Algunos nos preguntamos hasta qué extremos están dispuestas a llegar las mujeres ( no todas por supuesto), en su afán de superar al género opuesto, los hombres, a los que se la tienen jurada y contra los que tienen empeñada una batalla sin cuartel, para arrebatarles este supuesto domino sobre ellas; esta ficticia superioridad que, si en un tiempo existió, no se puede negar, en la actualidad hablar de ella causa hilaridad, desconcierto y estupefacción, viendo el número de alumnas universitarias, muy superior al de hombres, y tomando en cuenta el número de licenciadas en las distintas especialidades que, cada año, sale de todas la universidades y centros de formación profesional de nuestra nación. Sin embargo, siempre existe un número de féminas recalcitrantes que no están dispuestas a cejar en su batalla contra lo que ellas califican de “machismo”, hasta que hayan conseguido eliminar al hombre de los cargos de responsabilidad y de las profesiones, para dejarlos relegados a aquellas funciones que, para ellas, eran vejatorias, humillantes y esclavizantes, consistentes en ocuparse de los trabajos de “ama de casa”.
Una percepción que no compartimos en absoluto los que tuvimos la suerte de nacer y vivir en hogares, regentados por nuestras madres, arropados por ellas, cuidados y consolados cuando enfermábamos, alimentados con sus maravillosos guisos y sintiendo siempre su humanidad y cariño en las circunstancias de la vida en las que se buscaba apoyo y consejo de aquel ser querido que siempre tenía las palabras adecuadas para cada problema. ¿Qué no estaban tan ilustradas como ahora? Puede que no, pero dentro de una casa tenían todos los poderes y eran las verdaderas regentes de las relaciones familiares. ¿Qué no se sentían realizadas? Es posible que algunas hubieran querido emular a los hombres, se hubieran sentido más cómodas llevando pantalones y, como ahora también sucede, hubieran querido nacer con los atributos masculinos en lugar de estar habilitadas para ser madres. Esto, como todo, va a gustos y, el que quiera generalizar o pontificar sobre ello, probablemente correría el peligro de fracasar en el intento.
Hoy en día parece que, al menos una gran mayoría, han logrado esta ansiada independencia del género contrario. Trabajan como los hombres, ocupan su lugar en puestos especializados, habitualmente reservados a aquél, como pudiera ser en el ejército; ocupan cargos de alta responsabilidad ( aunque, no todos, como parece que algunas de ellas, que se supervaloran y hacen lo mismo con sus compañeras de sexo, están dispuestas a defender que deberían ser más las que desbancaran al sexo masculino de los puestos directivos) y todo ello, sin renunciar a querer seguir siendo la que lleva la voz cantante en el entorno familiar. Es muy curioso que, como sucede muy a menudo, las haya que, no obstante, han aprendido a valerse de su condición femenina, de sus cuerpos, de su descaro y de su falta de vergüenza, para intentar sobresalir en el mundo de la moda, del cine, del teatro, de los musicales etc. Una manera de medrar en la vida, mediante atajos, que ahorran tener que ir llamando a muchas puertas o esforzarse mucho estudiando o intentando escalar posiciones, simplemente sabiendo explotar oportunamente sus encantos para ser catapultadas a la fama, gracias a la fragilidad masculina que suele caracterizar a los grandes sátrapas de la farándula.
Sin embargo, señores, hay algo que las mujeres no han sabido asimilar al buscar su equiparación con los hombres: no pueden consentir que las contradigan, que se use el mismo lenguaje duro que se estila en las discusiones masculinas; que se las descalifique o que se ponga en duda su preparación; algo que, entre hombres, es algo corriente y habitual. Cualquier hombre que discuta, en el terreno de iguales, con una mujer, sea en cargos directivos, en una tertulia pública o privada, en el Parlamento de la nación, en cualquier cafetería o en una discusión de tráfico, surge inmediatamente la frase mágica que les sirve de comodín para salir airosas de cualquier problema en el que se hayan metido: ¡Eres un machista!
