En un mundo inconmensurable, hallo cada mañana de unos meses a esta parte un estimulante remanso de paz en la cafetería “Manduca Aude”, a la que llego transportado a lomos de la madrugada para encontrarme con un conspicuo grupúsculo de gentes que, allende dedicarse muchos de ellos a la creatividad y aledaños, son amantes de la cultura hasta el punto de vivir la cotidianidad como quien acude a la pinacoteca de marras a hacer retiniano músculo, esto es, viven en la fascinación de aprehender como inusitado lo, para los más, trivial.
En la mentada hostería, gobernada por Sara y Juancho (artistas polifacéticos que tiñen de sugestión los entornos que los contienen) se respira lo acogedor emanado de la atmósfera por ambos conformada a golpe de sonrisa así como de una sustancialidad pareja a la de las viandas por ellos obradas con encomiable fervor. Allá no se sirven cafés sino que cada café servido es revestido con el marchamo del acontecimiento único e inusitado que en puridad es.
Y, mientras, por allí puede andar la soprano Sara B. Viñas, riendo y aduciendo argumentos o enunciando cuitas que, brotados de sus guturales recintos (provenientes de lo diafragmático, ojo), elévanse a madrigales, o el novelista y dramaturgo David Llorente Oller señoreando su rincón en la barra e irradiando una taciturna luminosidad desmelenada, hasta que el capilar secado lo lleva a confeccionarse el recogido ya en él tan idiosincrásico (con la calma de quien no quiere adquirir conciencia de poder estar haciendo historia) mientras la profesora Montserrat Iglesias Gómez nos envuelve en el papel film de sus peroratas, entre suntuarias y domésticas, trufadas de culturalismo por doquier, eso sí, las cuales indefectiblemente integran el ingrediente mollar extraíble, ese que nos ofrece otra impensada perspectiva de las controversias que en el meollo conversacional puedan ser ventiladas en tanto que la lumínica ascensión consustancial a cada nuevo amanecer nos va anegando al confabularse con el esférico y ostensible reloj que nos cerciora inclementemente de que hemos de acudir a nuestros quehaceres. Un coitus interruptus se yergue sobre el placer con que tantos aspectos de lo laboral, cultural y humano son tratados en el vértigo de los instantes previos a la laboral inmersión.
Es muy hermoso, qué duda cabe, ser parroquiano de una cafetería tan salobre en la que todos los palos del saber conforman como una albóndiga humanística que recupera el encuentro de café, solo que a otras deshoras.
Muchos otros personajes son dignos de mención en el mentado escenario prematinal en días laborables, pero no será ahora cuando trate de ellos, pues así dejo la puerta abierta a la secuela.
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