Al Campus Universitario de Braylin llega Abe Lucas (Joaquin Phoenix), un estrafalario profesor de Filosofía conocido por su brillantez intelectual y su carácter atormentado. Muy pronto, una de sus alumnas, Jill Pollard (Emma Stone), se enamora de él.
Con esta comedia negra que en realidad no es tal (el mismo guión, con unos pocos cambios, habría dado lugar a un estupendo thriller de haber sido filmado con otro tono), Allen plantea de manera inteligente una serie de incómodas cuestiones relativas a la razón y al crimen que, inevitablemente, nos hacen pensar en el Hitchcock de La soga (Rope, 1948), y, sobre todo, en el de La sombra de una duda (Shadow of a Doubt, 1943), película de la que considero que Irrational Man es poco menos que una sutil variación (la escena del ascensor es un claro homenaje a la del tren de la obra maestra del director británico).
 A partir de su llegada al campus, Abe se convierte en el centro de las conversaciones de profesores y alumnos, llamando la atención de dos mujeres: Rita (Parker Posey), una profesora casada con merecida fama de promiscua, y Jill, alumna de clase media que mantiene un superficial noviazgo con Roy (Jamie Blackley). Abe sólo se relaciona con ellas. Además de con Kant, Heidegger o Kierkegaard. Es un tipo descreído y desesperado. Adicto al alcohol y con aspecto desaliñado. Como buen filósofo, tiene una concepción pesimista de la existencia. Lo mismo le da vivir que morir. Ese carácter frágil y afligido, anticuadamente romántico, unido a su radical personalidad, lo convierten en irresistible objeto de deseo para ambas. Sin embargo, entre su temporal impotencia y su desgana crónica, la relación que establece con las dos no va más allá de la amistad. Hasta que, cierto día, mientras charla con Jill en una concurrida cafetería de la ciudad, escucha por casualidad una conversación que está teniendo lugar en la mesa de al lado, y que, de repente, dotará de sentido a su vida. La conversación gira en torno a un magistrado que quiere retirar a una mujer la custodia de sus hijos en favor de su ex marido por el mero hecho de que conoce al abogado de éste. Entonces Abe se plantea una cuestión moral similar a la del personaje de Raskólnikov en Crimen y castigo de Dostoievski: ¿sería justificable asesinar una persona que es objetivamente mala y causa infelicidad en los demás? Pues, desde un punto de vista estrictamente racional como el suyo (creo que el título del filme tiene un sentido irónico), sí. Porque acabas con un mal bicho y haces del mundo un lugar mejor. Otra cosa bien diferente es que dicha acción sea ética (lo razonable no siempre es lo más ético, ni lo ético siempre resulta ser lo más razonable). Por no hablar de las consecuencias que tal acción pudiera acarrear. El caso es que Abe decide actuar, y planifica el asesinato del juez con minuciosidad en busca del crimen perfecto. Enfrascado en ello, recuperará las ganas de vivir, abandonará la bebida, superará sus problemas de impotencia, se enamorará de Jill, etc. Pero todos sabemos que el crimen perfecto no existe…
La película posee una muy apreciable construcción narrativa articulada sobre la utilización alterna de las voces en off de Abe y Jill, lo que dota a la historia de un doble punto de vista. El papel de hombre perturbado (otro más en su carrera) le viene como anillo al dedo a Joaquin Phoenix, mientras que la deliciosa Emma Stone demuestra por qué se ha convertido en una de las nuevas musas del realizador neoyorquino.
Irrational Man, digan lo que digan, supone un buen Allen a pesar de la ausencia de auténtica brillantez.
|