Esta contundente sentencia, sacada del acervo popular, se refería a la multitud de “cosechadores en campo ajeno” y mangantes en general, que pululaban por los campos en tiempos de penuria. Hoy en día el “campo” de acción de los desvergonzados ha pasado del agro a las propiedades de todo tipo que están amenazadas por las garras de los espabilados que nos rodean y a los que, a veces, aplaudimos. Los tiempos que vivimos, en los que los políticos no paran de hacer promesas “virtuales” a fin de buscar votos, son propicios para la proliferación de sinvergüenzas profesionales que hacen de su vida un proceso de mangoneo, subvenciones y de vivir del cuento y de los sufridos contribuyentes que subsistimos pendientes de la espada de Damocles del “gran hermano” que todo lo ve. Hay una auténtica persecución contra aquellos a los que mi padre denominaba “gente de orden”, que no es otra que la mayoría silenciosa que se preocupa de trabajar, cuidar a su familia y propiciar un mundo mejor para sus descendientes. Los “doncicutas” de estos tiempos odian todo lo que sea guardar la memoria de nuestros antepasados, prosperar y, mucho menos, ahorrar un duro. La nueva profesión que está emergiendo con fuerza es la de experto en lograr subvenciones y paguitas, escudriñador del BOE –que cada día trae un invento para aprovecharse de la situación-, militante de un partido marginal, que haga la puñeta y sirva para mantenernos en el escaño, inquilino de vivienda sin pagar al arrendador y “okupa” diplomado de primera . ¿Para qué meterse en estudios, oposiciones, ahorros e hipotecas? Basta con demostrar que uno es un “tieso” profesional y que no haya trabajado en su vida, para considerarse familia “perjudicada” y con derecho a vivir en una buena casa a base de patadas en la puerta. Y que el propietario demuestre lo contrario. Los candidatos no paran de prometer. Y de meterse guantazos en nuestra cara. ¡Ojala pasen ya de una vez las elecciones! Acabarán de encandilarnos con los mundos de yuppy, aunque los “listos” seguirán viviendo a costa de los “pringados”. Seguiremos con nuestras paguitas de jubilados y el temor a los recortes y a la declaración de la renta. Y ponedle otro candado a la puerta. Como te descuides te la echan abajo y te encuentras en la calle. Y tu eres un tipo que, por ser gente corriente, no tienes derechos. Así que a buscarte la vida en un asilo o en un cajero automático. El que avisa no es traidor.
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