1820. Tras sufrir el brutal ataque de una osa grizzly, Hugh Glass (Leonardo DiCaprio), el guía de una expedición que busca pieles en el territorio de Dakota del Sur, es abandonado a su suerte por sus compañeros. Milagrosamente repuesto de sus heridas, Glass emprende un largo viaje con el objetivo de vengarse de quienes lo dejaron atrás.
 El renacido, adaptación de la novela de Michael Punke The Revenant: A Novel of Revenge (2002), inspirada en las hazañas del personaje histórico de Hugh Glass, un trampero del siglo XIX que sobrevivió al ataque de un oso y cuya historia ya había sido llevada a la pantalla en la película de 1971 El hombre de una tierra salvaje (Man in the Wilderness), es el nuevo trabajo del realizador mexicano Alejandro González Iñárritu, quien firma aquí una interesante, aunque sobrevalorada odisea prewesterniana de supervivencia y venganza, que puede recordar, por su factura visual, al cine de Terrence Malick, en especial a El nuevo mundo (The New World, 2005), y también al espléndido filme de Sidney Pollack Las aventuras de Jeremiah Johnson (Jeremiah Johnson, 1972). Incluso se cita visualmente al cine de Tarkovsky.
El filme, rodado en espectaculares escenarios naturales de Canadá, México, Estados Unidos y Argentina, los cuales son captados con maestría por el gran Emmanuel Lubezki, se articula en torno a una discutible contradicción: su afán de crudo hiperrealismo (la secuencia del ataque del oso, por ejemplo) en relación a situaciones un tanto inverosímiles. Como en la multipremiada Birdman o (La inesperada virtud de la ignorancia), el director vuelve hacer uso de elaboradísimos planos secuencia que, pese a lo brillante de su ejecución (el de la batalla inicial me parece el mejor), dan la sensación de ser más un recurso de ostentación técnica que una herramienta narrativa. Iñárritu se gusta demasiado, anteponiendo siempre la forma al contenido. La trama de The Revenant, cuyo guión contiene muy pocas líneas de diálogo a lo largo de su excesivo metraje, se desarrolla de un modo bastante insustancial, no yendo nunca más allá de la resobada lucha del hombre contra los elementos. Los personajes son bastante planos, y la narración se torna en ocasiones espesa por culpa del abuso en la utilización de flashbacks y ensoñaciones pseudopoéticas con las que se intenta dotar al protagonista de cierta hondura místico-emocional. Un solvente Leonardo DiCaprio lleva todo el peso de la película con una interpretación más física que talentosa. Frente a él, el despreciable personaje de Tom Hardy.
Como apuntaba, El renacido constituye un ejercicio interesante, principalmente debido a su impecable acabado formal, pero queda lejos de ser gran cine. Típico de Iñárritu. Y de la mayoría de cineastas actuales.
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