Para quien se extrañe de que escriba sobre temas fiscales les recordaré que mi formación académica, cuando contaba veinte años de edad, era la de haber cursado los estudios de la carrera de Comercio y obtenido los títulos de Perito y de Profesor Mercantil. Después, durante 25 años, fui ejecutivo de empresas y en mi última etapa (33 años más), además de obtener la licenciatura en Derecho, ejercí -con despacho propio- como asesor de empresas en materias contable, mercantil y fiscal.
Como Censor Jurado de Cuentas, que también fui, intervine en auditorías particulares y colaboré con la Justicia en suspensiones de pagos y en otro tipo de actuaciones periciales. Hoy no soy más que un jubilado de 87 años de edad, con nueve nietos y dos bisnietas, amante de la familia, de los buenos amigos, de la escritura, de la poesía y de la verdad aunque duela. Y aunque hace mucho tiempo que no hablo seriamente de temas fiscales, hoy voy a contar un caso verídico sobre una persona, cuya identidad y domicilio me reservo.
El protagonista, soltero prejubilado, vive de su modesta pensión y de lo poco que le rentan unos activos financieros, cuyo valor patrimonial asciende a unos cuatro millones de euros. Hace un año le tocaron en la Lotería o el Bonoloto dos millones de euros, pero sólo recibió 1.608.000 después de que Hacienda se quedara con 392.000 euros. Acudió a su asesor y quedó sorprendido cuando le indicó que las cosas eran así, pero que en lo sucesivo, además, debería pagar más por el impuesto sobre el Patrimonio.
Le hace un cálculo de la cantidad que debería pagar cada año y nuestro hombre, que había sido siempre muy conservador en su economía le dice de sopetón: Para evitar que lo ganado en la lotería se lo lleve el diablo, lo gastaré en el menor tiempo posible. Conclusión: lleva unos meses disfrutando de lo mejor, según él, a costa de Hacienda. ¡Y afirma que piensa apurar hasta el último euro que le llegó sin esfuerzo!
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