De la vieja política los españoles lo hemos experimentado todo, nos hemos quedado en la memoria especialmente con lo malo, claro, es condición humana. Es nombrar la política de siempre y enseguida nos viene a la cabeza una serie de latrocinios cometidos en nombre del pueblo. Echamos la vista atrás y es imposible recordar cuándo, cómo y con quién empezó todo, pero llevábamos décadas sin que nadie haya puesto remedio.
Así que aunque tarde el pueblo una vez se hartó y votó renovación. Y Podemos llegó al Parlamento y a los ayuntamientos, incluidos algunos importantes. Había que cambiar tanta basura, había que cambiar a los políticos que o nos habían estafado o no habían hecho nada por evitarlo. No valían, estábamos en crisis y en buena medida nos la había creado ellos con su felonía.
Así que aunque tarde el pueblo una vez se hartó y votó renovación. Y Podemos llegó al poder, digo. Y todos esperamos la renovación, esperamos la alegría del cambio, todos los políticos se apuntan al cambio. Todos quieren cambiarlo todo. Podemos era cambio y un cambio promovido por los políticos que nada habían querido que cambiase. Su inacción contra el asalto del dinero público, su indiferencia mientras a los demás nos bajaban el sueldo, nos despedían o nos desahuciaban fueron las principales de los cinco millones de votos de Podemos.
A los votantes no les importó saber que eran comunistas, los mismos comunistas de Cuba, Venezuela y la extinta URSS. No les importó que fuesen financiados por países extranjeros tan democráticos como Irán. Querían los votantes caras nuevas, acciones nuevas, políticas nuevas.
Y la política nueva ha consistido en llevarse al bebé a las Cortes; en orinar en las calles, en ir mal vestido para ver al rey, (no, nunca, jamás para ir a ver a los amiguetes progres a la gala del cine), en permitir que los manteros inunden metros, calles y plazuelas; la nueva política ha consistido en elevar a lo sagrado la cotidianidad de Belén Esteban, en bendecir la ordinariez y vulgaridad en el vestir y en las actitudes, como si vestir convencionalmente, como si andar con normalidad, como si asearse habitualmente tuviese alguna relación con los señores engominados y encorbatados que nos robaban.
La nueva política ha consistido en desacreditar cualquier acto que tuviese, aún de lejos, una relación con la religión, como la cabalgata de reyes, en permitir la exposición sacrílega de Pamplona, en desairar las procesiones de Semana Santa (eso sí, acudiendo con mamá del brazo). La nueva política ha consistido en aplaudir los escraches (qué palabra más horrible, ¿no tenemos otra más castellana y más eufónica?) si son contra los miembros de la vieja política pero en considerarlos antidemocráticos si son contra los nuevos políticos y su nueva política.
La nueva política pasa también por situaciones incomprensibles en cualquier parte del Europa. O de américa o Ocenaía o Asia. ¿Se imaginan ustedes alguna nación en la que los votantes de todas las regiones (llámenlo “estados federales”, “provincias” o “regiones”) apoyen la posibilidad de independencia de una de ellas? Insisto: Votantes de todas las partes del estado.
La nueva política ha consistido en desacreditar al sistema judicial si este dictamina contra un concejal agresivo, faltón y violento. Y en explicar lo angelical que resulta oponerse por métodos violentos… a la vieja política. La nueva política consiste también en fomentar lo feo, lo chabacano, lo vulgar, lo ordinario, lo inelegante, lo basto, lo soez, que para los nuevos políticos debe ser el colmo del progresismo y de la modernidad. Buscan equiparar la modernidad con lo pedestre, quieren belenestebanizar España y convertirnos en una nación (aunque “el concepto de nación es discutido y discutible”) sanchopancesca, rufianesca y encanallada, burlas a las víctimas de Alcácer, al holocausto y a las víctimas de ETA incluídas.
Ante todo esto gran parte de los votantes callan y consienten, porque hay que apoyar a la nueva política, a los nuevos políticos y barrer a los viejos. Callan y consienten porque hay que cambiar España. Todo esto no les cuesta votos a los nuevos políticos. Pero la nueva política incluye también facetas viejas, atrasadas, obsoletas como los viejos políticos: colocar a los cuñados. Colocar a los maridos o a los hijos. Y eso es, queramos o no, vieja política.
Los votantes aceptan bolivarianismo, ordinariez y laicismo lacerante como animal de compañía. Sin rechistar. Pero ¿callarán también ante el viejo enchufismo de la nueva política? Callarán, callarán.
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