Cuando se dispone del mercado para que, con su ciega pero suprema decisión, deje al pobre sin nada y al rico con su beneficio, resulta posible ahorrarse la incomodidad de pensar en los necesitados, escribió el Profesor José Luis Sampedro. Por eso, siempre apostó por la solidaridad y por la justicia social “porque los pueblos pobres están subsidiando con sus recursos y su trabajo la prosperidad de los ricos”, en palabras de Salvador Allende.
Para todos sus discípulos y amigos permanecen sus lecciones sobre la Conciencia del subdesarrollo, publicado en 1972, y Veinticinco años después, comentadas por el Profesor Carlos Berzosa. Allí precisó que el subdesarrollo no es un estadio en el camino hacia el desarrollo, - como un proceso que arrancaría de la pobreza misma y vendría a ser como la escalera que conduce a la riqueza -, sino un subproducto de ese modelo de económico, un vocablo esperanzador para los países empobrecidos del Sur. En esos países del llamado Tercer Mundo, que el argelino Ben Bella definió así: “Un conjunto de pueblos cuyas estructuras políticas, sociológicas y económicas carecen de una vida autónoma y padecen el saqueo y las limosnas de las naciones industrializadas”.
El concepto, en vías de desarrollo, también es falaz porque los países actualmente desarrollados no estuvieron antes sub-desarrollados. ¿En relación a quién?
El Profesor Sampedro cumplió 90 años en 2007 y tuvo con Juan Cruz una memorable entrevista. “Todo se hace con un cinismo total. La gente en general es mejor que el sistema. El sistema se desmorona”, le dice.
Confiesa que llega a esta edad un poco asombrado. Primero pensó que no llegaría a los 60. “Cuando llegué comprendí que tenía que ser consecuente. [Cuando fue operado del corazón] Me morí, me reencarné, y aquí estoy. Pero nunca creí que llegaría a los 90. Cansado, fatigado, pero al mismo tiempo satisfecho de estar aquí”.
Reconocía que la edad supone una serie de deficiencias físicas, que pesan mucho pero queda todavía la curiosidad. “Me interesan pocas cosas, pero las que me interesan me interesan mucho”. Por ejemplo, la vida interior. “Lo poco que sé de física moderna lo relaciono con puntos de vista taoístas y orientales, y descubro que el mundo es en definitiva vacío y energía. A mí me asombra la cantidad de vacío que hay en un átomo... Eso me interesa”.
En cuanto a la vida exterior, sostenía que vivimos en una época de barbarie. Se desintegra la civilización occidental tal como venía del siglo XV. “Tiene razón Fukuyama, pero al revés: estamos en el final de la historia, pero no por haber llegado al colmo, sino por haber llegado al desmoronamiento. Y pasa como cuando cayó el Imperio Romano, que viene una época de barbarie. Aquí estamos en plena barbarie”.
Para Sampedro el símbolo de esta barbarie fue la guerra de Irak. “Allí fueron vulnerados los valores de la civilización. El ataque preventivo no fue más que el ataque del más fuerte, se aplicó la ley de la selva, y eso va contra todos los principios. Y ahí está lo de Guantánamo, el trato a los prisioneros, que degrada a quienes los guardan. Se degradan los organismos internacionales. Toda una serie de conquistas están destruidas ante la mayor indiferencia. Ahora todo esto se hace con un cinismo total. ¡La Secretaria de Estado, señora Rice, viene a Europa a hablar con unos señores respetables, ministros de Gobiernos civilizados, y les dice con toda desfachatez lo que hace la CIA en sus territorios, y no pasa nada!”
Sentía sinceramente que el sistema se desmorona porque “ahora estamos en el tiempo de un despilfarro total”.
Ante este principio de barbarie, el prestigioso economista afirmaba que era posible que entrásemos en un cambio de gran alcance, que empiece otra era, la era de la transformación del ser humano, algo sin precedentes.
Y confesaba que la edad le había enseñado a no tomarse en serio, “a reírme de mí todo lo que pueda. Y a aceptar mis errores, mis pequeños éxitos, sin darles importancia. Yo pienso que lo esencial en el mundo es la energía, y hay una energía cósmica que pone todo en movimiento; si quieres llamarlo Dios, llámalo Dios, pero yo no necesito un Dios paternal que me consuele ni nada de eso, pero esa energía es una inmensa hoguera en la que están saltando chispas constantemente. Y yo soy una chispa. De pronto una chispa salta y luego se apaga”. Pero reconocía emocionado que lo que le había sostenido en las últimas décadas había sido el amor.
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