Hace unos días, me gustaría pensar que por una sanción del hombre más maquiavélico del planeta (Mark Zuckerberg), dejé de poder expresar emociones en la Red social llamada Caralibro. Es decir, desaparecieron todos los emojis quitando el azul original del like. Las fotos dejaron de encantarme, las opiniones de asombrarme o importarme, y las malas noticias de enfadarme. Me convertí en un ser plano, incapaz de nada más que de sobrevolar las situaciones sin expresar más que un "me gusta" cortés.
La sensación era castrante pero a la vez tranquilizadora, como si alguien me hubiera alquilado unos días su habitación en el Nirvana. Había comentarios o reflexiones que me apasionaban, pero la ausencia de muñequitos para juzgarlos o evaluarlos, me llevaba a tomarme mi tiempo antes de expresarlo, y con ello deducir que tampoco eran para tanto, o si lo eran, pero mi opinión no era tan importante. Marqué distancias con gente con la que solía ser exuberante, y acerqué posturas con otra más alejada y más proclive a la palmadita suave en el hombro. En unos pocos días reconozco que aprendí a llevar mejor eso de pensar antes de expresar. No deja de ser una buena cosa.
Esta mañana Zuck ha debido vestirse de cita-reflexión de Buda y entender que he aprendido una valiosa lección, así que me ha devuelto la voz animada. Ahora que dispongo de nuevo de todas estas caritas, descubro que no sé muy bien donde ubicarlas.
Los renglones de Zuck salen siempre torcidos, incluso en un Cuaderno Rubio, incluso cuando el tipo no lo pretenda.
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