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La buena gente

Nos empeñamos en glosar las maldades del prójimo. A veces estas consiguen eclipsar las actuaciones positivas
Manuel Montes Cleries
martes, 2 de mayo de 2023, 09:09 h (CET)

A lo largo de estos días ha sido un bombazo en todos los telediarios la información que recoge la presunta estafa de un periodista a sus compañeros de trabajo. Parece ser que el comentarista-estafador implicado en el tema, esgrimía una enfermedad terminal que precisaba el desembolso de grandes cantidades de dinero para subvencionar su carísimo tratamiento.

       

No voy a entrar en el análisis profundo de la situación. Ni a convertirme en uno de esos jueces de tertulia que tanto proliferan. Tan solo voy a comentar los hechos probados. En ellos estriba mi buena noticia de hoy.


Los excelentes componentes de un equipo que realiza la información deportiva en una emisora de ámbito nacional, al enterarse de la grave enfermedad de uno de ellos, desembolsaron progresivamente una fuerte cantidad de euros (parece ser que unos trescientos mil) a fin de afrontar los gastos derivados de esa dolencia.


Toda la operación se vino al traste cuando descubrieron que no había ningún paciente con ese nombre, tratándose en la clínica a la que creían que abonaban el tratamiento. El timo quedó patente y todos los medios se han hecho eco del mismo.

     

Esta faceta de la narración del tema sería una mala noticia para todos. Una vez más “los hijos de las tinieblas serían más sagaces que los hijos de la luz”. Pero yo llego más allá. La buena noticia de hoy me la han proporcionado ese grupo de extraordinarios periodistas que son todo un ejemplo de bien hacer en sus actividades profesionales, de magníficos compañeros y de mejores personas.

     

No he escuchado ni una sola queja, ni una sola mención del tema, por parte de los presuntos estafados. En mi opinión se han quedado con la satisfacción de haber hecho lo que tenían que hacer. Ahora que intervenga quién corresponda.

     

Me han recordado la anécdota de aquel timador profesional que daba sablazos a cuantos se le ponían a tiro. Un día consiguió ablandar el corazón de un hombre adinerado pidiéndole dinero para pagar el médico que trataba a su esposa gravemente enferma. Una vez obtenido el dinero se jactaba en los bares de la estafa perpetrada. Su esposa estaba perfectamente.

    

La reacción del timado al conocer la noticia fue totalmente inesperada. En lugar de lamentarse por el sablazo, se sintió muy feliz porque aquella mujer no estuviera enferma. Otra forma de ver la botella medio llena.

    

El timo realizado a los periodistas de la COPE puede ser una mala noticia si solo nos quedamos con la evolución de la estafa continuada. Sin embargo quisiera señalar la buena noticia que se desprende de la actitud de los compañeros que, sin grandes aspavientos, aportaron una fuerte suma de dinero para atender al compañero presuntamente enfermo. Bravo por ellos. Me parecen un ejemplo de buena gente.

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Se ha puesto de moda en muchos medios hablar de la gente de dinero casi como iconos sociales. Lo que es natural en la sociedad de mercado de masas. A la mayoría de esta clase social se les llama ricos, y su función es la de lucirse ante el auditorio para resaltar su persona, reafirmando en algunos el componente narcisista y hedonista para adornar su ego, animándose así a cumplir con la riqueza, mientras puedan.

Transitamos jornadas de absurdo y desasosiego, camino del corazón del invierno en un contexto político y social que no se sospechaba. Se advierte, “in crescendo”, el retroceso del raciocinio y de la lógica, más allá de los cuales solo anidan la nada y el vacío. Sin entrar en consideraciones filosóficas, y ciñéndonos al román paladino, se percibe una creciente sensación de absurdo, considerado por Albert Camus como integrante fundamental de nuestra condición humana.

Muchas son las circunstancias que nos zarandean a diario, compiten con tantos o más impulsos surgidos desde los adentros íntimos de cada persona; en ambos supuestos, el descontrol predomina con la consiguiente intranquilidad. Nos abruma el desconocimiento de los factores condicionantes, con el resultado crudo de la incertidumbre como fondo permanente.

 
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