“El arte tiene esta grandeza particular: no tolera la mentira”, Antón P. Chéjov.
Es una constante insistir en la necesidad de la relectura solamente por ser una invitación al gozo que descubre nuevas luces y leer es volar por el universo, lo que resulta propicio al compás del tiempo tallador de la vida, que se nos va arrugando. Sólida razón que le hace a uno ser más exigente en cuanto a gustos y placeres de ese deleite que es la lectura de calidad. Cuando joven, uno lo leía todo, tiempos devoradores, más que leer era aquel afán por pretender conocerlo todo. Pero con los años se va imponiendo pausadamente la selección dirigida por una mano con suave batuta, que muestra los tonos insobornables, la razón de rechazar cualquier tentación o tipo de soborno de escritura que lleva distraída al pasatiempo Y no hablemos de bagatela disfrazada con velos de premios amañados meramente comerciales.
Esto no es crueldad, tampoco pedantería, se trata simplemente ,separar la paja del trigo, calcular con mesura no sin temblor, lo mucho que queda por releer mientras las hojas del incansable calendario, continúa insistentemente y sin descanso deshojando días, mientras uno a ojo de buen cubero hace cálculos de cuántos años quedan para los adioses finales, esto sin contar el peligro de que me arrolle de súbito una bicicleta. De aquí el ir seleccionando títulos y ponerlos en lista de espera. Porque dicho sea de paso cada día resultan más peligrosos los patines eléctricos. Y pensar que edité en un tiempo una antología poética dedicada a tan delicioso aparato, compuesta por una exquisita lista de poetas en bicicletas.
Y he aquí una muestra, el resultado de agradables horas de la noche leyendo de nuevo La Estepa, esa narración tierna y bella, conmovedora, que tiene como protagonista a un niño de nueve años, al que sin ser su voluntad, deja el calor familiar de la casa junto a su madre viuda, cuando una mañana de intenso frío lo colocan tras triste despedida en el pescante de una vieja calesa junto al cochero, que se dispone a emprender el largo y pesado viaje de cruzar la estepa ucraniana hasta llegar al instituto de la ciudad, donde debe comenzar sus estudios para con los años hacerse un hombre de saber y poder lograr ser algo importante en la vida.
Una obra magistral alimentada de vida y pasiones centrada en ese protagonista observador, niño embargado por las sensaciones que una tras otra van sucediéndose en tan larga travesía. Rebosante naturaleza viva y variada ofreciendo las más diversas secuencias naturales. Como sucede con la envolvente tormenta que amenaza pero que no termina de desencadenarse, y pasa rumbosa sobres cabezas, todos respiran y alguien de la cuadrilla de carreteros canta. Sentir y participar en la vida dura pero sencilla y llena de humanidad de ese grupo de hombres, derrotados conductores de carros, biografías tronchadas por el destino como la del viejo sochantre que un día perdió la voz tras bañarse en el río. Y ahora aquí, intentando en alguna ocasión volver a cantar bajo la bóveda del cielo, en la noche de la estepa ucraniana.
Guías de una caravana de carros repletos de lana de oveja que transportan al mercado de la ciudad, una historia que otorgó a este indiscutible y admirado maestro de la literatura rusa, el éxito y la fama justa y merecedora por el logro y manera de dar vida a tan diversos personajes. Judíos, terratenientes, los mercaderes que sólo viven y duermen inquieto sueño pensando en las posibles ganancias. Es una narración que tomando unas páginas de ella se pueden extraer cuentos por separado. Porque la Estepa de Chéjov es el principio real de la confirmación del gran maestro, el preludio de una humana y conmovedora obra literaria, el mejor heredero directo de Tolstoi y Gógol dotado para mostrar el factor humano y hondo de los personajes, también de los mezquinos, los miserables. Pero por encima de todos los humillados, derrotados y ofendidos. Lector, no lo piense mucho, si tiene hijos de diez años para arriba. Regale el libro en cualquier día del año
|