Aquellos niños de la posguerra que vestíamos pantalones cortos y chaquetas vueltas heredadas de nuestros mayores; que íbamos andando al colegio, arrastrando una cartera de cartón que se reblandecía con la lluvia; que nos poníamos en la cola del petróleo, para coger el turno para nuestras madres; que estudiamos la primaria con la enciclopedia Álvarez, el catecismo Ripalda y el libro de urbanidad; que íbamos a la escuela provistos de un jarrillo de lata para preparar la leche en polvo y acompañar el queso de los americanos; que no conocimos el yogurt hasta después de la mili (que hicimos casi todos); que nos subíamos en el tope de los tranvías para no pagar billete; que las playas estaban llenas de rocas desde Antonio Martín hasta los baños del Carmen; que para concluir, íbamos superando etapas y descubriendo el mosquito, la velo-solex, el Vespino, la Vespa, el 600 y todo lo que vino detrás. Aquellos niños, siempre subimos peldaños; la vida nos fue aportando mejoras que nos hicieron olvidar los años de penuria. Aquellos niños, fuimos mejorando nuestra situación paulatinamente. Ahora hemos vuelto un poco hacia atrás. La situación política y económica mundial nos hace pensar en la frase de Churchill: ”sangre, sudor y lagrimas”. Ya hemos escuchado la frase “no habrá restricciones”, lo que nos hace colegir que las va a haber. Nos hablan de recesión, lo que indica depresión. Nos hablan de “guerra fría”. Que se lo pregunten a los ucranianos, si es fría o caliente. Nuestra generación está preparada para todo. Las siguientes me hacen dudar. Los hemos acostumbrado a que no les falte nada y a que les permitamos crearse nuevas necesidades ineludibles. A disfrutar de un vehiculo por cabeza, a exigir atención inmediata en todas partes, a meterse en largas hipotecas para disfrutar de vivienda propia (mis padres siempre vivieron de alquiler), a viajes y vacaciones impensables hace una decena de años, a estar más pendientes del móvil y el ordenador que de cuanto les rodea, a vestir y hacer lo que se les ocurre a los “influencers” de cada día. En una palabra: a excederse de sus posibilidades y a la ley del mínimo esfuerzo. Me parece que estamos en tiempos difíciles. De ajustarse el cinturón. De volver a poner en practica la frase de “este pan, para este pan y este queso, para este queso”. Y eso si: “al mal tiempo buena cara”. Espero que la humanidad reaccione. Que nos adaptemos a los tiempos y superemos este trance.
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