Reconozco que me gusta contemplar, en el fondo es mi ocupación natural, olvidarme de mí mismo, perderme por los horizontes celestes y reencontrarme por los abecedarios de la escucha. A poco que fomentemos este poético adiestramiento, sentiremos la necesidad de transformarnos, de ser más cuidadores y mejores caminantes. Esta atención abraza también la casa común; puesto que todas las formas existenciales están interconectadas, lo que requiere una mayor implicación por parte de todos, aprendiendo a detenernos y a observar para percibir y valorar lo bello. Sin duda, esto es fundamental para entrar en sanación.
Asimismo, nuestra propia Madre Tierra nos pide un cambio de actitud, que seamos mucho más sensibles con la marea silvestre, dejemos de llenar los océanos de plásticos y volvamos al nido natural del verso, que es lo que positivamente nos engendra salud y vida. Ciertamente, esto ya lo sabemos, que de nuestros ecosistemas depende directamente la salud de nuestro entorno y la de sus moradores, pero tenemos la mente ruda y el corazón empedrado de intereses mundanos. De ahí, lo esencial que es asentar en valor ese rayo de luz creativa, poniéndonos en disposición soñadora, que es lo que en realidad nos cura el alma.
Está claro que somos parte de la inspiración celeste; y, como tal, andamos inmersos en el asombro de vernos y de mirarnos, reconociéndonos como parte del verbo que se ha hecho músculo para transitar por aquí abajo. Partiendo de este acontecer imaginativo se promoverán nuevos hábitos, en consonancia con los saberes ancestrales, y todo será altamente bucólico, para que nuestro estilo de vida tan frío y mercantil sea sostenible, lo que demanda corazón y vigor donante. Necesitamos, evidentemente, un coraje más respetuoso con el medio ambiente, sobre todo ante el aluvión de crímenes que perturban la biodiversidad, como la deforestación y tantas otras contiendas absurdas, que pueden acelerar el ritmo destructivo.
Lo vital es entrar en acción. Actuar ahora, pasito a pasito, como se dice. Por cierto, el último informe climático de la ONU nos apremia a que intervengamos, si queremos un porvenir saludable y un futuro habitable. La revolución del conciliador cuidado, por consiguiente, nos afecta a todos. Hay que corregirse cuanto antes, enmendarse de vicios y vaciarse de personalismos, poner voluntad en la vida fraterna, templar el carácter y desafiar la adversidad, si en verdad queremos reconstruirnos y germinar etéreos como la aurora. Desde luego, es más factible que los cambios transformadores surjan cuando existe espíritu condescendiente, cuando todos cooperan y colaboran en la reducción de los riesgos, y cuando los beneficios y las cargas se comparten de modo ecuánime.
Considero, entonces, que para crear un mundo con aire nítido y energía limpia, con bosques y océanos saludables, debemos abrazar cuanto antes la exigencia de una nueva fraternidad contemplativa, que nos ensimisme en el quehacer armónico y en el servicio a los más desfavorecidos. El avance ya está imparable, sólo hay que subirse al tajo del ejercicio que va desde el fomento de la pujanza verde hasta un suministro de alimentos seguro. Los beneficios también son claros, empleos decentes y economías sólidas para la sociedad en su conjunto. En efecto, nadie puede quedar en la cuneta de la desesperación.
Todos nos merecemos levantarnos para curar el mundo, por muy fuerte que sea la desmoralización, pues hasta de los fuegos intensos se alumbra la claridad y se encienden los deseos, que nos llaman a fortalecer la arquitectura mundial con sistemas de seguridad efectivos, recuperando el equilibrio con la naturaleza y proveyendo un discernimiento, que nos lleve a repensar sobre las consecuencias catastróficas que implicarían mantener los modelos actuales, en un mundo complejo, cambiante y muy peligroso, con la inseguridad alimentaria y las armas nucleares, transitando en estos tiempos turbulentos como si fuese algo normal.
Indudablemente, esta especie de atmósfera endemoniada, no puede ser modificada sino es por un cambio de compostura, redoblando las visiones con ojos anímicos antes de que la desilusión nos desmotiven y nos paralicen, porque miramos con los ojos de la carne, y somos mística. Queremos ser el poema, la luz que nos permite embellecernos para siempre. Forjemos esa vida, pues, sin punto final.
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