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Pérdidas récord de los bancos centrales (que pagamos todos) por subsidiar a la banca privada

Hay que censurar a los bancos centrales, hay que pedirles cuentas y hay que acabar con su independencia
Juan Torres López
sábado, 4 de febrero de 2023, 12:29 h (CET)

Los bancos centrales de numerosos países están registrando cifras récord de pérdidas que suponen una merma de ingresos para los gobiernos y, en el peor de los casos, la necesidad de recapitalizarlos si continúan creciendo. Se habla poco de esto e incluso algunos de sus directivos le quitan importancia, pero la tiene y mucha.


La Reserva Federal de Estados Unidos anunció hace poco pérdidas de 18.800 millones de dólares a finales de 2022 y ahora las está registrando de unos 2.200 millones semanales, lo que produciría un total 115.000 millones anuales en 2023, si no aumentan los tipos de interés. El Banco de Suiza las ha registrado por valor de 143.000 millones de dólares, equivalentes al 18% del PIB nacional. El Banco Central Europeo no ha hecho públicos sus datos todavía, pero las registrará con toda seguridad, como ya ha ocurrido también, entre otros, en los bancos centrales de Canadá, Australia, Bélgica o Inglaterra, en donde se estima que son de unos 200.000 millones de libras.


Las razones de por qué los bancos centrales están registrando pérdidas tan abultadas se pueden explicar sencillamente y son fáciles de entender.


En los últimos años han dedicado cantidades billonarias de sus respectivas monedas a comprar bonos de muy bajo rendimiento, o incluso de rendimiento a veces negativo. No voy a entrar ahora en la conveniencia o no de que lo hubieran hecho o en sus consecuencias negativas desde el punto de vista de la distribución de la riqueza. Simplemente, hay que tener presente que, dado su bajo rendimiento, han ido produciendo ingresos muy reducidos y mermando su patrimonio.


Por otro lado, los bancos centrales han venido recibiendo depósitos por parte de los bancos comerciales, los bancos privados con los que operamos las empresas y personas corrientes. Durante algún tiempo, los remuneraron con muy poco interés, o incluso con negativo, pero cuando los tipos han empezado a subir, esos depósitos se han vuelto muy costosos para los bancos centrales. A grandes rasgos, la diferencia entre los intereses que pagan a los bancos comerciales y los ingresos que reciben de los activos que compraron es lo que produce las pérdidas.


Como he dicho, ahora que se están registrando pérdidas, algunos directivos de los bancos centrales tratan de quitarle importancia. Afirman que es algo coyuntural y que, en todo caso, no se verá afectada su solvencia ni habrá problemas de otro tipo porque se produzcan.


Así lo dice expresamente un informe del Banco Internacional de Pagos y también lo afirmó Christine Lagarde, presidenta del Banco Central Europeo, en noviembre de 2020: «Como único emisor de dinero del banco central denominado en euros, el Eurosistema siempre podrá generar liquidez adicional según sea necesario. Entonces, por definición, ni se declarará en bancarrota ni se quedará sin dinero». Dicho más claramente: no importa que un banco central tenga pérdidas ya que puede disponer de todo el dinero que necesite, puesto que lo crea él mismo.


Sin embargo, una cosa es que, efectivamente, el banco central no deba tener miedo a quedarse en bancarrota, como le pasaría a cualquier otra empresa por registrar pérdidas cuantiosas y continuadas, y otra es que eso no tenga importancia o sea irrelevante. Y, mucho menos, en fase inflacionaria cuando se supone que no se debe aumentar la liquidez sino disminuirla

De entrada, que los bancos centrales registren pérdidas significa que dejan de transferir a los gobiernos sus beneficios, de modo que el hecho de que las tengan supone un coste adicional para el Estado que hemos de pagar todos los demás sujetos económicos. Una pérdida de ingreso público que, antes o después, obliga a hacer recortes en gasto público. Y, además, tiene otras consecuencias macroeconómicas que no pueden soslayarse.


Un informe de hace ya algún tiempo del Fondo Monetario Internacional decía: «Las pérdidas del banco central no pueden ignorarse: pueden socavar la gestión monetaria, ralentizar el desarrollo del mercado financiero y retrasar el logro de objetivos económicos como la estabilidad de precios y el crecimiento económico… Por lo tanto, debe reconocerse su naturaleza fiscal y deben incorporarse al presupuesto del gobierno». Y el propio Banco Central Europa dice en su página web: «el principio de independencia financiera implica que, en última instancia, los bancos centrales nacionales siempre deben estar suficientemente capitalizados». Dicho más claramente, si las pérdidas agotaran el capital de los bancos centrales los gobiernos deberían poner el dinero suficiente para reflotarlo con más capital, como acabo de decir.


