Rondaba, rondaba por el mundo sin ser capaz de ver su reflejo, de ver aquello en los que se había convertido; lo había invadido todo, todo lo que lo rodeaba igual que una carroña en tierra de nadie, en poco tiempo había vuelto todo cenizas.
No te confundas; el miedo no es algo etéreo que sin ningún poder de incidencia se va cruzando con gente inmune a él; las emociones se hacen carne, el miedo en un perpetuó bucle, con cada vuelta su poder se acrecienta, volviéndose paralizante; incapaces de mover músculo alguno, vamos retrayéndonos del mundo, nos aislamos semejantes a un difunto que no puede descansar, convirtiendo así nuestro hogar en una solitaria casa encantada; y si logramos, tarde, muy tarde, salir de aquella maligna rueda solo para encontrarnos ante el tribunal de Osiris manifestando todos aquellos arrepentimientos, el que tal si de nuestra vejez.
Cuando nos sentimos controlados por el miedo es cuando surge un dolor interno, al vernos despojados de todo el valor que sostenía nuestro espíritu, la voluntad como origen del movimiento se ve en nosotros limitada como consecuencia del terror oxidante.
Al vernos en el espejo no reconocemos a ese pequeño niño que todos llevamos dentro, aquel niño que en su vigor su corazón latía, pero ahora todo intento vital ha desaparecido, al principio no diste cuenta del cambio, sin embargo, tan lento la noche cae, tan lento el miedo se apodera de tu cuerpo provocando un intenso deseo de huir de la muerte; más la muerte sigue rondando, más tu deceso se llevará a cabo, solo que, cuando la parca te encuentre no habrás vivido, más vivir habrás deseado, cada recuerdo está entintado con el propio acto de recordar, con la emoción del momento en que la primera memoria fue creada; la consciencia es susceptible al cambio, maleable en su estructura mental, y los sentimientos, los recuerdos ligados a esas emociones ya nos han transformado; el miedo y el arrepentimiento, la culpa hiere en el momento en que somos incapaces de cambiar lo que fue; contemplamos el pasado solo para sentir en nuestro centro un corazón sumido en fuego, sentimos las lágrimas caliente brotar en un espasmo asfixiante, intentamos respirar solo para sumirnos en un estado de inconsciencia y descomposición… por ello es que contemplar el rostro de la muerte es vivir sabiendo que llegará, sin que por ello nos volvamos incapaces de disfrutar del regalo de la existencia.
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