Desde el siglo XIX esta ciudad se vio engrandecida por la instalación de una serie de factorías que la convirtieron en una ciudad floreciente que ocupaba el segundo lugar de España en número de industrias. La explotación del cultivo del algodón y la subsiguiente industria algodonera textil, la siderurgia, la preparación de salazones, los vinos, la caña y la consiguiente industria azucarera, etc., hicieron de Málaga una ciudad industriosa. Todo ello propiciado por varios grupos familiares que vinieron de diversos países europeos y de ciudades españolas con más tradición industrial. El siglo XX no solo continuó esta tendencia, sino que, pasadas las crisis que hicieron sucumbir la industria siderúrgica y la decadencia de las azucareras, esta renació a partir de mediado de siglo por medio del boom del turismo y la implantación de tres grandes fábricas en Málaga: Intelhorce, Citesa y Amoniaco Español. Las tres desgraciadamente ya han desaparecido. Posteriormente se creo en Málaga una corriente que impulsó especialmente la industria textil. Nació entonces Intelhorce una industria moderna (que sustituyó a la Industria Malagueña), que contaba con todo el proceso algodonero salvo el tinte. Entraban balas de algodón y salían manufacturados de todo tipo y prendas confeccionadas. Además contábamos con Confecciones Estorch, una fábrica desde la que salían a diario miles de pantalones que se comercializaban a través de sus tiendas-franquicias propias. Cortefiel, que también instaló su gran taller de confección en Málaga. Confecciones Marcelino y Mayoral, una industria que ha ido creciendo de una manera extraordinaria y que hoy es la pionera en el mundo de la confección infantil. Salvo esta última, Mayoral, todas fueron desapareciendo paulatinamente. Alrededor de estas macro empresas, fueron surgiendo pequeñas industrias auxiliares que también dieron mucha riqueza a Málaga. Viví en primera persona el esplendor y la debacle de una de ellas: Intelhorce. Recién salido de la Escuela de Comercio, ingresé mediante oposición en la misma. Allí viví unos años de aprendizaje que me marcaron para siempre. Era una empresa moderna (en sus instalaciones tuve contacto con mi primer ordenador IBM, no sé si era el clásico o el 360; un monstruo que ocupaba varias habitaciones y que trabajaba con fichas perforadas que manipulaban una especie de astronautas con batas blancas). Sus miles de empleados llegaban a riadas de Málaga y de los pueblos de alrededor. Hicimos un equipo de administrativos que, casi sesenta años después, los supervivientes, nos seguimos reuniendo y “wasseando”. Curiosamente, junto a mi hijo, estuvimos como representantes de la firma en sus últimos años de existencia. No ha llegado la renovación de esas industrias. Todo nuestro progreso lo hemos basado en el campo tecnológico y el turismo. Será bueno para la ciudad. Pero los del “segmento de plata”, aquellos que vivimos el boom de la industria en Málaga y su provincia (recuerdo la fábrica de Dólar en Antequera, los fabricantes de ropa interior del valle del Guadalhorce, que inundaron Europa de bragas económicas y de buena calidad, los manufacturadotes de vaqueros de Coín) y de otras muchas industrias auxiliares que nos hicieron pasar a muchos malagueños del autobús al seiscientos, al cuatro-cuatro y a la vivienda propia. Aún nos quedan un par de chimeneas para poder hacernos fotos. Pero añoro aquellos tiempos en que Málaga era famosa por los productos que salían de sus industrias. Desde teléfonos a sábanas, desde fertilizantes agrícolas a pantalones vaqueros, desde chaquetas de piel al Ceregumil Fernández. Tiempos pasados que no volverán.
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