Madrid, 1956. Lénoir, hijo de un comunista muerto en la Guerra Civil, y Emilio Sanz, militante falangista, investigan para la sección de sucesos de ‘La Capital’ crímenes que chocan con la imagen idílica que el dictador quiere dar del país. Su temeraria necesidad de revelar la verdad tras un supuesto suicidio los llevará a enfrentarse a la represión de la dictadura y a desvelar una oscura trama que implica a algunos de los médicos más prestigiosos del régimen. Teresa Valero nos ofrece en ‘Contrapaso’ un ejemplar thriller social que muestra las mentiras de un franquismo capaz de estrangular con sus tentáculos cualquier forma de disidencia.
Hasta aquí lo que la contraportada del álbum nos cuenta. Pero ‘Contrapaso’ es mucho más que esto. ‘Contrapaso’ es una sinfonía de tonos grises, el color de la derrota; una intriga negra; un retrato de época con imágenes; el sabor amargo de la posguerra en el Madrid de los años cincuenta, donde, en apariencia, no sucedía nada, pero en verdad ocurrían muchas cosas. Muchísimas. Demasiadas… A pesar de los inmaculados deseos del dictador.
Era sábado, poco después de las cinco de la tarde, cielo nublado, sentados alrededor de una mesa, cuando tuve la oportunidad de conversar con la artista madrileña, todo un lujo propiciado por Álvaro Pons, el alma máter de las XI Jornadas de Cómic de València, que tuvieron lugar en el Centro Cultural La Nau del 23 al 27 de septiembre de 2022, organizadas por el Aula de Còmic del Vicerectorat de Cultura i Societat de la Universitat de València y la Asociación Valenciana del Cómic. El piloto encendido de la grabadora marcó el inicio de nuestra conversación.
Teresa, ¿de dónde arranca tu afición por el cómic? Como todos los niños de nuestra generación, la de los años sesenta y setenta, me crie leyendo cómics. En su día libre, mi padre compraba su periódico y a nosotros nos traía ‘Lily’ y ‘Pulgarcito’, que luego nos intercambiábamos. Dejé de leer cómic en mi primera adolescencia. Me creí aquello de que los cómics eran para niños y me volqué en la literatura. Pero en 1991, cuando empecé a trabajar en la animación, mis compañeros me volvieron a introducir en el mundillo de la historieta. Ellos eran muy aficionados al cómic y me pasaban los que más les gustaban.
¿Se puede vivir del cómic en España o hay que aplicarse también en trabajos alimenticios? En el extranjero se puede vivir mejor, pero en España, ahora mismo, solo dos o tres dibujantes logran vivir de su trabajo. Yo no lo he conseguido y he tenido que trabajar también en la animación. De todos modos, tal y como están las cosas en este momento, empeñarnos en conseguir una única fuente de ingresos es un error. Como española soy muy de coproducciones. Me gustaría que los profesionales pudiéramos hablar de tú a tú con las editoriales de varios países para obtener diversos canales de financiación y gestionar nuestros derechos audiovisuales de una manera más activa. Nuestro trabajo ha de ser digno y debemos cobrar lo que nos pertenezca y, si para ello, hay que poner a más de un país en danza, mientras nuestra obra siga siendo nuestra, hagámoslo. Sin olvidar que al mismo tiempo hemos de luchar por conseguir una mayor implantación del cómic en nuestro país. Creo que ese es el camino a seguir.
Acabas de citar el cine de animación. ¿El cómic y la animación son dos formas de trabajo muy diferentes? ¿Se retroalimentan? Todo tiene sus pros y contras. La animación te da mucho oficio, porque se trabaja muy rápido y cambias con frecuencia de estilo, lo que te provee de una variedad de recursos que resultan interesantes para el cómic. Te proporciona también una visión espacial muy buena, porque eres capaz de poner la cámara en cualquier lugar y conseguir una sensación del timing de la narrativa, aunque a veces nos cuesta un poco trasladarlo al cómic. En algunas historias, como ‘Contrapaso’ eso te beneficia. Sin embargo, para otras me gustaría explorar más los propios recursos del cómic, que creo que son más ricos. Otra cosa que te ofrece la animación es la capacidad de trabajo, algo que viene muy bien para el cómic porque con las viñetas trabajas como un galeote. Pasas muchas horas sentada ante el papel hasta que obtienes lo que te gusta.
