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​La feria de los felices

Es necesario encauzar nuestro futuro, sin más retraso, con un talante serio, preocupado y sin el fatalismo de que las cosas son así
Luis Méndez Viñolas
jueves, 26 de enero de 2023, 13:39 h (CET)

Dentro de poco entraremos en periodo electoral, es decir, al contrario de lo que se pudiera esperar, la actividad política importante se paralizará. Lo de “quien se mueva no sale en la foto” tiene una aplicación más amplia de lo que se cree. Quizás se produzcan amagos demagógicos, en los cuales se quiera parecer lo que no se es. Pero poco más.


En el breve periodo que resta para el inicio de las distintas elecciones que nos esperan, difícilmente se podrá recuperar lo que no se hizo antes, como una labor dialéctica donde hubieran quedado expuestas y debatidas con claridad las verdaderas posturas de cada formación política, y las razones que las justificaban. Y si no había causa para una profunda diferencia, el porqué. No olvidemos que el bipartidismo anterior había logrado aproximadamente un ochenta por ciento de coincidencias legislativas entre las dos grandes formaciones políticas. Lo contingente devoró a la singularidad originaria.


El parlamento español nunca ha sido un órgano volcado al análisis científico o académico; menos a una preocupación didáctica. La propensión a la escaramuza oportunista le puede a la profundidad de pensamiento y a la dialéctica. Eso de la tesis, la antítesis y la síntesis no casa con la vocinglería. Luego nos hablan de la cultura del esfuerzo.


La mayoría de los españoles desconocemos las verdaderas pretensiones políticas de los partidos que allí dicen representarnos. Se dirá: les avalan los votos. Pero ese es el sofisma legitimador de todo lo que acontece gubernamental y extragubernalmente y que no explica cómo se obtienen los votos. A veces por aburrimiento o miedo al vacío.


Nuestra música política carece de letra y de armonía, por lo cual tiende más al ruido que al concierto. Además, ¿qué porcentaje de electores sabe –puede saber-- cabalmente qué representa realmente cada formación? Cuando ingresamos con euforia en la Comunidad Económica Europea ¿sabíamos que conllevaría la desindustrialización del país? ¿Éramos conscientes de esta condición, o mejor, había forma de saberlo? Y frente a las imputaciones contra el actor que inició esta acción ¿sabíamos o sabemos que en realidad fue una operación a dos? Por ejemplo, se habla interesadamente de la extrema derecha, como si en ella no hubieran posturas contrapuestas en las que unas son ultraliberales y otras estatistas.


Es decir, que hay una gran carencia de información por parte de nuestros políticos en asuntos que son esenciales para la nación. En un país que de repente se despertó autonomista ¿por qué no se buscaron soluciones similares para el Sáhara, hoy tan abandonado por España y el mundo? Siendo una provincia española ¿por qué el concepto de unidad de la nación no le afectó, tanto en 1975 como en 1978? ¿No comenzó en ambos periodos a evidenciarse el estado debilitado de la soberanía nacional? ¿No debería haber sido su recomposición una de las prioridades de los españoles?


La mayoría de las fuerzas se autodefinen como constitucionalistas, pero la verdad es que la Constitución está arrinconada en el olvido; la mayoría de las medidas que se toman no corresponden a su espíritu. ¿Cómo un Estado que se autoproclama como social y democrático puede tomar una deriva netamente neoliberal y globalista?


Aunque con resultados dudosos, los medios de comunicación verdaderamente independientes deberían iniciar una campaña para que, de entrada, el voto emocional desaparezca y se convierta en voto racional; es decir, exigir a los partidos políticos que definan con claridad extrema cuáles son sus verdaderas pretensiones. No somos ingenuos, no ignoramos los condicionantes tanto internos como externos que dificultan esta operación, pero ¿podemos seguir siendo una nación que avanza o retrocede a ciegas y que luego ni siquiera exige inventario de lo que hay?


La frase “avanza o retrocede” es intencionada, porque por lo general no sabemos ni qué somos ni dónde estamos. En la clasificación de las naciones podremos subir del lugar decimosexto al octavo, o viceversa, según se trate de aumentar o disminuir el gasto social. Es decir, que ni siquiera podemos decidir con verdadero conocimiento de causa. Para colmo se ha acuñado, en esa tendencia anglicista tan lamentable, el término fake news. Magistral maniobra de despiste: ahora todo lo que no es fake news es cierto; y todo lo que no nos conviene, es mentira en inglés.


