por desalojar a Rajoy de cualquier forma, lanzaba graves acusaciones sobre la corrupción al partido popular como si de una virgen vestal se tratara. La humildad no le adorna precisamente. Y al final no supo explicar tampoco lo que es un Estado federal…

El tertuliano Pablo Iglesias tuteaba frecuentemente a los aspirantes dando una preocupante imagen de compadreo. Cual Scaramuche, blandía una y otra vez su modesto bolígrafo bic, a ver si rascaba votos de los otros dos colegas que estaban posicionados precisamente a su izquierda y a su derecha, Sánchez y Rivera. Reivindicaba insistentemente sus románticas sentadas del 15M para que no se le confundiera integrado, como ya lo está, en la otrora denostada “casta”, palabra que ha desterrado de su muy elaborado lenguaje político. La demagogia es su vena artística, no cabe duda. Aunque un mínimo conocimiento de Andalucía y su rica historia no le vendría mal.

El “joven” Rivera manifiestamente nervioso buscaba el imposible desmarque de unos y otros. Bailar con distintas parejas en el mismo baile, tiene ese inconveniente. Apoyar a las “viejas” y dispares políticas en Madrid o en Andalucía, por ejemplo, no deja de ser un contrasentido del que no puede evadirse. Es solo un espectador que aplaude o pita, según quien gane o pierda.

La cuarta contrincante Soraya Sáenz de Santamaría, se quedó esperando lo que nunca ocurrió en el debate: hablar de los problemas reales de los españoles y de la situación de España en un contexto nacional e internacional harto difícil.

Los otros contrincantes hicieron oídos sordos al agujero en el que España estaba sumido por la errática política del gobierno socialista de Zapatero, que de negar la crisis nos llevó al borde del rescate y de la intervención política, económica y financiera por parte de la Unión Europea.

Tampoco quisieron hablar de la destrucción diaria de 1.500 puestos de trabajo, ni del colapso de las empresas por el grave endeudamiento a que les arrastró la casi quiebra del Estado. Es una realidad que nadie discute, que gracias a haber aplicado recetas de austeridad, de saneamiento y buena administración se está recuperando la confianza del mundo empresarial con la consiguiente creación de empleo. Es una política “vieja” y “exigida” por nuestros socios de la UE, que ha resultado ser muy eficaz.

La política internacional se redujo al casposo discurso de la manida guerra de Irak. Si van o no van tropas a Siria. Espero que nuestros aliados occidentales tuvieran apagados el televisor en ese momento. Causa rubor que quienes aspiran a gobernar España tengan una visión tan pobre de nuestra situación geoestratégica y de nuestros compromisos internacionales. Nada se dijo sobre el binomio seguridad-libertad, ni se hizo mención siquiera de la política de inmigración o de los refugiados o del cambio climático, tan de actualidad.

Nunca mejor que el consabido refrán de “mucho ruido y pocas nueces” para definir lo que fueron dos horas de un debate que aportó poca ciencia, profundidad, escaso rigor y conocimiento de lo que es la vieja política que desde los griegos y romanos se considera como “ una rama de la moral que se ocupa de la de la actividad, en virtud de la cual una sociedad libre, compuesta por personas libres, resuelve los problemas que le plantea su convivencia colectiva. Es un quehacer ordenado al bien común.”(Wikipedia)

En resumen, es evidente que a la vista del espectáculo pseudo político que nos sirvió el debate televisivo, millones de españoles seguirán optando por la “vieja” política de Mariano Rajoy que tantos y tan buenos resultados está ofreciendo para resolver los problemas de los españoles.

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