Según datos de la organización Mundial de la Salud (OMS), en el mundo, uno de cada siete jóvenes de 10 a 19 años padece algún trastorno mental, un tipo de trastorno que supone el 13% de la carga mundial de morbilidad en ese grupo etario.
Detectar algún tipo de trastorno de manera temprana supone muchas ventajas a la hora de impedir que avancen en la edad adulta. “El problema es que suele ser complicado ya que los adolescentes no suelen hablar de lo que les pasa”, explica Tamara Pascual, psicóloga del Hospital Vithas Medimar.
“La forma en la que se expresa cada trastorno va a depender mucho del adolescente que tengamos delante. Para poder detectarlos y ayudar al adolescente es muy importante que tengamos una actitud abierta y comprensiva con mucha empatía y paciencia para que se sienta apoyado y escuchado”, afirma la profesional.
Trastornos más comunes en la adolescencia
Tamara Pascual afirma que los dos trastornos que con más frecuencia se abordan en consulta son “la depresión y la ansiedad”. La depresión, explica, “se caracteriza por un estado de ánimo significativamente bajo, prevaleciendo las emociones de tristeza, desesperanza, ira o frustración y la dificultad para experimentar sensaciones placenteras al realizar actividades agradables para la persona”.
La profesional recomienda a los padres prestar especial atención ante estas señales de alerta:
- Perdida del interés o el placer por todas o casi todas las actividades. - Pérdida o aumento considerable de peso. - Cambios considerables en los patrones de sueño. - Falta de energía y sensación de cansancio permanente. - Problemas de concentración o toma de decisiones. - Pensamientos de muerte o ideas suicidas. - Llanto inesperado o mal humor excesivo - Expresiones de desesperanza o inutilidad - Autolesiones o hablar sobre hacerse daño a sí mismo - Abandono de amigos y grupos sociales
Por otro lado, la ansiedad es otro de los trastornos más comunes en la adolescencia. Consiste, explica Tamara, “en una preocupación muy desproporcionada, irracional y constante a raíz de un miedo intenso o de unas expectativas desajustadas. Estas expectativas pueden ser propias del adolescente o externas, es decir, de otras personas como padres, profesores, etc.”.
Ante esto, recomienda vigilar ciertas señales en el comportamiento de los menores, tales como dificultades de concentración, más dispersión, y posible descenso en el rendimiento académico; cambios de humor e irritabilidad; problemas para conciliar el sueño por la noche o el lamento por sufrir de dolor de cabeza, fatiga, estómago, tensión muscular y otras somatizaciones o molestias.
Normalmente, concluye, “los problemas de salud mental durante la adolescencia suelen repercutir negativamente en las dinámicas familiares, pudiendo provocar tensiones entre varios de sus miembros. Es importante que la familia se mantenga unida y haga lo posible por mejorar el estado de ánimo del adolescente, tratarlo desde la comprensión, la escucha activa de sus problemas, sin enfadarnos con ellos de tal manera que promovamos una buena sintonía en el hogar y busquemos ayuda profesional si las circunstancias lo precisan”.
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