El pasado 8 de septiembre se celebró el Día de Extremadura, que coincide con la festividad de la Virgen de Guadalupe, patrona de la Comunidad Autónoma, desde 1907, proclamada por el Papa Pío X, y a cuya localidad, capital religiosa de Extremadura, foco de fe y peregrinación, acuden numerosos devotos, extremeños y visitantes. Sin embargo se da la paradoja que desde hace ochocientos años, por una serie de circunstancias excepcionales, la localidad cacereña de Guadalupe y otros treinta pueblos extremeños pertenecen, de forma anacrónica e injusta, a la geografía administrativa y eclesiástica de la Archidiócesis de Toledo. En un hecho que se remonta, ni más ni menos, que al año 1222, cuando el titular de la Archidiócesis, militar, guerrero, historiador e intelectual, además de Arzobispo, en sus ansias de conquistas y expansión de la fuerza de la Archidiócesis procedió a adquirir los Montes de Toledo por ocho mil morabetinos y mil cahices de trigo y cebada. Un tema que hoy, tantos años después, se substancia de un modo doloroso, injusto y ofensivo en Extremadura, cuyas gentes vienen reclamando desde hace años la razón, la necesidad y la lógica de que Guadalupe pertenezca, eclesiásticamente hablando, a la Comunidad Autónoma Extremeña. De este modo se han llevado a cabo significativos esfuerzos por parte de los respectivos presidentes autonómicos, instituciones y hasta de una asociación cívica, Guadalupex, nacida a los efectos, al grito de “Guadalupe, Extremeña ya”, puesto que el cansancio de la desatención, insolidaridad e inmovilidad vaticana y política de altos vuelos clama al cielo. Nadie, pues, hace caso, de una voz que se expande por toda la geografía extremeña. Lo de siempre. Ni tan siquiera una esforzada visita de Guillermo Fernández Vara al Vaticano hace cuatro años, en nombre del pueblo extremeño, con una pequeña audiencia de Francisco I, con la entrega de un importante y exhaustivo dossier documental, removió lo más mínimo esos despachos donde parece que todo queda sumido y sometido al silencio. Y del silencio al olvido. Una injusticia que duele, y mucho, en la sensibilidad del paisanaje extremeño, en una tierra siempre tan volcada con todos. Se trata de la única Comunidad Autónoma en la que la Patrona reside y pertenece a otra Comunidad. Lo que no hay forma humana de explicarse por culpa de esos malditos y misteriosos anacronismos, cuya injusticia nadie ha querido solventar debidamente. Un asunto que, quizás, sea cuestión de archivo documental sin mayor importancia en El Vaticano, pero de gran consistencia en Extremadura, donde, hoy, son pocos los que consideran que el asunto se pueda resolver prontamente. Una reivindicación, rodeada de sorprendentes e indignos silencios, que no conforman, precisamente, la mejor respuesta por parte de la iglesia.
Las razones del silencio son y permanecen tan ocultas, que, como siempre, el cansancio de tanta petición de que se haga justicia con este caso, lo más probable es que continúe, nunca mejor dicho, por los siglos de los siglos. Lo que no nos parece ni acertado ni serio ni razonable ni justo ni ético ni responsable.
Hoy resulta que un ciudadano extremeño para ir a visitar a la Patrona de su Comunidad Autónoma, la Morenita de las Villuercas, en el Monasterio que se asienta en la localidad de Guadalupe, tiene que traspasar una frontera eclesiástica por el mero hecho de que la jerarquía vaticana y la no vaticana han decidido guardar el expediente de la razón en alguno de esos armarios, que no se abren más que de siglo en siglo, en alguna revisión casual, a la voz de para qué querrán ahora los extremeños que la Virgen de Guadalupe cambie de diócesis. Todo ello cuando precisamente tras la creación de la provincia eclesiástica extremeña, en tiempos de Juan Pablo II, se avanzó notablemente en este tema que reivindicamos, aunque, posteriormente, se frenó y detuvo por circunstancias e intereses más bien ajenos a los propiamente religiosos.
Un anacronismo de hiriente injusticia regional, mientras el articulista se sonroja al tener que escribir y dejar constancia de estas líneas, que nos sirve de ocasión, a la par, para señalar que en 1928 la Virgen de Guadalupe también fue coronada como Reina de las Españas, título equivalente a patrona de la Hispanidad. Pero ¿quién es la Virgen de la Hispanidad?
¿Casualidades? Creemos, sencillamente, que no son simples casualidades. Y a buen entendedor, pocas palabras bastan.
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