Como es natural y, en política, algo habitual, no todas las mujeres son inteligentes, están preparadas, han tenido un buen aprendizaje o han adquirido una especialización adecuada para ocupar un puesto de relevancia. El caso de la señora Colau, alcaldesa de Barcelona o el la señor Carmena alcaldesa de Madrid, ambas afiliadas a partidos comunistas de la extrema izquierda ocurre lo indicado. La primera ha demostrado, con creces, no estar a la altura requerida para su puesto, un empleo que, evidentemente, le va ancho; lo que viene demostrando cada día, no sólo con sus errores en el desarrollo de sus tareas, excediéndose en sus funciones, tomando decisiones que ponen en peligro el buen nombre de Barcelona y que atentan directamente contra el turismo, una de las fuentes de riqueza de la ciudad que, cada vez, deja de ser industrial para dedicarse más al sector servicios y al turismo
Pero como buena agitadora profesional, antisistema nata y comunista integral, la señora Ada Colau tiene además sus tics que pretende poner en práctica, le competa o no ocuparse de ellos. Uno es el de proteger a los “manteros”, una plaga que azota Barcelona y perjudica a los comerciantes y que, no obstante, tienen la protección de la alcaldesa que les permite saltarse las leyes porque, como ya dijo: “si las leyes no le gustaban no las cumpliría”. Ni corta ni perezosa les ha dicho a los militares que no está de acuerdo con su presencia y, si la dejan, pronto publicará su propio código de conducta para todos los barceloneses. En fin, es de estas personas que se creen que tienen ciencia infusa que les permite opinar sobre todo y tomar decisiones, aunque su incultura sea manifiesta y sus decisiones se pueden contar como verdaderas estupideces.
El académico señor Félix Azúa se ha pronunciado con rotundidad respecto a esta señora de la franquicia de Podemos en Barcelona, diciéndole alguna verdad que, como es natural, ha irritado a la Colau. Cuando a alguien se le dice que debiera de vender pescado en la plaza, en lugar de ocupar el puesto de alcaldesa, es posible que se lo tome a mal. Lo único que yo precisaría es que las vendedoras de pescado son personas que cumplen con su oficio y la Colau ejerce uno para el que no está preparada, como tampoco lo estaría para vender pescado, en vista de ello mucho nos tememos que las pescaderas de la plaza pueden sentirse menospreciadas con la comparación que se les hace con la señora Colau. Claro que el mayor error que puede cometer un político es enemistarse con una persona del prestigio del señor académico de la lengua, señor Azúa. Así resulta que, en el País, ha vuelto a poner en un brete a la alcaldesa cuando le ha recriminado que no haya condenado el asalto a la casa del señor Boadella por un grupo de gamberros, que le produjeron algunos destrozos.
Pero, hete aquí, que ha aparecido es escena una tercera persona, conocida por ser autora de novelas basura que, con la irresponsabilidad que suele caracterizar a estas escritoras “libres” e “independientes” y despendoladas, que se creen por encima del bien y del mal, y que se creen muy ingeniosas, que ha querido menospreciar al señor Azúa con una de esas ordinarieces de gente palurda con la que ha pretendido hacerse la graciosa. La escritora (digámoslo así) Maruja Torres, un referente de la izquierda, ha querido contestar al comentario del académico con la siguiente perogrullada: “Con la alergia que tiene Félix de Azúa al pescado, nunca se habrá comido un buen coño”. ¡Maravillosa expresión cultural de la escritora!
En todo caso, como es probable que el académico no quiera bajar al nivel de esta señora, voy a permitirme, por una vez, entrar en el terreno de la escatología, para recordarle a esta señora (que por su aspecto ya pertenece al grupo de dinosaurios resabiados del comunismo de la II República) que poco sabe de la materia a la que se refiere, so pena de que haya practicado el banquete al que hace referencia con algún esperpento de su quinta; porque, en la actualidad, existen jabones, cremas, perfumes y duchas que han eliminado, de semejantes escondrijos femeninos, cualquier pestilencia; semejante a la que hace alusión el gran Espronceda cuando, en su Canto II ,”La casada”, nos dice: “Luego, ¡cuan sucias son las puñeteras!, siempre les huele a bacalao el nido”. Ruego que me perdonen por haber caído tan bajo.
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