Todos estos extremos, creemos desatendidos durante décadas, son los que consolidan o debilitan nuestros derechos, nuestra situación, nuestro bienestar, nuestra soberanía. Pero tales bienes no se pueden fundamentar, repetimos, sino en una información porfunda. No obstante, tal labor no se puede depositar únicamente sobre los hombros de los medios de comunicación. Los militantes o afiliados de los partidos políticos, principalmente los que no son cargos institucionales, también tienen sus funciones y responsabilidades. ¿Acaso no dice la Constitución que “los partidos políticos expresan el pluralismo político, concurren a la formación y manifestación de la voluntad popular y son instrumento fundamental para la participación política”? Esos militantes infravaloran su cometido y desconocen la responsabilidad que asumen al apoyar cosas que desconocen.


Pero esta –la del artículo 6 de la Constitución-- es una frase más en el frontispicio de nuestra apariencia. Ni es evidente el pluralismo político, ni hay una verdadera voluntad popular, ni hay participación política. No nos engañemos. La elaboración de las listas de todo tipo deja mucho que desear, y está claro que no reúnen a los miembros más brillantes.


Ampliando el círculo de responsabilidades, tampoco se puede negar la ausencia de los ciudadanos, que se deberían sentir obligados, por lo que les conviene, a buscar una información independiente, plural y contradictoria. Alguien con posibilidades debería realizar una campaña masiva en la que a esos ciudadanos se les preguntara qué hacen ellos por sus propios derechos; y si creen que la frase de que otros proveerán no es excesivamente confiada.


Respecto a la práctica institucional, ese ciudadano, ese militante, ese periodista, en vez de aceptar que el congreso de la nación se desenvuelva como un patio vecinal, debería exigir que sea el foro del saber dialectico donde se manifiesten las carencias del país y las distintas soluciones que se proponen. Un foro donde la autoestima avergüence al infractor de las misiones que se le han encomendado, que entre otras es dar luz y no confusión o exacerbación de los instintos.


Aparte de todo esto, tenemos enfrente pequeños grandes inconvenientes, como fingir que somos incomparablemente felices. Ese fingimiento es la publicidad engañosa de lo que no anda bien; y no se comprende con el dato de que ocupamos el tercer lugar en el consumo de ansiolíticos. Lo único que cabe colegir es que la nuestra es una euforia pastillera insana, basada más en artificios químicos que en realidades sociales, por lo cual no caben jactancias ni “empoderamientos” de ningún tipo.


Resulta lamentable que las discusiones políticas que nos llegan no versen en su mayoría sobre la pobreza infantil, que amenaza a un 28,3 %, es decir, a 2,2 millones de criaturas; o sobre la sanidad pública, disminuida gravemente e irracionalmente fraccionada (acordémonos de las batallas entre comunidades autónomas en la pandemia), con una peligrosa propensión a su privatización, y con el agravante de que las colas en la privada comienzan a ser cotidianamente anormales; o la enseñanza, con sistemas que buscan el hecho diferenciador, en vez del cohesionador, cuando no a desfigurar nuestra historia; el paro y la precariedad laboral, tanto juvenil como general; los ancianos, junto a sus residencias; las familias monoparentales (el 53,3% se encuentra en riesgo de exclusión o pobreza, frente al 27,9% general); la soberanía lamentablemente limitada (Marruecos, Sáhara, gas argelino y habilidad de Italia donde nosotros hemos sido torpes; tratados desventajosos para nosotros con Francia y Alemania); la paz y la guerra, necesitadas de luz, taquígrafos, altavoces, respeto al derecho internacional y referendos si fuera preciso); la industrialización (de nuevo recordemos las carencias en la pandemia); la vivienda social (España se encuentra en la posición número 18 de la U E, con un 2,5% de la vivienda total construida, frente a los Países Bajos, Austria y Dinamarca, que cuentan con un 30%, un 24% y un 20,9% respectivamente; la racionalización de nuestras autonomías, evitando que pueda haber barones en su ámbito --¿hemos vuelto al feudalismo?—; la oportunidad o no de la empresa pública (Finlandia, 40,14% de su PIB, Bélgica, 25,22%, Dinamarca 18,91%, España 4,43%), el control de las inversiones extranjeras, y un largo etcétera de problemas que brilla por su ausencia en esos rifirrafes parlamentarios.


Claro que no se puede resolver nada de esto en el corto espacio preelectoral y electoral que viene, pero sí que es necesario encauzar nuestro futuro, sin más retraso, con un talante serio, preocupado y sin el fatalismo de que las cosas son así. Dice un proverbio chino que un largo camino comienza con un paso. Demos ese primer paso. El futuro de Europa no está nada claro, e inmersos nuestros problemas en ese ambiente general, la situación puede ponerse bastante peor. Aquellos que se muestran eufóricos están incurriendo en una grave responsabilidad. Si no miremos qué dice el pasado.

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