Fue en pandemia, como tantos otros mayores que de gran naturaleza y mayor fortaleza se hicieron vulnerables, acabaron su vida y se marcharon apenas sin despedirse. Hombres de campo que dejan sin querer sus herencias, no digo tierras, sino hábitos y costumbres de la tierra, que también son bienes a disfrutar y con los que se aprende y se investiga.
Conocía la fauna de la comarca como nadie, hasta dio su sobrenombre “Valdueza” a un perro blanco de caza, última raza canina de España. Pero le llegó el tiempo roto, el que lo rompe todo. Así Pedro, el pintor, el hijo, llevó a la sala de exposiciones de Torralba, al Patio de Comedias, apuntes de su media vida de escultor, pintor, poeta y conocedor de variadas técnicas pictóricas, donde abundan los ojos, las miradas excéntricas, o no, de los animales que nos rodean y se salen de sus propias órbitas, para demostrarnos que la vida también está en esos seres oscuros, o si cabe ahora más coloreados del pintor que nos transportan a un reciente pasado.
Pedro, el hijo, ha paseado con todos sus animales por las principales ciudades del mundo artístico, antes cuando era niño, esos mismos animales eran pintados con un palo en la tierra, para gozar después de la herencia del más fino papel o textura importante.
Entre montes y encinas Pedro, el padre, es también protagonista de su periplo por la tierra ya conocida. Una tierra con soles y sombras, con los miedos castellanos que se hacen universos ciclópeos para el artista. El color traspasa los años, como si los montes dejaran su impronta y la supervivencia ya no es solo animal, también se hace humana.
Es la vida asentada en un lugar que ahora trasciende a los pinceles de un artista exuberante como pocos, fauna quejicosa que salta del gran lienzo para transportarnos a lo desconocido del urbanita, al mundo extraño que para algunas personas no lo es tanto en una lección de anatomía bestial como pocas. “Pinto porque necesito respirar, sentir que este fragmento de vida que me pertenece, lo he de llenar con sueños, con imágenes que me permitan edificar un espacio vital.”
Así, lo onírico salta del cuadro en grandes dimensiones para alojarse en un hueco de nuestra retina,y no olvidar que estamos vivos, y que la tierra nos acoge en su multiplicidad, porque somos múltiples y diversos: la caza, la naturaleza, la vida, todo se magnifica en Pedro Castrortega para demostrar que hay una palabra cercana a la vida que nos identifica a todos, seamos animales racionales, bestiales, grandes o chicos, la palabra es “sobrevivir” y está inmersa en una cadena vital que a todos nos caza en un momento dado. Para romperse, para dejar algo de nosotros grabado y que los demás lo tengan como horizonte.
Pedro Castrortega, el hijo, el pintor, se hace rompedor, pero sin romper nada, se hace nuestro al tiempo que universal en museos y lienzos.
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