¿Cómo te cruzas tú con la historia que da origen a ‘Contrapaso’? Todo arranca con una entrevista que le escuché a Juan Raga, uno de los últimos directores del semanario ‘El Caso’. Me gustó todo lo que contaba y mi primera intención fue hacer una historieta costumbrista, una comedia, explicando un poco cómo se funcionaba en aquella publicación y cómo se habían enfrentado a la dictadura para informar. Era difícil trabajar en lo suyo, porque como mucho podían informar de dos crímenes a la semana. Pero justo entonces apareció la serie de televisión y se me vino todo abajo. Con anterioridad se había cruzado en mi camino un artículo sobre el «gen rojo» y pensé que podría crear un periódico ficticio, en el que había gente interesada en contar cosas que pasaban en verdad. Me interesaba también explicar el valor de la libertad y cómo se ejercía cuando no se podía. Conocí a personas que habían trabajado en ‘El Caso’ y todos coincidieron en señalar que le concedían mayor valor a la libertad cuando no la tenían que después. En aquellos años habían desarrollado un periodismo más comprometido, libre y valiente que el que hicieron más tarde.
Entramos en los aspectos gráficos: has utilizado preferentemente tonos grises y pardos, ¿en consonancia con una época gris? Sí, creo que tiene mucho que ver con la época. Justo a los años cincuenta se les ha llamado la década resignada o la década gris porque, aunque hubiera momentos alegres, en general la gente vivía rodeada de una sensación de medios tonos. Por otra parte, el género negro se presta poco al color, a los tonos vivos, que se pueden utilizar en momentos determinados para conseguir ciertos contrastes. En consecuencia, he buscado tonos apagados y he utilizado eso que llamamos la paleta de grises.
Tus dibujos me recuerdan a Enki Bilal y a Juanjo Guarnido, ¿te interesan esos dibujantes? Bilal me sorprende más que lo cites, porque no lo tengo muy estudiado, pero desde luego no es mala referencia. Juanjo, por supuesto que me gusta. He echado los dientes en la profesión a su lado, él es alguien a quien he estudiado por arriba y por abajo y le admiro. En momentos de apuro, a veces consulto su trabajo para ver cómo ha solucionado situaciones similares. También me interesa Jean-Pierre Gibrat. Me gusta mucho cómo usa el color, muy cinematográfico, con luces muy potentes, que ayudan a centrar el interés de cada escena. Y no puedo dejar de citar a Miguelanxo Prado, un artista estupendo. Me ha dado buenos consejos sobre el color y sobre cómo contar y ahorrar tiempo.
A la hora de narrar y desde el punto de vista del género negro, ¿te interesaba más el argumento, la peripecia, o dibujar/retratar una época como la de los años cincuenta en nuestro país? Siempre busco el equilibro para hacérselo fácil al lector. Pero me ha interesado mucho más retratar la época y narrar lo que impide que los personajes se realicen plenamente como personas. Me he proyectado en ellos para saber cómo hubiera reaccionado yo si me hubiera tocado vivir aquellos instantes. Pero para que el lector se involucre, especialmente la gente joven, has de dárselo todo envuelto en una buena trama. He intentado provocarles para que se interesen en averiguar cómo vivían sus mayores, cómo es la historia de su país y por qué estamos como estamos actualmente.
Algunas viñetas transcurren en esas cafeterías con sabor a tabaco y aroma de café antiguo, de las que ya no hay. Bueno, en Madrid aún quedan bastantes cafeterías de esas. Para ambientarme hube de recurrir a antiguos documentalistas como Xulio García, que me explicó cómo encontrar fotos de entonces. Mi padre había sido botones de Fuyma, una cafetería ya desaparecida y que ahora es una hamburguesería. Pero no encontraba fotos y resultaba difícil retratar un local solo con sus recuerdos, dejando aparte que él tampoco se acordaba de todo. Había decidido inventármela, pero entonces apareció una fotografía en la que se veía a dos señores tomando café allí y ya la pude dibujar.
