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El verdadero espíritu de la Navidad

Eduardo Cassano
Eduardo Cassano
sábado, 20 de diciembre de 2008, 01:39 h (CET)
Las luces –de bajo consumo, por aquello de la crisis- que en estos días adornan las calles nos recuerdan que ya estamos inmersos en las fechas navideñas. Los fieles de la sociedad consumista invaden las tiendas y las zonas comerciales en busca de regalos, a veces sólo para paliar sus propias tristezas. Darse un capricho hoy y pagarlo el próximo mes es la fórmula de algunas personas para combatir su soledad en lugar de afrontarla. Hablo de las mismas personas que hasta hace dos días se quejaban de la crisis en el mercado, frente a la televisión de su casa o mientras tomaba el café con los compañeros de su trabajo.

Pero todo eso queda atrás cuando llega lo que popularmente conocemos como ‘el espíritu navideño’, aquel que reza que estos son días en los que toda persona debe ser feliz. No importa si es de verdad, pero sí importa el saberlo disimular. Es algo que hasta cierto punto se puede entender cuando hay niños de por medio, ¿pero, por qué los demás nos dejamos arrastrar por dicho espíritu, sin compartirlo ni acabarlo de entender?

Es algo que no tiene mucho sentido, como algunas cenas que acostumbran a producirse sólo en Navidad. Por ejemplo, las de empresa. ¿Qué sentido tiene reunir en estas fechas al conjunto de trabajadores cuando algunos ni se conocen, ni se relacionan en ningún otro momento del año? Ése es el conocido espíritu navideño que tienen algunas personas y, quizás para sentirse mejor –por no subir los sueldos y ahorrarse la cesta de Navidad-, tratan de imponer a los demás.

Las cenas familiares todavía son más divertidas. Desconozco si existe una estadística al respecto, pero probablemente en el 95% de cada cena familiar de más de 5 o 6 personas, hay bronca asegurada. A diferencia de las cenas de empresa, donde se reúnen comensales que muy educadamente evitan las confrontaciones, como en familia hay confianza, si no hay nada que evitar, se busca. Y siempre, o casi siempre, mientras baja la comida y sube el vino y los licores, los reproches y las discusiones terminan mezclándose con el postre y los cafés. Por suerte, dicen que el espíritu navideño está relacionado con la felicidad, el buen ambiente, etc... ¡menos mal!

Esto de la Navidad es artificial a todas luces, ¡pero si hasta las felicitaciones han dejado de ser personales! Las postales navideñas ya sólo forman parte de una pequeña población, como aquella que todavía escribe las cartas a mano, para dar paso a los e-mails y sms multitudinarios, que reciben de igual modo los amigos que los conocidos, o las parejas que los amantes.

Con todo esto, ¿cuál es, exactamente, el verdadero espíritu navideño para nosotros? ¿Acaso disfrutar con lo que a cada uno de nosotros nos gusta, o seguir la corriente de lo que le gusta a los demás? Me temo que no. ¿Por qué celebrar el fin de año con 12 uvas, a poder ser mirando el reloj de la Puerta del Sol, en lugar de celebrarlo dos semanas antes, como los estudiantes de Erasmus en la Plaza Mayor de Salamanca? Cada uno a lo suyo, claro que sí.

Hay que tener en cuenta que estamos atravesando un momento muy delicado, no sólo en lo económico sino también en lo personal. Cada año aumentan las estadísticas de separaciones y divorcios, y la soledad se ha convertido en un ‘enemigo’ que no sólo afecta ya a la gente mayor. Ahora, más que nunca, es tiempo de hacernos el mejor regalo posible, además no deja de ser gratuito: detenerse un momento, mirar hacía adentro y buscar en uno mismo el problema, primero, y después la posible solución. Seguro que resultará más efectivo, en el aspecto emocional y económico, que caminar a paso ligero por las calles comerciales en busca de un regalo superficial que tan sólo actuará como parche por unos días.

Por cierto, lo olvidaba: ¡Feliz Navidad!

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