Siguiendo la pretensión de ganar votos a cualquier precio, la propaganda política, a veces, se pasa un poco de frenada, creyendo que las personas a las que se trata de influenciar son tan desilustradas como se dice, pero esta conclusión no suele ser generalizable. Entretanto, queda a la espera de arañar votos para la causa del promotor.
Poner como rótulo comercial de carácter político el gobierno de la gente suena bien al oído y permite animar al auditorio, incluso haciéndole creer que va a gobernar o llegar a tener algún peso a nivel de la gobernanza. En realidad, se trata de una muestra más de la apariencia que domina en este terreno.
Lo que vienen a decir los patrocinadores del eslogan es que, si suman votos suficientes, habrá fiesta para casi todos y continuará el despilfarro a nivel colectivo —cuanto menos de nombre, porque el mundo real es otra cosa—, ya que, en caso contrario, se acabará el festival. Argumento muy convincente para el que nada tiene que perder, ese que se queda a la espera permanente de que le financien la existencia. Convendría aclarar que, pese a la euforia que se desata con el prometido bien-vivir electoralista, en el terreno de la política la gente no pinta nada. Ciertamente, alguno puede creer lo contrario, al menos desde una perspectiva grupal, porque el voto agrupado ocasionalmente suele significar algo —lo que tampoco quiere decir que gobierne—, pero nunca el de la gente desconectada, que pasa a expresarse a través de una papeleta más, a la espera del recuento y suma, ambos totalmente anónimos, desde la perspectiva de la persona.
Al margen de elucubraciones, hay que tener en cuenta que la gente, como grupo o incluso como conjunto, no es gobernante, sino que siempre es gobernada. Lo primero corresponde a la minoría dominante y, el segundo, a las masas dominadas. Anotados tales puntos, volviendo al eslogan, puede añadirse que sus efectos propagandísticos, por si algunos caen en la red, no pasan desapercibidos.
Cabe señalar que el término gentes parece remitir a heterogeneidad de tendencias sociales, a masa de personas, a muchedumbre destinada a ser gobernada —para que no se desmadre—, por una minoría, que viene siendo llamada elite. Establecida la diferencia, viene a apreciarse cierta analogía con aquel vetusto despotismo ilustrado, practicado ahora por elites políticamente desilustradas, y unas gentes en gran medida más desilustradas, que han renunciado a la crítica política, entregadas a las tecnologías de mercado. Se echa en falta lo de ciudadanos, que daba cierta calidad política a las personas, incluso a la propia democracia del voto. Ahora, todo se reduce en dar respaldo a una clase que manda a toda esa pluralidad de personas—mal llamadas gente—, que están destinadas a obedecer, porque pretende hacerse cercana a la legión de desfavorecidos que sueñan con hacerse ricos o, al menos, que se repartan justamente los bienes de los ricos y que les toque algo de efectivo en el reparto, siguiéndose los criterios progresistas marcados por los patrocinadores del desarrollo sostenible.
A simple vista, al eslogan en cuestión se le ve las intenciones de los que lo utilizan, porque al decirse gente, se omite toda referencia al ciudadano como término político e incluso a la persona como referencia social. Así, se viene a añadir un argumento más para dejar definitivamente sentado que quien gobierna no es la gente y, en el mejor de los supuestos, se gobierna para la gente. Por otro lado, no hay que pasar por alto cierta visión peyorativa de la ciudadanía, considerada como muchedumbre incapaz de regirse políticamente por sí misma —pese al supuesto progreso social—, que tiene que se gobernada por una minoría, que ya no es selecta —como lo era supuestamente antaño—, sino ignorante en política y rica en verborrea ocasional, debidamente asistida por grupos de entendidos, para suplir carencias en su preparación política, que saltan a la vista. Quizás por eso, aspiran a gobernar para la gente y para ellos mismos, quedando fuera de sus preferencias el ciudadano responsable que demanda su papel político en la política.
Situando sobre el eslogan antedicho la etiqueta de un partido, resulta que no solamente se desmorona lo del gobernar de las gentes, sino que las posibilidades se acortan cuando, a su amparo, surgen líderes, que no se sabe quien les ha colocado ahí, pero utilizan el nombre del partido, aunque no sigan la trayectoria del partido. Lo que quiere decir que, la democracia del voto, asistente de la partitocracia de hecho y de derecho, siempre corre el riesgo de sucumbir ante el autoritarismo o la simple dictadura de quienes van de líderes. Ya que lo del ejercicio del poder, aunque sea prestado por una temporada, siempre tiende a hacerse personal y vitalicio. Para eso está la propaganda bien llevada, sin limitación de fondos económicos, y la plantilla asesora, integrada por lo más entendido en materia de marketing. De esta forma, el paraguas del partido se reconduce a servir de pantalla ideología que permite contar con el apoyo electoral de sus seguidores.
Siempre han quedado claras las limitaciones de la democracia representativa. Contaba con un corto recorrido desde sus inicios y, aunque luego se hizo más extensiva, se quedó en elegir a otros, porque no se permitía intervenir a todos. De esta manera, con el control de las leyes y de todo el arsenal jurídico, resulta que, en la práctica, con el voto se otorga un cheque en blanco a esos otros. Digamos que el cheque corresponde al partido, cuando realmente lo utiliza su líder más señalado, al objeto de gobernar a las gentes según su saber y entender asistido por su corte ocasional, mientras sus afines ideológicos se quedan con las sobras del poder —que suelen ser sabrosas y rentables, en la medida de su implicación en el negocio—. Los otros, los votantes que les han aupado, simplemente se limitan a mirar el espectáculo desde el anfiteatro.
Más o menos, esta venía siendo la trayectoria seguida por la gobernanza en este país, pero las cosas van cambiando con el paso del tiempo de manera clara y contundente. Ahora, la mayoría no elige a la minoría, porque ya viene señalada por el imperio, simplemente se les da el visto bueno, ya que para eso las gentes han sido enseñadas en la academia las redes de conexión. De manera, que parecería más acorde con la realidad que lo del gobierno de las gentes quedara en el gobierno del imperio, que obligadamente las gentes votantes habrán que legitimar a través del voto prefabricado, para dar al mandato foráneo validez jurídica local.
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