Uno de los protagonistas de ‘Contrapaso’ es Emilio Sanz, periodista de sucesos y falangista, una mezcla heterogénea, curiosa por lo menos… ¿Cómo es Emilio Sanz? Emilio Sanz es una persona desilusionada. Es un camisa vieja, un falangista de los que quería la revolución, gente conservadora pero con un pensamiento socialista. Es un antifranquista, que ve que bajo la dictadura no habrá revolución. Por otro lado, siente pasión por contar las cosas tal y como son, ya que piensa que la misión de un periodista es decir la verdad. Es un tipo contradictorio, enemigo de la izquierda, a la que culpa de algunas cosas que él mismo hizo durante la guerra y que le producen remordimientos. De golpe, se encuentra con León, un chaval que, siendo contrario a su manera de pensar, en ciertos aspectos tiene muchas cosas en común con él. León Lénoir es su contrapunto, su ‘Contrapaso’. Como pareja investigadora tiene poco en común con otras más canónicas procedentes del mundo de la literatura, como Watson y Holmes, sin ir más lejos, ya que ellos dos andan mal avenidos. Así es difícil avanzar en una investigación. Creo que avanzan porque se necesitan y porque, en un momento dado, Sanz se encuentra muy solo, ve que no puede hacer nada de lo que le gustaría porque le faltan las fuerzas y carece de cómplices para ello. León representa la sangre nueva y le va a acompañar en su aventura. Por eso se toleran. En el segundo volumen, el que estoy trabajando ahora, eso aún se percibe más. Emilio es muy nacionalista y el otro es un desarraigado al que cuando vivía en Francia llamaban «el español» y en España «el gabacho». Son personajes completamente diferentes y les une el deseo de contar la verdad una vez descubierta.
‘Contrapaso’ habla del denominado «gen rojo», de los experimentos con personas, en este caso mujeres, y del tráfico de niños recién nacidos durante la dictadura. En cualquier caso nos encontramos ante terribles muestras de inhumanidad y crueldad. Yo he llegado a la conclusión de que lo primero fue el concepto del otro. Siempre pensaron que el otro era peor, porque era malo o porque estaba equivocado. En todo caso, no era de los nuestros. Con esa circunstancia nos tropezamos también en la actualidad. Cuando a una persona le echamos la etiqueta de que tú eres el otro, ya no mereces el mismo respeto. Con las adopciones irregulares, siempre te encuentras con que pensaban que estaban haciendo un gran bien, porque menospreciaban a los padres biológicos. Al final los niños eran tan solo una mercancía. Les resultaba fácil darlos en adopción, porque ellos estaban en una posición de poder y tenían la posibilidad y la impunidad para hacerlo. A los padres ni siquiera les preguntaban su parecer. El golpe de estado de Franco se dio porque estaban haciendo un bien al país. Suprimieron las libertades para proteger a la gente. Y la censura la establecieron por idéntico motivo. Realmente tenían la sensación de que estaban salvando a la patria.
Dedicas un buen espacio a rendir un homenaje a las publicaciones clandestinas, en la calle y también en la cárcel, el único medio posible para que la gente se enterase de lo que realmente sucedía entonces. Todo el movimiento clandestino se desarrolló porque habían quitado la libertad. Pero la gente no dejó de luchar para recuperarla. Ahora quizá despreciamos esa capacidad de poder movernos, ya que cuando no te dejan hacer las cosas es cuando quieres hacerlas. Yo vi las publicaciones que realizaron las reclusas en la cárcel y me pareció muy bonito ver cómo aquellas mujeres, incluso en momentos tan duros, eran capaces de dar información a los demás.
En las revueltas estudiantiles de los años cincuenta, impresionantes las viñetas que has dibujado sobre esto, estaban implicados los hijos de familias afectas al régimen que querían cambiar la situación. Es una de las cosas más emocionantes, porque aquellos jóvenes no habían conocido la guerra y no querían vivir siempre con ella sobre los hombros. En la universidad se juntaron estudiantes de izquierdas y de derechas que querían libertad. A los veinte años, los hijos de las derechas se habían dado cuenta de que ellos también eran víctimas de una sociedad que les privaba de su libertad. Fue un movimiento en el que los universitarios le echaron arrestos y le pusieron las cosas difíciles a la dictadura, al menos durante unos días.
