No creía lo que oía. No diré la emisora de radio ni el periodista que pronunció la frase que encabeza el escrito, escuchada por mí el pasado día 19. Sí que no era eclesial, sino más bien proclive al Presidente Sánchez. No daba crédito a lo que escuchaba. Los tertúlianos comentaban con sorna y desenfado burlesco el hecho de que, después de haber asistido a la Conferencia de Davos en la que se había codeado con lo más representativo de la política y los negocios mundiales, había descendido al barro y se había unido a unos jubilados para jugar con ellos a la petanca. Los comentarios que hacían eran vejatorios para Pedro Sánchez del que se burlaban por su gesto de falsa humildad, cuando tiene reconocido un muy alto grado de soberbia. No entraré en este asunto, sí expresaré mi asombro al oír tales comentarios de personas que, para mí, eran partidarios de Pedro. Recapacité sobre ello y rememorando ciertas actitudes que habían adoptado y manifestado sotto voce, y algunos hasta en público, sus correligionarios, llegué a la conclusión de que Pero Sánchez, con su actitud prepotente y, en ocasiones chulesca, está provocando un rechazo hacia su persona casi general en la mayoría de los españoles, salvo en sus apesebrados, que posiblemente manifestarán en las próximas elecciones y lo bajarán del pedestal de su autosuficiencia, y entonces sí que le harán morder el polvo y lo embarrarán en un lodo que le proporcionará una cura de humildad, si es capaz de asimilarla. Que, por una vez, si es capaz de ello, rechace el incienso y las adulaciones con las que lo sahúman sus corifeos, descienda a la calle y tome el pulso al pueblo. No lo hará, no solo porque está enrocado en su torre de marfil, sino porque lo ha intentado, en algunas ocasiones, y ha sido recibido con rechiflas y abucheos allí donde ha ido. Señal inequívoca de que los españoles lo rechazan. Odiarlo, como dijo el periodista, posiblemente sea demasiado, pues este sentimiento es fruto de una aversión visceral muy profunda, pero sí que experimenten un fuerte rechazo hacia él, del que todavía no sea consciente, dado su alto grado de egolatría. Que él y los paniaguados que lo adulan estén preparados porque posiblemente en las próximas elecciones reciba una lección que no olvidará jamás.
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