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Panamá

Todos los españoles se irían a “Panamá” si pudieran, del bracete de la hermana del rey y de Pedro Almodóvar, a elegir
Antonio Moya Somolinos
sábado, 9 de abril de 2016, 12:26 h (CET)
Siempre he tenido cierta admiración por los diseños de Panamá Jack porque me parece que combinan una sencillez no artificial con una elegancia que parecería imposible en situaciones que se desarrollan en el campo o en espacios silvestres.

Como quiera que ya me voy haciendo algo mayor, vengo empezando a prestar cierto cuidado a la protección de la olla, o sea, de la cabeza. Por ello, desde hace unos tres años empecé a llevar en invierno una gorra como prevención ante el frío, ya que según dicen los enterados, los catarros y enfriamientos suelen entrar por la cabeza y por los pinreles. Respecto a los pinreles, las noches más frías del invierno las suelo dormir con unos calcetines de lana de cuando era montañero. En cuanto a la perola, suelo cubrir el poco pelo que me queda encima de la frente con una gorra leninista, o sea, parecida a la que llevaba Lenin cuando se dedicaba a eso de la revolución. Claro que, como algo más abajo suelo llevar una corbata capitalista, creo que lo que consigo es desconcertar a todos esos que en vez de cintura parecen llevar una faja de madera que los hace poco flexibles, lo cual tengo que reconocer que me satisface por cuanto creo que con ello contribuyo a hacer este mundo algo más plural y abierto a lo que venga.

A la vista de la satisfactoria experiencia invernal, hace unas semanas pensé en que no me vendría mal tapar el coco también en verano, en el que, más que buscar abrigarlo, parece oportuno resguardarlo del sol directo para evitar un recalentamiento que derive en hermoso melanoma que me lleve a la otra barriada antes de lo previsto. Aunque quien suscribe es cristiano y tiene fuertes deseos de ir al Cielo, debo decir que esta vida tampoco me desagrada y que, la verdad, no me encuentro mal en ella. Quiero decir, que me apasiona vivir, y morirse de un melanoma por haber pillado más sol que el debido es, por lo menos, una gilipollez.

Así las cosas, hace pocas semanas decidí comprarme un sombrero Panamá Jack de esos que usa Indiana Jones o por lo menos algún pariente suyo.

Estando en estas cavilaciones, va y salta a la palestra el asunto de los papeles de Panamá en donde aparecen millones de suscriptores de paraísos fiscales, todos variopintos, de todos los países habidos y por haber, elegantes o casposos, jóvenes y viejos, etc., cuyo único denominador común es el de ser evasores de impuestos y amantes del paraíso, no del que ha de venir al final de esta vida para quien lo merezca, sino de esos paraísos en la tierra que son los paraísos fiscales. En una palabra, que evadir impuestos lo desearíamos todos, pero los de los papeles de Panamá tienen en común que lo han puesto por obra de modo efectivo, es decir, que han conseguido el sueño dorado de todos los habitantes de la tierra.

Ni los autónomos, ni los trabajadores por cuenta ajena ni los funcionarios tenemos escapatoria de Montoro, pero los de los papeles de Panamá, sí. Aunque sean gentes tan aparentemente dispares como la hermana del rey emérito o ese moralizador de izquierdas llamado Pedro Almodóvar. Los papeles de Panamá son una demostración palmaria de que los seres humanos no son tan dispares entre sí, y que en el fondo aspiran a cosas parecidas, aunque socialmente desempeñen unos papeles diferentes en este calderoniano teatro del mundo.

Los papeles de Panamá también ponen de manifiesto una vez más que aquel eslogan que decía que “Hacienda somos todos” debe ser entendido con ciertas reservas que incluso podrían llegar al límite de “Hacienda es solo Montoro” en el supuesto hipotético de que todos los demás nos pudiéramos dar una vuelta por Panamá u otros lugares paradisíacos. Y sabe Dios si Hacienda debería de echar el cierre en el supuesto de que dentro de unos años ocurriera que Montoro ha venido a ser como Rato.

Todo esto demuestra que el patrimonio (o sea, el capital) no distingue credos políticos. En mi experiencia de 32 años como arquitecto municipal he podido ver el amor con que todo tipo de ciudadanos cuida de su patrimonio, sobre todo los socialistas. El amor a lo público es un buen postureo para quedar bien ante el pueblo, pero el patrimonio personal es algo sagrado, tan sagrado que se suele llevar al paraíso antes que a uno mismo le toque el turno.

Por todo esto, la palabra “Panamá” es todo un signo que retrata al ser humano y que pone en evidencia la gran mentira de las políticas colectivistas, ya vengan de Pablo Iglesias o de Rajoy. Los impuestos nacieron históricamente como un robo de los dirigentes de los pueblos a sus ciudadanos, valiéndose de que los primeros tenían las armas. Y hoy día sigue siendo lo mismo. Los teóricos del derecho tributario argumentarán lo que quieran sobre las esencias del hecho imponible y del sujeto pasivo, pero a una mente limpia de prejuicios no le encaja que por el hecho de que alguien tenga algún bien por el que se pone de manifiesto cierta riqueza, sea eso ya motivo justo para pegarle un bocado utilizando el peso del Estado.

Todos los españoles se irían a “Panamá” si pudieran, del bracete de la hermana del rey y de Pedro Almodóvar, a elegir.

Yo, como soy funcionario, creo que me conformaré con comprarme un Panamá Jack, y lo haré en julio, que creo que estará ya en rebajas.

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