Por tanto, no puede resultarnos indiferente que los bancos centrales tengan pérdidas y hemos de preguntarnos qué se puede hacer para evitarlas y, sobre todo, por qué no se toman las medidas que podrían hacer que no se registrasen.


Cuando un banco central tiene pérdidas por las razones apuntadas, en teoría tiene ante sí las siguientes alternativas.


La primera es sencillamente no hacer nada y compensarlas con reservas u otros fondos acumulados a cuenta de beneficios obtenidos anteriormente. E incluso, si estos se agotaran y consumieran capital, seguir actuando normalmente. Es lo que el Banco Internacional de Pagos dice que puede ocurrir y lo que han hecho en algún momento algunos bancos centrales, no necesariamente de tercera fila, como los de México, Israel, Chequia o Suecia, entre otros. La Reserva Federal, ni siquiera habla de registrar pérdidas en el comunicado (bastante confuso, por cierto) que cité antes, sino que, cuando se producen, pasan a ser consideradas automáticamente como un «activo diferido», es decir, como una inversión que producirá beneficio o ingreso con el paso del tiempo.


Una segunda alternativa es, como he dicho antes, crear dinero para tratar de adquirir activos más rentables que permitan obtener ingresos. Es lo que están haciendo la mayoría de ellos comprando cantidades ingentes de oro lo que, justamente a causa de la subida en su precio provocada por esas mismas compras, puede mejorar su balance.


Una tercera posibilidad es reclamar que los gobiernos pongan el dinero correspondiente para enjugar las pérdidas, esto es, no solo provocándole el lucro cesante sino imponiéndole gasto adicional. El que los bancos centrales, como es bien sabido, son los primeros que dicen que hay que limitar.

Una siguiente alternativa es tratar de disminuir las reservas de los bancos, con el fin de que no depositen tanto dinero en el banco central. Se pueden utilizar dos métodos para ello.


El primero es aumentar los coeficientes de reservas no remuneradas que obligan a los bancos a mantener una determinada cantidad de dinero inmovilizada en caja. Una posibilidad contemplada en la inmensa mayoría del estatuto de estas entidades, como en el del BCE, pues ha sido un tradicional instrumento de política monetaria. De esa manera, el banco central tendría que remunerar menor cantidad de depósitos.


El segundo método es vender bonos de los que tiene en su activo. De esa manera, recoge dinero de los bancos y hace que estos dispongan de menos reservas para depositar en el banco central.

Por último, el banco central puede dejar de remunerar estos depósitos de los bancos. Algo que solo se hace en Europa desde que se creó el Banco Central Europeo (1999) y desde 2009 en Estados Unidos. Es decir, desde hace muy poco.


El Banco Central Europeo (por centrarnos en nuestro caso más cercano) podría evitar o, al menos, reducir en gran medida sus pérdidas si adoptara alguna de estas últimas medidas y en espacial la última, pues en 2023 (si los tipos se mantienen en el 2,5%) pagará a los bancos unos 92.000 millones de euros. No hay que ser un lince para entender por qué no toma estas medidas.


Como acaba de poner de relieve recientemente Paul de Graewe, pagar a los bancos privados por sus depósitos en el banco central es, sencillamente, concederles un subsidio, mantenerles un privilegio que no tiene justificación económica. No es cierto, señala, que eso sea necesario para poder llevar a cabo subidas de tipos de interés contra la inflación (la razón que se argumenta) porque eso se puede conseguir por otras vías.


Los guardianes de la ortodoxia han vuelto a cometer un error de libro a costa de la ciudadanía y del mundo empresarial que crear riqueza productiva. Hasta comprar oro es algo que solo va a beneficiar tan solo a los más ricos, como mantener la retribución por los depósitos solo conviene a la banca privada.


A la banca central se le ha dado total independencia y plenos poderes para combatir la subida de precios y mantener la estabilidad del sistema financiero. Sin embargo, en el periodo en que disfrutan de este privilegio se ha producido el mayor número de crisis bancarias y de deuda de la historia contemporánea y, recientemente, las subidas de precios más grandes de los últimos 50 o 60 años, según los países. Encima de hacerlo mal, lo hacen con pérdidas que han de pagar aquellos a los que luego disciplina con extrema crueldad.


Hay que censurar a los bancos centrales, hay que pedirles cuentas y hay que acabar con su independencia.

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