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Como cualquiera vive

Crítica literaria
Raúl Galache
sábado, 8 de abril de 2023, 11:51 h (CET)

Vivir es suceder instantes. Bien lo sabe Francisco José Martínez Morán, como muestra este libro, ganador del Premio Internacional Francisco Brines.


No es un poemario que busca la luz en la oscuridad, el fuego en la ceniza, el silencio en el ruido. Acude el autor a símbolos esenciales en busca de la “intelijencia” que le dé el nombre de las cosas: la luz, la ceniza —decíamos—, la sed; siempre la sed, la búsqueda de algo vivo y luminoso bajo el polvo que acumula el alma, como aquella camisa que Claudio Rodríguez tendía al sol y era su alma.


El presente se enfrenta al pasado en un duelo destinado al fracaso: “Círculos de ceniza / donde antes florecían amapolas” (página 12). El tiempo todo lo borra y la identidad se difumina, a la vez que permanece con esa tenacidad que solo otorga el impulso de la vida. Porque uno es uno mismo, claro, pero eso poco significa cuando se trata de saber quiénes somos en realidad. Martínez Morán lo expresa con finura al decir: “Qué difícil la luz de mi reflejo” (página 13). Porque no somos, finalmente, más que “presentes sucesiones de difunto”, que decía Quevedo, o “mis muertos inminentes” (página 36), que dice nuestro autor en una suerte de epitafio del poemario. Acaso solo con catorce años fuimos eternos, como expresa “A los catorce”, el mejor poema descriptivo de la adolescencia que recuerda quien esto escribe (y que algo sabe de adolescentes…).


A pesar de lo que pueda parecer, Martínez Morán no habla desde el reino metafórico de las ideas (“y no es metáfora”, advierte en la página 48). Es la vida la que duele, es la vida la que se lleva la vida y la que la golpea. Así lo expresa el yo lírico cuando dice que los recuerdos, al evocarlos, regresan como “pedradas tan reales / como la vida misma” (página 18). De hecho, todo deja huella en la piel, que se convierte en frontera del yo, en el muro contra el que choca y se cuela la realidad (“un único poema / zurcido por fisura / en la piel del autor”, página 15).


En la segunda parte, “Teatro para sombras”, de las cuatro que componen el poemario, se parte de la experiencia literaria para la construcción del poema. Los clásicos, que para algo lo son, miran el presente con los ojos del poeta: Dante, Shakespeare, Horacio, Séneca, Marco Aurelio; Juan Ramón: “Melancolía, dame / la dimensión exacta del presente / (antes de que se apague la pantalla”) (página 28). Al fin y al cabo, las dudas son siempre las mismas. Toda la humanidad es, en esencia, una gran serpiente mitológica que solo muda la piel con el paso del tiempo.


En “Coronación”, última parte del libro, Martínez Morán despliega sus mejores recursos formales. Son poemas estos que parten de descripciones de lugares y momentos para despertar la reflexión lírica. “Hipálage”, poema que abre la sección, destaca sobre los demás por su viveza; Sevilla se hace palpable en “el líquido silencio de los patios” (página 39). Como se aprecia, gusta el autor del uso de la sinestesia, como buen místico, pues algo de místico tiene siempre buscar la esencia de las cosas.

En todo el libro se muestra un manejo certero de la artesanía poética. En tiempos como estos, cuando pasan por poesía palabras que se apelotonan, Martínez Morán nos recuerda que no, que no todo vale, que de esto hay que saber, igual que no se puede componer una buena canción sin saber de música. Los versos fluyen con la cadencia de quien lleva los endecasílabos enredados en los leucocitos y los monocitos.


Así es No, un poemario que no es negación, sino indagación y asunción de la realidad. Hay que seguir caminando, a pesar de las nuevas formas de sed frustrada a las que estamos destinados, acaso anhelando el amor que le dé sentido al silencio (“recuérdame porqué seguimos vivos”, página 71), conscientes de que nada quedará de nosotros, cegados por una luz que nunca ilumina del todo, sin más propósito que seguir en pie, “como cualquiera vive” (página 59).


HIPÁLAGE (NOVIEMBRE)

Sevilla, calle Cruces. Son las siete

de la mañana y todo vela aún

el líquido silencio de los patios.

Santa Teresa arriba,

la luz se va hilvanando en un primor

de muros y pasajes;

rompe de fondo el día, los naranjos

dibujan de verdor las plazoletas.

Camino sin propósito,

como cualquiera vive.

......................


No

Francisco José Martínez Morán

Editorial Pre-Textos, Poesía


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