Cuando se pasó del sistema autoritario a la democracia nos pareció a todos que ello representaba un notable avance y nos pusimos muy contentos. Esto de la democracia, con el aval de Grecia, frente a la tiranía, pensamos que era una conquista que nos ponía a la par de los países más avanzados.
Nos dijeron que era el gobierno del pueblo y para el pueblo, aunque lentamente nos dimos cuenta de que el meollo del sistema era dividirnos en diversos partidos en permanente lucha. También nos dijeron que con ello se garantizaba la alternancia de partidos, entre los que pensaban de una manera u otra. Nada más falso. Ningún partido está dispuesto a facilitar la alternancia sino a usar todas las triquiñuelas posibles para mantenerse en el poder.
Disfrutar del poder es lo mismo que disponer del presupuesto para repartirlo entre los asociados: sindicatos, ministerios, secretarías y lo más curioso, crear las comunidades autónomas que podrían resultar gobernadas por un partido u otro, según su propia doctrina política.
De la alabada democracia a las comunidades autónomas hay una especie de salto sin red, en las que todas tienden a parecerse en la único que consideran fundamental, disponer de la mayor parte del presupuesto en beneficio de la comunidad y de sus “administradores”.
Si alguien pensó que en la democracia era todo el poder para el pueblo lentamente habrá ido comprobando que no es así. Lo que piensen los ciudadanos solo puede llegar a ser ley mediante un complicado proceso de elecciones, parlamentos y senado.
Por mi parte, cada vez desconfío más de las elecciones y del recuento de los votos, pues es el gobierno quien se encarga de organizarlo y hasta de ir creando el ambiente mediante la publicación de encuestas, especialmente las fabricadas por personal del mismo estado.
Pienso que habría que tener un estado unitario en el que los españoles se sintieran comprometidos con la idea misma de España y en la que los españoles pudieran expresarse con libertad.
Pero tenemos una España rota, dividida por autonomías que cada vez parecen más naciones diferentes e independientes. Hacer un trasvase de agua o establecer una línea ferroviaria pueden resultar tareas imposibles en las que no hay manera de ponerse de acuerdo.
El Rey, la monarquía, por la que se pasó de un sistema autoritario a uno monárquico podía, quizás, haber ido soldando los trozos de España para hacer un país en el que todos nos sintiéramos iguales, pero se optó por un sistema de partidos en los que cada español que consigue elevarse en la cucaña del propio está dispuesto a eliminar a todos los demás o si no es eliminarlos, hacerlos ineficaces e inoperantes.
Formar parte de la Unión Europea nos dio cierta falsa tranquilidadde que en Bruselas cuidarían de nosotros, pero podemos comprobar que allí cada cual busca sus propios intereses y si necesitamos dinero nos lo prestarán para su devolución son intereses.
Hasta la semana que viene.
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