Volvemos al apartado gráfico. No te asustan las viñetas de multitudes, creo que las bordas... No, no me asustan, pero las sufro mucho. Son muy necesarias para dar ambiente, pero dibujar una viñeta de esas igual te ocupa un día entero.
Precisamente en esas viñetas diferencias muy bien lo que está más próximo al lector y lo más lejano. Lo haces con dibujos nítidos, en primer plano, y otros más difusos al fondo, lo que proporciona esa sensación de profundidad. Eso me viene del dibujo de animación, porque yo practicaba con frecuencia una técnica llamada layout, que es una composición de la escena con movimientos de cámara para construir un fondo muy trabajado. Esa técnica me ha proporcionado muchas tablas para conseguir este efecto en el cómic.
En algunas páginas he visto caricaturas de personajes conocidos: Luis Ciges, Alfredo Landa, Marlon Brando… Estas cosas surgen porque yo trabajo mucho con actores. Por ejemplo, el forense está inspirado en José Bódalo. Y no me interesa tanto la caricatura como el hecho de que busco personajes reales, porque llega un punto en que tu cabeza no te da para inventar tantos rasgos que den origen a tipos diferentes. Así que muchas veces elijo uno o dos actores, que me sirvan de referencia corporalmente para encarnar algunos personajes, al tiempo que también mezclo rasgos de varias personas para construirlos.
En ‘Contrapaso’ aparece un sacerdote, el padre Páramo, que es una versión del padre Llanos. Sí, el padre Llanos era falangista. Él organizó el movimiento de curas obreros en Madrid. Tenía también algo de sindicalista. Llegó a ser confesor de Franco, pero se desengañó y se marchó al Pozo del Tío Raimundo, se hizo comunista y empezó a evangelizar en un lugar donde no había nada. El padre Llanos es uno de esos personajes que te hace pensar muchas cosas, que cambia de ideología porque lo que ve no se corresponde con sus creencias. Ahora estamos metidos en una polarización en la que parece que lo que piensas has de llevarlo a muerte sin fisuras. Creo que hay que dar una oportunidad a esas personas, que variaron su forma de pensar tras ver las consecuencias de sus ideologías.
‘Contrapaso’ va para serie. A la hora de la creatividad, ¿para un artista trabajar en una serie es un valor seguro, un refugio para cuando las ideas no fluyen? Creo que no. Trabajar una serie también tiene sus riesgos, porque al final de todo las ideas son una cosa abstrusa: unas veces están y otra no. Siempre se corre un riesgo, porque en ocasiones te llegan sin parar y otras veces no hay manera de que te venga una. Al final has de estar picando piedra continuamente y, si las ideas vienen, hay que cogerlas. Pero trabajar en una serie de ninguna manera te garantiza que aparezcan. Las series, además, plantean un problema añadido: las dejas en un punto y debes continuar desde ahí, lo que te condiciona bastante, aunque es un reto que también se disfruta mucho. Son como un enigma que debes resolver, lo que no siempre resulta sencillo. En verdad, prefiero los relatos nuevos, porque son más abiertos y es más fácil meterlos en vereda.
Acabamos por hoy. Al principio de la entrevista has comentado que tu padre os compraba cómics en tu casa. ¿Qué piensan tus hijos de que su madre no solo les compre cómics, sino que también los cree? Como lo han visto desde pequeños les ha parecido normal. Son muy conscientes de que son muy afortunados, porque mi marido y yo hemos estado siempre trabajando en casa y nos han tenido cerca. Tienen la sensación de haber disfrutado de un núcleo familiar supersólido, que no es fácil de encontrar entre los chicos de su generación, ya que la mayor parte de sus compañeros han vivido solos o con poca compañía. Esa relación ha posibilitado que tengamos muchas cosas en común con ellos a nivel cultural. Hemos visto juntos el mismo cine y las mismas series de televisión, hemos leído los mismos libros y escuchado la misma música… Sobre los cómics, a unos les han gustado más que a otros, pero ahora que ya son mayores nos llama la atención el hecho de que vuelven a leerlos y comentarlos.
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