Los movimientos que han registrado recientemente los mercados de renta fija han sido de una magnitud histórica. Así, el bono a dos años de EE. UU. pasó del 5 % el pasado 8 de marzo al 3,9 % una semana más tarde. Estos movimientos solo son comparables a los que se produjeron durante la crisis sistémica de 2008. Los motivos son evidentes: tras la estela de la reciente quiebra de tres bancos regionales estadounidenses (vinculados a las start-ups californianas o a las criptomonedas), los inversores dudan de la salud de otros bancos en dificultades, como Credit Suisse en Europa o First Republic Bank en EE. UU. Se han abalanzado sobre los activos denominados sin riesgo y han huido de los activos bancarios, incluidos los más sólidos, máxime teniendo en cuenta que estos activos habían subido de forma considerable, incluso excesiva, durante estos últimos meses. La violencia de estos movimientos, sin duda, ha dejado huella.
A la vista de los datos comunicados por los bancos, escudriñados minuciosamente por los reguladores y, por lo tanto, fiables a priori, las tensiones actuales son superables. En EEUU, estas tensiones afectan esencialmente a actores no sistémicos que se han aprovechado de la expansión de la galaxia tecnológica en un período de dinero barato y de relajación de las regulaciones de los bancos pequeños bajo la presidencia Trump. En Europa, estas tensiones se circunscriben hasta el pasado domingo a Credit Suisse. Después de ser absorbido por UBS, ya no quedan actores sistémicos que parezcan estar en dificultades en Europa, salvo que se produzcan revelaciones imprevisibles, claro está.
Sin embargo, incluso en el caso adverso de que un nuevo banco de gran tamaño mostrara una fragilidad que hasta ahora ha pasado desapercibida, hay un hecho indiscutible: el conjunto del sector bancario y asegurador se ha visto considerablemente reforzado por las medidas de prudencia adoptadas en todo el mundo tras la crisis de 2008. Eso no significa que esté a toda prueba, pero la tormenta debería adquirir proporciones gigantescas para que el sistema se vea afectado de forma grave. Lo sucedido en 2008 nos protege, hasta cierto punto, de una reedición.
No obstante, las tensiones actuales, pese a estar localizadas, tendrán consecuencias para el resto de la economía. A los bancos medianos estadounidenses se les podría imponer una regulación más estricta, precisamente con el fin de que el riesgo de solvencia se reduzca en caso de turbulencias, a costa de una reducción de su oferta de crédito. El Partido Demócrata ya ha propuesto una ley en este sentido que, a la vista de la relación de fuerzas en EE. UU., tiene pocas probabilidades de salir aprobada, pero sí pone de manifiesto un cambio de actitud. Al crecer menos y no conceder tantos créditos, los bancos serían menos propensos a financiar las empresas más aventuradas, que son las que en algunos casos propician el éxito de una economía, o a apoyar a las empresas más endeudadas, que a veces son esenciales para el resto de la economía. Aquí, el sector inmobiliario comercial estadounidense, por ejemplo, se perfila como uno de los grandes perjudicados. Los hogares también podrían sufrir estas restricciones en un momento en el que acusan la escalada de los tipos de interés de los préstamos.
Esta restricción del crédito, impuesta desde dentro o desde fuera, equivaldría a una nueva vuelta de tuerca monetaria y podría disuadir a los bancos centrales de subir los tipos tanto como se prevé. Por ejemplo, después de la subida hasta el 3 % decretada el 16 de marzo, el mercado ya no prevé actualmente ninguna subida de tipos por parte del Banco Central Europeo, cuando hasta hace bien poco esperaba que los tipos ascendieran hasta el 4,5 %. Cortar de raíz la subida de los tipos sería sorprendente a la vista de la inflación galopante, pero la mera existencia de este escenario revela una inflexión aquí también. Lo que parece seguro es que la dificultad para obtener financiación no hará sino acentuarse de diferentes formas durante los próximos meses —mediante alzas de los tipos o por la mayor prudencia de los bancos— y que las repercusiones serán apreciables.
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