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Un año más, un año menos

Eduardo Cassano
Eduardo Cassano
viernes, 2 de enero de 2009, 18:35 h (CET)
Con el 31 de diciembre termina un año, el 2008, que en el mapa político, económico y social de España ha sido, sin lugar a dudas, un año negativo en el que la recesión se convirtió en crisis. Se han celebrado unas elecciones, que ganó Zapatero, pero no han servido para lograr una estabilidad social cada vez más lejana. La violencia de género no cesa, incluso aumenta en estos días, el paro sube peligrosamente y el ánimo entre la población se compra a plazos con la tarjeta de crédito. En lo deportivo, por contrapartida, las cosas han ido mucho mejor, hasta el punto de alcanzar éxitos casi inimaginables hace poco tiempo, consiguiendo así distraer la atención de lo verdaderamente importante, lo que nos afecta a diario.

En el panorama internacional, Europa se constipó en el momento que Estados Unidos estornudó. Las bolsas han bajado más que nunca, el pánico a revivir el Crack del 29 ha estado presente en la segunda mitad del año, con la quiebra de importantes entidades financieras y bancos, así como el drástico descenso de la curva económica en el sector de la construcción, dejando, después de tantos años esperándolo, el precio de los pisos por debajo del precio que los hipotecados pagan por él. Y ése es, precisamente, el mayor problema. La morosidad ha aumentado considerablemente, poniendo en jaque los multimillonarios beneficios que acostumbran a tener los bancos cada año, cesando así, de inmediato, el préstamo de capital a las personas que tratan de comprar un piso. Las personas no pueden pagar y el banco no presta dinero; el pez que se muerde la cola.

Pero en estos días de fiesta y celebración todo esto no importa. En esta Nochevieja se cumplen 100 años de la tradición de comer las uvas. Todo el mundo que quiera tener más suerte el año próximo -dicen- debe estrenar una prenda roja, a ser posible regalada, brindar con una copa de cava que contenga un anillo de oro, quemar un papel con los malos momentos del año anterior, y un sinfín de tradiciones más. Hasta las personas más solitarias e independientes precisan, de algún modo, de estos acontecimientos, pidiendo al año nuevo el deseo de un cambio o, por el contrario, reafirmar su situación a cualquier precio.

Desde ese momento, ya en el 2009 y con la resaca posterior tras el abuso de alcohol y otras sustancias, nuestra estructura y capacidad mental está programada, como un calendario, para empezar de nuevo con el pago de las tarjetas de crédito y los excesos de Navidad, la depresión post-vacacional y la lejanía de las próximas vacaciones en el horizonte. La rutina, otra vez, vuelve a hacerse cargo de nosotros y nuestros actos, y todas las felicitaciones y buenos deseos de estos días -personalizadas o no- se guardan en el mismo baúl que se guardan los adornos del árbol de Navidad, hasta el año que viene.

Después de la cabalgata de Reyes, los niños disfrutan de sus regalos. Los mayores, por fin, pueden disfrutar del suyo y volver a ser ellos mismos: superficiales y frívolos, pasivos y agresivos, narcisistas y egocéntricos, independientes y ermitaños. En definitiva, un cúmulo incesante de personas inestables que se cruzan en nuestros caminos en una constante búsqueda en círculo de su propio equilibrio. Por suerte, el equilibrio de cada uno nace y se hace con la voluntad y la intención de uno mismo, las sensaciones positivas de las personas que están cerca y así lo demuestran. Y tener la certeza que, sin caer en la ley pendular, nuestra mayor libertad puede ser también nuestra mayor condena.

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