¿Quién no ha participado en una función de navidades o de fin de curso en el colegio? ¿Quién no ha aprendido el “con diez cañones por banda”, la canción de moda o una obrita de teatro para declamar, cantar o bailar en alguna de las fiestas escolares o familiares? Todos llevamos dentro un aspirante a estrella. Bien sea en lo alto de un escenario, detrás de un micrófono, o en las pantallas del cine o la televisión. A todos nos gustaría ser protagonistas de un espectáculo de cualquier tipo, en el que nos sintiéramos aclamados o, cuando menos, dignos de atención. Cada día nos encontramos con más grupos de teatro aficionado por y para los mayores, grupos musicales de todo tipo, o la presencia de interpretes “mayores” en producciones teatrales y cinematográficas de mayor calado. Personalmente, y sin ser –ni pretender ser- un maestro en las artes escénicas, he participado en montajes teatrales, televisivos y cinematográficos a lo largo de toda mi vida. En mi adolescencia formé parte de un grupo juvenil de teatro, lo que nos permitió representar un montón de obras de aquella vieja “galería teatral salesiana”. Con escaso talento, pero gran voluntad. Siendo ya más mayor, cuando se posee más tiempo libre para dedicar a actividades fuera de la rutina laboral, hay muchos aficionados que deciden dedicar unas horas semanales a la afición teatral. La llegada de la bendita jubilación nos concede muchas más opciones. Se nos presenta la oportunidad de crear diversos grupos teatrales, modestos, pero con cierta enjundia. Siempre desde la órbita de aficionados. Esto nos ha permitido representar obras de teatro de todo tipo en los tres grandes teatros de Málaga, en varios de la provincia, en Granada y en Alicante. Claro está que con fines benéficos, pero, porqué no decirlo, con cierta categoría. Los mayores contamos con tiempo, ganas y experiencia. Ponemos constancia y aportamos la memoria que nos va quedando para aprender los textos. Somos disciplinados para obedecer las órdenes de los directores. En una palabra. Somos una excelente materia prima para el teatro. Igual sucede en la música o el baile, esas otras cualidades que no hemos podido desarrollar a lo largo de una dilatada vida. A nuestra edad, pocas sensaciones son comparables a la apertura de un telón o a la claqueta que da paso a una intervención ante las cámaras. Da lo mismo que se trate de actuar en un gran teatro o en un pequeño local de pueblo. Que se ruede una gran superproducción o un modesto cortometraje. El caso es pintarse la cara, ponerse otros ropajes y recitar bellas palabras escritas por otros. Y, sobre todo, la sensación de encarnar en nuestro cuerpo los pensamientos y actitudes de otras personas. Transmitir risas o llantos, sufrimiento o carcajadas. Se lo recomiendo a todos. Vivir el teatro es vivir varias veces.
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