Leía este que les escribe, en sus años de EGB en un libro sobre ecología destinado a los infantes, que cada vez estamos los seres humanos más juntos pero menos unidos. Una gran verdad constatable en la evolución de las sociedades que transcurren bajo la lógica capitalista como de aquellas que lo hacen bajo la de la economía planificada.
El que Kropotkin escribiese “El apoyo mutuo” no hace sino dar constancia de que las comunidades humanas habrían de organizarse a través de lazos fraternales que hiciesen honorable el desempeño de todas las funciones sociales que todos acometemos. Ciertamente, la gente no actúa en su día a día pensando en contribuir a un estado de las cosas lo más grato para todos, muy al contrario, es movido por un acuciante instinto de supervivencia. Y si, por fortuna, sacrificio o malas artes, logra obtener un beneficio que lo diferencie del común, se repliega, alejándose de “la canalla”, salvo para plegarla a sus caprichos.
En Occidente y Oriente las oligarquías no quieren a las gentes, que conforman los modelos sociales que en el mundo son, fraternalmente agregadas, ya que los privilegios de unos pocos se sustentan en la desagregación y colisión entre sí de quienes luchan en el día a día por su propio cuanto mejor estar en el tablero.
Muchas veces, antes o después, el ser humano reflexiona en profundidad y se da cuenta de que todo lo denodadamente luchado no mereció la pena toda vez que aquí quedará cuando el conseguidor haya partido hacia inmateriales derroteros. Al fin, el materialismo o lujo, del tipo que sea, lo es por un tiempo tasado para su beneficiario, que hubo de atravesar por una serie de vicisitudes no siempre gratas.
La lógica egoísta en todos los órdenes es la que se viene imponiendo desde muy antiguo, cuando otra más cooperativa y mutuamente respetuosa amabilizaría el paso de los más por este absurdo trance que nos contiene. El lapso sería muy otro si fuese refundado sobre un apoyo mutuo basado en el recíproco respeto, entendido tal concepto en sentido amplio, lo que nos ahorraría tantas interesadas peroratas político-mediáticas, de esas que puntualizan, en nombre de la libertad, que el hombre no puede ser libre ni en esto ni en lo otro porque le caerá encima el peso de la espuria difamación interesada si osa contravenir a los sumos sacerdotes del “statu quo”. Quienes obtienen beneficio personal de la puesta en liza de unas u otras proclamas sin mostrar capacidad de atender, siquiera mínimamente, la propuesta en otra dirección del que piensa diferente no busca aportar valor social, sino imponerse al tiempo que obtiene malversadas rentas para sí.
Una desentronización del fetichismo materialista acompañado de un sentido más solidario de la convivencia acompañado de un respeto multidireccional en sentido amplio contribuirían a adecentar el ratito en que estamos por aquí y nos evitarían aguantar a según qué oferentes de humo que no cejan de contaminar nuestras mentes con la polución de su infame intención de fondo, apoyada en falacias como la de la “sana competencia”, la cual no habría de ser desechada siempre que fuera sustentada por la demostración del mérito y no en prácticas nepóticas, verbigracia. A aquellos que tanto defienden el Mercado y la libre competencia, por tanto, cabría decirles que, en efecto, pugnen por que sea libre y sana la susodicha competencia; que sea el mérito fruto del esfuerzo, sin más, lo que aúpe a los talentos. De tal cosa todos nos acabaríamos beneficiando.
En otro orden de cosas, ya ha quedado desgastado de puro inservible el modelo representativo, dado que en todos los tiempos y lugares, la promoción a los puestos de mando de quien sea, lo hace perder la perspectiva y, anegado por los privilegios a su alcance acaba precipitándose por simas de indignidad. Ya afirmar taxativamente que se está dotado para articular los intereses colectivos sin dar entrada al mentado colectivo se antoja un acto de presuntuoso narcisismo.
Las sociedades habrían de estar hoy ya maduras para iniciar el camino de la autorresponsabilidad política. El tiempo de los partidos y los líderes muestra a las claras que ha caducado, y seguirá alargándose artificialmente tanto tiempo como las sociedades supuestamente desarrolladas se abstengan de asumir la solemne responsabilidad de su autogobierno democrático, que requeriría de abundosa fraternal proximidad interpersonal para empezar a caminar.
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