Los que hemos vivido en la antigua Malaca de los fenicios y de los romanos, estamos acostumbrados desde siempre a la presencia de turistas y foráneos por nuestras calles más céntricas. En nuestra infancia este periplo turístico se sustentaba en la calle Larios y alrededores y, como mucho, llegaba a “Antonio Martín”. Los coches de caballos recorrían las calles del centro, el Parque y, a veces, subían hasta Gibralfaro. Allí llegaba el “turisteo” a golpe de talón, se hacían la foto en el mirador y de vuelta a los pocos hoteles que entonces teníamos. Actualmente, el centro de Málaga se ha convertido en una especie de Times Square o de Picadilly Circus a la española. Las calles (casi todas peatonales) se han llenado con las terrazas de los bares y restaurantes que se encuentran atiborradas a todas horas de visitantes de todas partes del mundo. De la Málaga a la que solo venían escasos visitantes (Rilke, Gerald Brenan y Hemingway entre otros privilegiados), desde mediados del siglo XX comenzaron a llegar alemanes e ingleses que se dirigían a los hoteles de la costa o a los pueblos de la Axarquía en busca de sol y del buen vino, pasando olímpicamente de Málaga capital. Hoy no. Málaga se ha convertido en una ciudad invadida por el turismo. Cada día hay más hoteles y apartamentos turísticos. Las cifras superan las 5.000 plazas hoteleras. Si sumamos las de la Costa y los cruceros que están un día atracados en nuestros muelles, se puede encontrar muchos miles de turistas cada día rondando por Málaga, sus monumentos, sus tiendas, sus restaurantes, tiendas de souvenirs y bares. Una locura. Estas circunstancias son una buena noticia para la ciudad en general y el mundo que rodea el turismo en particular. No lo son tan buenas para los habitantes del centro que se sienten obligados a abandonar sus viejas calles para irse a vivir a la zona de expansión de la ciudad o las ciudades dormitorio cercanas. El ruido, la marabunta humana que recorre las calles y la pérdida del embrujo de la vieja Málaga, han sido el tributo a pagar por la puesta en valor de nuestros monumentos y nuestra conversión en una ciudad llena de museos que se encuentran entre los más importantes de España. Para colmo tenemos la “movida” nocturna, a la que se incorporan todos los jóvenes –y no tan jóvenes- de la ciudad y alrededores. Pero de eso hay que hacer rancho aparte. ¿Ha valido la pena? Creo que sí. A los nostálgicos aún nos queda “Casa el Guardia”, los caracoles de “Los Hidalgos” o los arroces de las ventas de la carretera antigua de Casabermeja. Y para pasear… nada de Calle Larios; al Parque del Oeste o a los Paseos Marítimos. Servidumbres del “pogreso”.
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