Durante los últimos años, los bancos centrales han asumido de forma general el papel de salvadores últimos del mercado, como ya vimos de nuevo en el punto álgido de la crisis de la COVID-19. Sin embargo, recientemente se han puesto prácticamente todos a guerrear contra el mercado, postura que conlleva también luchar contra las consecuencias de sus propias acciones y que augura episodios turbulentos en las bolsas mundiales.
El último ejemplo lo tenemos en el Banco de Inglaterra. El pasado 28 de septiembre anunció para sorpresa general un programa de compras de deuda pública británica a largo plazo por un importe previsto de 65.000 millones de libras (casi 75.000 millones de euros). La entidad trata de amortiguar el terrible impacto sobre la deuda pública provocado por el anuncio de las medidas de gasto defendidas por la nueva primera ministra Liz Truss, ya que prevé endeudar enormemente la administración del Estado para financiar las medidas de protección de las familias contra el coste de la energía y reactivar el crecimiento. Menos ingresos y más gastos: una receta que no gustó al mercado. A la libra esterlina no le quedaba otra que caer y lo hizo de forma espectacular, marcando mínimos históricos frente al dólar. Para luchar contra la desconfianza del mercado, el banco central maniobró contra su propia política de subidas de los tipos tirando a la baja de los rendimientos de los vencimientos a largo plazo.
No es el único banco central que actúa contra el mercado. El Banco de Japón no ha aflojado un ápice la tenaza con la que sujeta sus tipos prácticamente nulos, mientras que la inflación se abre paso suavemente y el yen se desploma contra el dólar a una velocidad vertiginosa. Resultado: debe vender dólares contra el yen para sostener la moneda, pero esta maniobra no surte apenas efectos si no existe una política monetaria menos expansiva. En su lucha contra el mercado de divisas, parece que por el momento el banco central nipón no está bien pertrechado.
En realidad, toda Asia debe luchar contra un dólar demasiado fuerte. Taiwán ha instaurado controles de cambio e Indonesia y la India están interviniendo para sostener su moneda. El yuan —una moneda con un perfil más sistémico— muestra una debilidad contra el dólar que no se veía desde 2008. El banco central chino ha tenido que fijar un tipo de cambio superior a las expectativas del mercado por vigesimoquinta vez consecutiva. Sin embargo, al vender bonos estadounidenses contra el yuan para moderar la presión bajista sobre la divisa, contribuye a aumentar el rendimiento de los bonos estadounidenses, ¡lo que incrementa aún más el diferencial de tipos favorable al dólar! Aquí también, el arma monetaria se vuelve en parte contra sí misma.
Por tanto, ya nada funciona entre los bancos centrales y el mercado. El principal atacante es, evidentemente, la Fed, que prosigue inexorablemente su política de subida de tipos (y, por tanto, del dólar) con el fin de ralentizar la economía y rebajar la inflación. Lo conseguirá: la inflación está ciertamente en máximos, pero algunas señales incipientes apuntan a una ralentización, sobre todo en el mercado inmobiliario estadounidense. No obstante, los ahorradores y las empresas sufren y van a tener problemas para refinanciarse.
Aunque la Fed está librando una guerra contra el mercado, lo hace, afirma, por su bien a largo plazo, ya que la inflación destruye las rentas reales del trabajo y de los activos financieros. Así pues, podría seguir siendo la salvadora del mercado, ¡a pesar de ella misma!
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